Jean Shinoda Bolen

Los dioses de cada hombre


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me han confiado su psique me han enseñado más sobre psicología que ningún otro hombre o mujer, incluyéndome a mí misma. Gracias.

      En este libro he utilizado figuras históricas, celebridades y personajes ficticios para describir una faceta en particular de un dios. Me he basado en la imagen pública de la persona y en cómo se la ha citado, en lugar de hacerlo en mi conocimiento personal o profesional. Las imágenes póstumas de las personas reales por lo general resultan ser exageradas o se quedan cortas.

      Tanto este libro como Las diosas de cada mujer han surgido de los descubrimientos y de las teorías de C. G. Jung. Su trabajo sobre los arquetipos del inconsciente colectivo y de los tipos psicológicos han sido la base de mi trabajo. La descripción de Freud del complejo de Edipo indica el vínculo entre los mitos griegos y la psique, que los escritores junguianos han desarrollado mucho más. Gran parte de lo que se ha escrito sobre la psicología arque-típica de Jung lo ha publicado Spring Publications y la mayoría ha estado bajo la supervisión de James Hillman. Muchas de estas publicaciones están citadas en las notas y en la bibliografía; el trabajo de Murray Stein ha sido especialmente significativo para mí.

      La creciente conciencia que existe de la cultura patriarcal en la que vivimos –y de cómo está ha dado forma a nuestros valores, percepciones y, en último término, a cada uno de nosotros–es el tema principal de este libro, por el que he de dar las gracias a toda una generación de activistas, escritores y eruditos, en su mayoría mujeres. En lo que a mi formación personal respecta, estoy especialmente agradecida a Gloria Steinem y a la junta directiva y al personal de la Ms. Foundation for Women; a Jean Baker Miller, licenciada en medicina, a Alexandra Symonds, licenciada en medicina y a las mujeres que pertenecieron a la Task Force y a los Committees on Women of the American Psyquiatric Association. Anthea Francine, con la cual he dirigido numerosos talleres, ha aguzado mi sensibilidad sobre el efecto que la familia y la cultura tienen en el niño, especialmente respecto a aquellos arquetipos que no son valorados. Los escritos de Alice Miller me aportaron una nueva perspectiva en el pensamiento psicoanalítico, que me confirmó lo que ya sabía respecto a los niños y al efecto de ser herido por padres heridos.

      La confección de este libro ha resultado una tarea fácil, puesto que se le ha permitido aparecer en su momento, teniendo en cuenta las etapas de mi vida en lugar de la fecha de contrato inicial. Doy las gracias a mi editor y al redactor jefe de Harper & Row, Clayton Carlson, por los regalos de comprensión y tiempo y por asignarme a Tom Grady para que me ayudara. La sensibilidad y destreza editorial de Tom han sido perfectas. John Brockman y Katinka Matson, mis agentes literarios, al cuidar tanto lo que hacen tan bien, me han ayudado a ser escritora.

      Mi padre, Joseph Shinoda, me ha dado su apoyo para hacer cosas en este mundo. He heredado su intensidad, partidismo, su tendencia literaria e histórica y su habilidad para escribir y hablar. Murió durante mi primer año como médica psiquiátrica residente y, por lo tanto, no conoció a mis hijos ni mis libros. Le echo de menos y sé que, aunque nuestro tiempo juntos fuera más breve de lo que me hubiera gustado, he sido afortunada por ser hija de mi padre. Este libro es cordial y perspicaz, en parte debido a que tuve un buen padre Zeus, a quien podía oponerme y contra quien podía luchar cuando lo que me importaba a mí y lo que él quería de mí no coincidían.

      Mill Valley, California

      Noviembre, 1988

PARTE I LOS DIOSES DE CADA HOMBRE

      1. HAY DIOSES

      EN TODOS LOS HOMBRES

      Este libro trata de los dioses de cada hombre, de los patrones innatos –o arquetipos–que se encuentran en lo más profundo de la psique, formando al hombre desde dentro. Estos dioses son poderosas predisposiciones invisibles que afectan en la personalidad, en el trabajo y en las relaciones. Los dioses tienen relación con la intensidad o la distancia emocional, preferencias por la agudeza mental, el esfuerzo físico o la sensibilidad estética, el anhelo de una unión en éxtasis, una comprensión panorámica, la noción del tiempo y mucho más. Los distintos arquetipos son responsables de la diversidad entre los hombres y su complejidad interior, y tienen mucho que ver con qué facilidad o dificultad los hombres (y los muchachos) pueden cumplir sus esperanzas y cuál es el precio que han de pagar por ello sus yoes más profundos y auténticos.

      Sentirse auténtico significa ser libre para desarrollar rasgos y potenciales que son predisposiciones innatas. Cuando somos aceptados y se nos permite ser auténticos, es posible tener autoestima y autenticidad a un mismo tiempo. Esto sólo se llega a desarrollar si las reacciones de las personas que nos importan nos animan en vez de descorazonarnos, cuando somos espontáneos y sinceros, o cuando estamos absortos en aquello que nos produce felicidad. Desde la infancia, en primer lugar nuestra familia y luego nuestra cultura, son los espejos en donde vemos si somos aceptables o no. Cuando hemos de adaptarnos para ser aceptables, puede que acabemos llevando una máscara y representando un papel vacío si el que somos interiormente y lo que se espera que seamos están muy distanciados.

       La conformidad del lecho de Procusto

      La conformidad que se exige a los hombres en nuestra cultura patriarcal es como la del lecho de Procusto de la mitología griega. Los viajeros que se dirigían a Atenas eran colocados en esta cama. Si eran demasiado bajos, se les estiraba hasta que daban la medida, como en el potro de tortura medieval; si eran demasiado altos, se les cortaban los pies hasta que encajaban.

      Algunos hombres encajan perfectamente en el lecho de Procusto, al igual que hay hombres cuyo estereotipo (o las expectativas externas) y arquetipo (o los patrones internos) se adapta correctamente. El éxito les gusta y se sienten cómodos con él. Sin embargo, la conformidad con el estereotipo suele ser un proceso agonizante para un hombre cuyos patrones arquetípicos difieren de lo “que debería ser”. Puede parecer que encaja, pero lo cierto es que le ha costado un alto precio representar ese papel, para lo que ha tenido que renunciar a aspectos importantes de sí mismo. Puede que también haya estirado una faceta de su personalidad para estar a la altura de las circunstancias, pero le falta profundidad y complejidad, lo cual hace que su éxito exterior, interiormente no signifique nada para él.

      Los viajeros que pasaban por la prueba de Procusto para llegar a Atenas, puede que se preguntaran si había valido la pena, como les sucede a menudo a los hombres de hoy en día cuando “llegan”. William Broyles, Jr., cuando escribió para Esquire, describió con hastío lo vacío que puede ser el éxito:1

      Cada mañana me embutía en mi traje, cogía mi maletín, me dirigía a mi espectacular trabajo y moría un poco. Era el redactor jefe de la revista Newsweek, un puesto que a los ojos de los demás lo tenía todo, salvo que nada tenía que ver conmigo. No me proporcionaba demasiado placer dirigir una gran institución. Yo quería realización personal, no poder. Para mí, el éxito era más peligroso que el fracaso; el fracaso me habría obligado a decidir lo que realmente quería.

      La única forma era dejarlo, pero no había dejado nada desde que había abandonado el equipo de atletismo en el instituto. También había sido infante de marina en Vietnam y los marines están entrenados a llegar hasta la cima de la colina, pase lo que pase. Pero yo ya había llegado; sencillamente odiaba estar allí. Había escalado la montaña equivocada y lo único que podía hacer era bajar y subir otra. No fue fácil: mi trabajo iba más despacio de lo que yo esperaba y mi matrimonio se disolvió.

      Necesitaba algo, pero no estaba seguro de qué se trataba. Sabía que quería que me probaran mental y físicamente. Quería triunfar, pero con reglas claras y concretas, que no dependieran de la opinión de los demás. Quería la intensidad y la camaradería de una empresa arriesgada. En otros tiempos, puede que hubiera ido hacia el oeste o al mar, pero tenía dos hijos y una maraña de responsabilidades.

      Este hombre tenía poder y prestigio, metas que para alcanzarlas se cobran la mejor parte de la vida de un hombre y que relativamente pocos consiguen. Pero padecía una de las enfermedades más importantes que observo en muchos hombres de mediana edad: depresión leve