leer las palabras de Protágoras uno parece estar leyendo Ciencia y técnica como "ideología" de Habermas, por citar solamente alguno de los muchos escritos políticos sobre la ciencia, pues se muestra en el mito un canon que baja hasta lo más profundo de nuestros sistemas de legitimación política: la universalidad e igualdad en el conocimiento de lo justo y la asimetría entre el juicio político y el juicio experto, entre la autoridad política y la autoridad epistémica. Platón era muy consciente del atractivo que tenía este discurso entre sus conciudadanos, que llevaban años debatiendo sobre qué significaba la democracia y cómo había que luchar contra la oligarquía, pero, como sabemos, una parte sustancial del pensamiento platónico, estuvo determinada por su experiencia del juicio y condena de Sócrates por un jurado constituido en la asamblea, en el que estaban involucradas, entre otras cosas, las distintas formas de ver los fundamentos de la democracia. Sócrates fue acusado de impío y de corruptor de la juventud, aunque en el trasfondo de la acusación estaban sus dudas sobre el fundamento de la democracia ateniense y sobre si el gobierno del pueblo era un gobierno de los mejores o simplemente de los más ingeniosos en la palabra. En la obra de Platón esta experiencia se transfigura en una reflexión sobre el concepto de lo justo y del bien, de la tejné y la episteme en el marco de la polis. Platón cree que las cosas no están resueltas en el discurso de Protágoras, y que ni está tan claro que la distribución de poder de la asamblea sea por sí mismo una distribución de la justicia, ni que todo individuo conozca espontáneamente lo justo y lo injusto: en ambos casos debe haber constricciones que están determinadas por una cierta distribución del poder que obedece, para decirlo rápidamente, al rol funcional de los ciudadanos que se cumple a la vez en cada persona, en el rol y orden de sus facultades, y en los papeles sustanciales que articulan la ciudad como son la producción técnica, la defensa y la educación. No nos interesan aquí ni la filosofía política de Platón ni su concepto de justicia, sino la particular cuestión de las constricciones que debe tener una sociedad bien ordenada y, en particular, las constricciones de orden epistémico y técnico. Pues nos preocupa en qué modo una distribución justa del poder y la autoridad y de los bienes públicos, es fruto de una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico; y, en la dirección inversa, en qué modo una adecuada división del trabajo epistémico es también una ordenación justa de la comunidad de seres cognitivos.
Desde la época de Platón hasta el siglo pasado, esta cuestión se aplicaba en un dominio limitado, como la pregunta por la forma eficiente de distribución del poder personal y, si acaso, de la educación del príncipe, es decir, se traducía en una pregunta por las características que debían tener los individuos que regían los asuntos públicos. En las sociedades complejas del siglo XX, en las democracias sostenidas en el capitalismo avanzado y en la sociedad globalizada, esta vieja cuestión adquiere un tinte dramático de legitimación y eficiencia que ha terminado por generar un nuevo término ad hoc: gobernanza, un concepto y propiedad que se refiere al buen orden de gobierno en un sentido de armonía entre lo justo y lo eficiente. Como sabemos, las sociedades contemporáneas han sufrido lo que han sido llamados "procesos de modernización", procesos que afectan a todos los ámbitos de la existencia y, como denunció sistemáticamente la escuela de Frankfurt, calan hasta lo más hondo de la conciencia desgarrada de los individuos. Aquí nos importan una clase de estos procesos que desde Weber a Habermas se han calificado como procesos de racionalización del orden social. Se trata de direcciones del cambio social que emergieron con una fuerza desconcertante en la Primera Guerra Mundial: la producción se organizó como producción de guerra siguiendo el orden "científico" del trabajo que habían implantado las cadenas de montaje automovilístico americanas; la guerra se hizo industrial y, para decirlo con palabras de la época, "más que dirigirse, se administró"; 1 después de la guerra, las diversas esferas sociales fueron entrando en un proceso de estructuración ordenada a la eficiencia que hizo aparecer a la burocracia como una nueva forma social, las técnicas de gestión y administración y, en general, el sometimiento de la vida social a las constricciones de una planificación dirigida al crecimiento, la producción y, como denunciaba Adorno, a la extensión universal de la mercancía. A su vez, de estos procesos, el punto que nos interesa es la propia racionalización de la ciencia y la tecnología, su conversión en lo que hoy llamamos un sistema de investigación, desarrollo e innovación, en un organismo social dirigido al crecimiento del conocimiento, de la innovación técnica y de las oportunidades tecnológicas. Es el hecho de que se haya conformado como un sistema, desbordando lo que podría ser una mera comunidad de sujetos, el que transforma la cuestión de Platón en una pregunta que se filtra por todas las membranas del orden científico y técnico y se convierte en una pregunta por las condiciones de su legitimación.
El sistema moderno de investigación y desarrollo que forma parte de nuestras sociedades se originó en la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y en la secuencia de aquélla que llamamos Guerra Fría. Allí se conformaron las bases de una forma de organizar la interacción entre la innovación y el crecimiento económico que hoy se caracteriza como la triple hélice, en un remedo metafórico de la doble hélice del genoma. Se refiere este término a la interacción dinámica entre un sistema académico superior orientado a la eficiencia investigadora, un sistema gubernamental que dedica una parte sustancial de su presupuesto a la financiación estratégica de la investigación y un sistema empresarial que se embarca en trayectorias tecnológicas arriesgadas. Manuel Castells 2 ha estudiado con detalle y extensión esta triple hélice en el caso de la revolución de la microinformática, aunque los historiadores de la técnica detectan ya fenómenos similares en el caso de la industria aeronáutica en los albores de la Segunda Guerra Mundial y en campos como las comunicaciones y la electrónica. El punto de inflexión se produjo en los años sesenta, cuando este sistema se convirtió en un núcleo esencial de las sociedades desarrolladas en lo que respecta no ya tanto al gobierno y a la administración diaria como a su propia configuración estratégica en la historia. En las carreras por el poder mundial que han caracterizado la política desde la Segunda Guerra, la estructura de la triple hélice de cada una de las formaciones sociales confiere o inhibe ventajas comparativas de orden económico,político o militar. La división actual del mundo en grandes áreas geoestratégicas de poder económico y político, no es ajena a las formas particulares que adoptan las trayectorias de cambio inducidas por formas distintas de esta triple estructura, como tampoco lo son las dinámicas de interdependencia que denominamos "globalización".
La importancia del sistema de I+D no debería hacernos olvidar, sin embargo, la importancia de todos los demás componentes de la dinámica social. Aunque vamos a centrarnos en la cuestión del orden social en este sistema, no debemos olvidar el marco político y económico del mundo contemporáneo ni la importancia que tienen otros elementos de orden ideológico y económico que no pueden dejar de ser tenidos en cuenta. La perpetua guerra en África y el trasfondo de la lucha por el control de los minerales estratégicos, las guerras por el control del petróleo, la emergencia de los fundamentalismos religiosos, los movimientos migratorios creados por los pozos negros de la diferencia económica, las crueles migraciones de grandes masas financieras, la llamada "deslocalización" de la industria, la estabilización de una sociedad llamada del "veinte por ciento", que constituye una masa de reserva de mano de obra que se convierte en la gran masa de la sociedad, el terrorismo ciego y las nuevas formas de autoritarismo, […] éstos y otros rasgos que sería tan largo como inútil detallar en este texto conforman un desapacible trasfondo contra el que el sistema de investigación se ilumina con luces oscuras y lejanas de los brillos de la idea de progreso ilimitado y uniforme. Este trasfondo nos habla de una creciente probabilidad de desaparición de la democracia, que en algunos momentos y por parte de algunos ilusos se pensó como estado estacionario después del "fin de la historia". La democracia, nos avisa Rawls, es un sistema tan frágil como históricamente contingente; del mismo modo que tuvo un origen histórico tan particular como reciente, puede tener un final previsible, dadas las tensiones acumuladas en el tiempo presente. En este contexto no es menos previsible el final del entrelazamiento que llamamos triple hélice, incluso del sistema científico y tecnológico que hemos conocido en los últimos doscientos años, y, por último, en lo que a nosotros importa,