María Casal

Una canción de juventud


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es una gran ocupación, que vale la pena. A través de esa profesión —porque lo es, verdadera y noble— influyen positivamente no sólo en la familia, sino en multitud de amigos y de conocidos, en personas con las que de un modo u otro se relacionan, cumpliendo una tarea mucho más extensa a veces que la de otros profesionales[2].

      Por eso, proponía que aunque se tuviese otro trabajo profesional, todos deberían colaborar de algún modo en las tareas de la casa, para mantener el hogar como un ambiente luminoso y alegre, sencillo y sin lujo, en donde poder sentirse a gusto después de bregar en otras tareas durante todo el día. Así que me vino muy bien haber dedicado ese “año sabático” precisamente al cuidado de la casa.

      Enseguida comenzaron también nuestras clases preparatorias para la Confirmación. Casi todas nuestras compañeras del internado, aunque eran más jóvenes, ya se habían confirmado, a excepción de Claire Lüscher —una suiza procedente de Argel—, por lo que recibíamos nuestras clases en la escuela del pueblo, junto con los chicos del lugar que se iban a confirmar. Daba las clases un pastor joven muy simpático, que me pareció muy convencido y entregado. Me sorprendió mucho enterarme de que no íbamos a recibir un sacramento, del mismo modo en que tampoco el pastor había recibido el sacerdocio, ya que en el protestantismo ni el sacerdocio ni la confirmación son considerados sacramentos. En las clases recibidas en la escuela francesa, había oído que los sacramentos eran siete, entre ellos precisamente los dos mencionados, por lo que aquella diferencia me produjo cierta confusión. Un día, durante aquellas clases, el pastor nos dijo que, si teníamos preguntas, las escribiéramos para que él nos pudiese contestar. Lo primero que se me ocurrió fue mi famosa pregunta sobre aquello de que la verdad solo puede ser una. Nunca recibí contestación, cosa que me desilusionó mucho.

      Finalmente, en la primavera de 1948, hicimos mi hermana y yo la confirmación en la iglesia protestante del pueblo. La ceremonia consistía en recibir el Abendmahl, la cena, que no fue precedida por nada parecido a una Misa, sino solo por un sermón. Yo sabía que, como protestantes, tampoco creíamos en la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino, a diferencia de los católicos. En la ceremonia, también se hace la promesa de ser fiel a la fe, que yo tomé enormemente en serio. Otro momento importante se produce cuando el pastor adjudica a cada confirmando un verso de la Biblia. A veces, es posible que un protestante no vuelva a tener prácticamente contacto con la religión, pero no olvidará su Konfirmandenspruch (lema de la Confirmación). El mío me gustó muchísimo, y me sigue pareciendo precioso: eran las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan, capítulo 14, versículo 6: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por Mí». Entonces no me di cuenta, pero tiempo después me pareció que ya entonces el Señor quiso darme la respuesta a mi famosa pregunta sobre la verdad: solo Él podía ser la Verdad, la Verdad con mayúscula; y la vida solo tenía sentido con Él y si se ponía a su servicio, ayudando a otras personas a encontrar el camino que conduce a Dios.

      [1] Camino, n. 422.

      [2] Conversaciones, n. 88.

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