Laura Emilia Pacheco

El infinito naufragio


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obedeciste órdenes, te repites. Altamirano había puesto en peligro la seguridad nacional con un plan que él y otros cinco ilusos elaboraron para trastornar el sistema de comunicaciones en el país.

      Te echas agua en la cara. Te lavas las manos. Sales. Martínez sugiere que vayan al burdel. Contestas que prefieres ir a los baños de vapor del Hotel Regis y a desayunarte con don Ernesto Domínguez Puga en el café de la farmacia para después dormir hasta las cuatro o cinco de la tarde.

      Martínez te toma del brazo y te encamina hacia el Pontiac estacionado en la calle sin pavimento. No te preocupes, dice: pronto encontrarán el cadáver de Altamirano con ropa interior de mujer y con las uñas y los labios pintados. Los periódicos de nota roja mostrarán la foto y dirán: “Sádico crimen entre homosexuales”.

      2

      Donata abrió los ojos en la barraca de la comadrona. Observó al niño que la mujer le presentaba en silencio. Hizo un esfuerzo y recordó la noche en que llegó a Tampico el acorazado General Grant. Los tripulantes irrumpieron ya ebrios en el Salón Tahití. Nadie sacó a bailar a Donata. Hasta que al fin, impulsado por voces que ella no entendía, se levantó de una mesa el cocinero del barco. No la invitó a la pista. Dejó en sus manos unos cuantos dólares y la siguió por el pasillo poblado de macetas hasta el cuarto húmedo y opaco, lleno de espejos y mantas floreadas.

      —Isaiah Murrow, from Texarkana —dijo por toda presentación cuando ya estaban desnudos en la cama—. What’s your name?…

      —Jenny —mintió Donata al sentir el cuerpo sudoroso, las manos metálicas que se aferraban a sus caderas, la boca jadeante pegada a sus senos.

      El hombre la penetró con urgencia. Donata fingió placer y sintió extrañeza cuando él la besó en los labios y le dijo algo para ella incomprensible. A los pocos minutos Isaiah Murrow eyaculó, se puso de pie, se lavó en la palangana, le dio las gracias y un dólar de plata y fue a reunirse con los otros marinos. Había sido el séptimo cliente de esa noche. Donata estaba muy fatigada y no acudió en busca del irrigador como siempre. Se quedó inmóvil en el lecho y se durmió pensando en aquel nombre, Texarkana. A los diecisiete años Donata Morales quedó embarazada. Se negó a abortar porque no tenía a nadie en el mundo y un hijo le daba seguridad y la justificaba. Perdió su empleo en el Salón Tahití. Con sus ahorros pagó un alumbramiento que le costó mucho dolor y mucha sangre. Dio a luz un niño idéntico a su padre, Isaiah Murrow, el de Texarkana.

      Donata jamás recuperó la esbeltez adolescente que le había ganado tanta clientela en el Salón Tahití. Se hizo alcohólica y descendió a prostituirse en las calles. A los veintidós años un ebrio le cortó la garganta en un cuarto de hotel sólo para ver qué se sentía. Macrina, la mujer a quien Donata lo confiaba, le explicó a José Morales que su madre se había ido a Francia en un barco y pronto iba a regresar y a traerle muchos regalos. Poco después Macrina abandonó a José en la fonda en donde trabajaba de mesera y huyó para no cargar con la responsabilidad.

      3

      No me molesten. No les he hecho nada. Tengo doce años como casi todos ellos. Me gustaría jugar e ir a la escuela. Pero lo único que hago es darme de golpes con quienes me persiguen. Antes era peor. Ahora ya sé pelear y estoy acostumbrado. Ya no hay quien se me ponga si no es en montón. Y ni así pueden conmigo. Por eso me tiran piedras y me agarran entre todos. Negro negro negro, como si ellos fueran tan blancos. Son iguales que yo aunque no quieran reconocerlo. Pero ellos dicen que son morenos o mulatos y en cambio yo soy negro como de África. ¿Qué será África?

      Vuelvo a casa ensangrentado, con la camisa rota. Doña Eusebia se enoja y me grita: Nunca vas a aprender, hijo de puta. Le molesta mucho tener que darme la comida y dejarme dormir en un colchón mugroso. A veces la ayudo a barrer, a trapear, a lavar platos. Cuando los rompo o quedan grasientos doña Eusebia me da de coscorrones. Si quiero servir las mesas, los clientes de la fonda me gritan y me insultan, me tratan peor que doña Eusebia. Como ya estoy grande para dejarme, les contesto y me peleo con ellos.

      Hoy le di en toda la madre a Guillermo, que debe de tener como quince años. A este pinche indio se le ocurrió que me tumbaran en bola y fue el que me pegó con más gusto. Acabo de encontrarlo solo en el muelle, agachado sobre su caña. No sabe pescar. Qué va a saber si es de la sierra y está recién llegado el muy pendejo. De una patada en la espalda lo tiré al agua. Por poco se ahoga. Lo sacaron unos petroleros, todo lleno de aceite y chillando de miedo como un marica. Ahora sí se le va a quitar lo sabroso. Cómo me gustaría encontrarme de uno por uno a todos esos cabrones.

      4

      El verano encerraba en un pozo de calor a Monterrey. La noche hervía en la Plaza de Armas. José Morales terminó de lustrar unos zapatos, recibió algunas monedas y siguió conversando con Teodoro:

      —¿Así que tú también te pelaste de la Correccional de Ciudad Victoria?

      —Pues aquí nomás. ¿A poco sólo tú tienes tus mañas?

      —A mí me salió peor —dijo Morales—. Después me agarraron robando espejos de coche y, aunque todavía soy menor de edad, o eso creo porque no tengo acta de nacimiento, me mandaron al bote en San Luis Potosí con pura gente de lo peor. Allí me enseñaron todo lo bueno y lo malo que sé, desde bolear zapatos hasta abrir puertas con ganzúa.

      ”Cuando menos el botellón me aseguraba casa y comida. Yo no quería salir pero me echaron a la calle. Ahora hasta para ser cargador necesitas papeles y escuela. No encontraba chamba, dormía en los parques y comía basura arrebatándosela a los perros. No me quedó más remedio que meterme a una feria. Me daban algo de lana por pasarme de seis a doce, con la cabeza pintada para verme más negro de lo que soy, asomado a un hueco, esquivando las bolas de hilacha que me tiraban para divertirse. El que me ponía un chingadazo en la frente o en el hocico se llevaba un muñeco de barro o cualquier otra pendejada. Hasta que un cabrón quiso hacerse el muy salsa con su chamaca, envolvió una piedra dentro de la bolita y me descalabró. Salí furioso y le tiré los dientes a madrazos. Se armó un escándalo de la chingada y me pelé antes de que llegara la policía.

      ”Me vine para acá y hace un año que ando de bolero. Apenas gano para comerme unos tacos, pagar el cuarto, ir al cine y al box que me gusta mucho. Todo se me va en los materiales. He querido buscarle por otro lado pero no sé leer bien, aunque algo aprendí en el bote. Francamente más vale andar con tu cajón que trabajar de gato o lavando coches en una gasolinería. ¿No crees?”

      —Para mí que estoy cojo sí aguanta la boleada, pero tú, Morales, eres bueno para los madrazos y estás a tiempo todavía. Conozco a un señor que tiene un gimnasio. Si quieres te lo presento.

      5

      Amigos radioescuchas, La Voz de la Laguna, trasmitiendo desde sus estudios en la bella ciudad de Torreón, les desea muy buenas noches y lleva hasta sus hogares una entrevista exclusiva con El Negro Morales, el sensacional noqueador tamaulipeco que anoche derrotó en el primer round a Carlitos Godoy, el hasta ayer invicto estilista de Gómez Palacio.

      Como todos ustedes saben, la carrera de este joven peleador ha sido meteórica. El Negro Morales se perfila como el gran prospecto de la temporada boxística. En dos años y medio de actividad sobre los rings ha participado en treinta combates, de los cuales ha ganado veintiocho, dieciséis de ellos por nocaut; empatado una pelea y perdido otra por decisión. ¡Una sola vez conoció la derrota este muchacho que nació para el triunfo!

      No creemos equivocarnos, amigos, al decir que ustedes también quedaron impresionados por el ponch, la velocidad y la decisión de este joven peleador que, estamos seguros, hará brillar su nombre al lado de los grandes campeones mexicanos. Con nosotros en el estudio, ¡El Negro Morales!

      6

      Terminó la instrucción militar. Los conscriptos rompieron filas. José Morales se alejó caminando a solas por la avenida bordeada de álamos. Enrique Altamirano le dio alcance:

      —Espérame. Vámonos juntos. Te invito a comer.

      —No, déjalo. Muchas gracias. Tengo que entrenar. El martes peleo en Durango.

      —Espérate