desconocen la noche de los muertos.
Al prescindir del viaje renunciaron al goce
de la resurrección
que habrán de disfrutar sus semejantes:
siemprevivas porque antes ya se han muerto,
perennes porque saben renacer como nadie.
3
Cuánto ocaso en el día que ya se va
y parece el primero en estar muriendo.
Son las últimas horas del gran ayer.
De mañana ignoramos todo.
4
Después de tanto hablar
guardemos un minuto de silencio
para oír esta lluvia que disuelve la noche.
La arena errante
LAS FLORES DEL MAR
Danza sobre las olas, vuelo flotante,
ductilidad, perfección, acorde absoluto
con el ritmo de la marea,
la insondable música
que nace allá en el fondo
y es retenida
en el santuario de las caracolas.
La medusa no oculta nada,
más bien despliega
su dicha de estar viva por un instante.
Parece la disponible, la acogedora
que sólo busca la fecundación
no el placer ni el famoso amor
para sentir: “Ya cumplí.
Ya ha pasado todo.
Puedo morir tranquila en la arena
donde me arrojarán las olas que no perdonan.”
Medusa, flor del mar. La comparan
con la que petrifica a quien se atreve a mirarla.
Medusa blanca como la Xtabay de los mayas
y la Desconocida que sale al paso y acecha,
desde el Eclesiastés, al pobre deseo.
¶ Flores del mar y el mal las medusas.
Cuando eres niño te advierten:
“Limítate a contemplarlas.
No las toques. Las espectrales
te dejarán su quemadura,
la marca a fuego que estigmatiza
a quien codicia lo prohibido.”
Y uno responde en silencio:
“Pretendo asir la marea,
acariciar lo imposible.”
Pero no: las medusas
no son de nadie celestial o terrestre.
Son de la mar que nunca será ni mujer ni prójimo.
Son peces de la nada, plantas del viento,
gasas de espuma ponzoñosa
(sífilis, sida).
En Veracruz las llaman aguas malas.
LA ARENA ERRANTE
[Otro poema de Veracruz]
Los misteriosos médanos cambiaban
de forma con el viento.
Me parecían las nubes que al derrumbarse por tierra
se transformaban en arena errante.
De mañana jugaba en esas dunas sin forma.
Al regresar por la tarde
ya eran diferentes y no me hablaban.
Cuando soplaba el Norte hacían estragos en casa.
Lluvia de arena como el mar del tiempo.
Lluvia de tiempo como el mar de arena.
Cristal de sal la tierra entera inasible.
Viento que se filtraba entre los dedos.
Horas en fuga, vida sin retorno.
Médanos nómadas.
Al fin plantaron
las casuarinas para anclar la arena.
Ahora dicen: “Es un mal árbol.
Destruye todo.”
Talan las casuarinas.
Borran los médanos.
Y a la orilla del mar que es mi memoria
sigue creciendo el insaciable desierto.
EL JUICIO
Ante el juez todos estamos indefensos. Él, en su silla alta, su escritorio de roble, su peluca, su mazo, su vestuario de sumo sacerdote. Nosotros, con la bata ridícula del enfermo al que hacen toda clase de exámenes para diagnosticar que ya no tiene remedio.
Animales de laboratorio ante el supremo experimentador, nos sabemos condenados de antemano. El fiscal termina su diatriba. Nos arroja una última mirada de cólera y desprecio. Nuestro defensor calla, anonadado por las fulminaciones de la parte enemiga. Sorprenden la acumulación de cargos y la ferocidad con que nos acusan de crímenes no cometidos.
Qué superioridad la del señor juez, con qué ojos de asesino desdén nos mira, cómo disfruta de nuestra humillación irremediable. Al fin nos sentencia primero a la picota y después al cadalso. Intentamos decir unas palabras. Los guardias nos cierran la boca con tizones. No tenemos derecho a nada. Entonces comprendemos que nuestro delito fue haber nacido.
TRES NOCTURNOS DE LA SELVA EN LA CIUDAD
1
Hace un momento estaba y ya se fue el sol,
doliente por la historia que hoy acabó.
Se van los pobladores de la luz. Los reemplazan
quienes prefieren no ser vistos por nadie.
Ahora la noche abre las alas. Parece un lago
la inundación, la incontenible mancha de tinta.
Mundo al revés cuando todo está de cabeza,
la sombra vuela como pez en el agua.
2
El día de hoy se me ha vuelto ayer.
Se fue entre los muchos
días de la eternidad —si existiera.
El día irrepetible ha muerto
como arena errante en la noche
que no se atreve a mirarnos.
Fuimos despojo
de su naufragio en la hora violenta,
cuando el sol no se quiere ir
y la luna se niega a entrar
para no vernos como somos.
3
Volvió de entre los muertos el halcón.
En los desfiladeros de la ciudad,
entre los montes del terror y las cuevas
de donde brotan las tinieblas,
se escuchan
un aleteo feroz, otro aleteo voraz
y algo como un grito pero muy breve.
Mañana