Laura Emilia Pacheco

El infinito naufragio


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en el abismo,

      donde al amanecer, contra la lumbre del sol,

      baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe

      con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.

      Qué belleza nocturna su esplendor si navega

      en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,

      para él cristalina y dulce.

      Pero en la playa que infestó la basura plástica

      esa joya carnal del viscoso vértigo

      parece un monstruo. Y están matando

      / a garrotazos / al indefenso encallado.

      Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte

      por la segunda asfixia que constituye su herida.

      De sus labios no mana sangre: brota la noche

      y enluta el mar y desvanece la tierra

      muy lentamente mientras el pulpo se muere.

      PERRA EN LA TIERRA

      La manada de perros sigue a la perra

      por las calles inhabitables de México.

      Perros muy sucios, cojitrancos y tuertos, malheridos

      y cubiertos de llagas supurantes.

      Condenados a muerte

      y por lo pronto al hambre y la errancia.

      Algunos cargan

      signos de antigua pertenencia a unos amos

      que los perdieron o los expulsaron.

      Y mientras alguien se decide a matarlos

      siguen los perros a la perra.

      La huelen todos, se consultan, se excitan

      con su aroma de perra.

      Le dan menudos y lascivos mordiscos.

      La montan

      uno por uno en ordenada sucesión.

      No hay orgía

      sino una ceremonia sagrada

      en estas condiciones más que hostiles:

      los que se ríen,

      los que apedrean a los fornicantes,

      celosos

      del placer que electriza las vulneradas pelambres

      y de la llama seminal encendida

      en la orgásmica vulva de la perra.

      La perra-diosa,

      la hembra eterna que lleva

      en su ajetreado lomo las galaxias, el peso

      del universo que se expande sin tregua.

      ¶ Por un segundo ella es el centro de todo.

      Es la materia que no cesa. Es el templo

      de este placer sin posesión ni mañana

      que durará mientras subsista este punto,

      esta molécula de esplendor y miseria,

      átomo errante que llamamos la Tierra.

      MOZART: QUINTETO PARA CLARINETE Y CUERDASEN “LA” MAYOR, K. 581

      La música llena de tiempo brota y ocupa el tiempo.

      Toma su forma de aire, vence al vacío

      con su materialidad invisible. Crece

      entre el instrumento y el don

      de tocar realmente su cuerpo de agua,

      fluidez que huye del tacto, manantial hecho azogue,

      porque inmovilizada sería silencio la música.

      La corriente de Mozart tiene

      la plenitud del mar y como él justifica el mundo.

      Contra el naufragio y contra el caos que somos

      se abre paso en ondas concéntricas

      el placer de la perfección, el goce absoluto

      de la belleza incomparable

      que no requiere idiomas ni espacio.

      Su delicada fuerza habla de todo a todos.

      Entra en el mundo y lo hace luz resonante.

      En Mozart y por Mozart habla la música:

      nuestra única manera de escuchar

      el caudal y el rumor del tiempo.

      MALPAÍS

      Malpaís: Terreno árido, desértico e ingrato; sin agua ni vegetación; por lo común cubierto de lava.

      FRANCISCO J. SANTAMARÍA,

       Diccionario de mejicanismos

      Ayer el aire se limpió de pronto

      y aparecieron las montañas.

      Siglos sin verlas. Demasiado tiempo

      sin algo más que la conciencia de que están allí circundándonos.

      Caravana de nieve el Iztaccíhuatl.

      Crisol de lava en la caverna del sueño,

      nuestro Popocatépetl.

      Ésta fue la ciudad de las montañas.

      Desde cualquier esquina se veían las montañas.

      Tan visibles se hallaban que era muy raro

      fijarse en ellas.

      Sólo nos dimos cuenta de que existían las montañas

      cuando el polvo del lago muerto,

      los desechos fabriles, la ponzoña

      de incesantes millones de vehículos

      y la mierda arrojada a la intemperie

      por muchos más millones de excluidos,

      bajaron el telón irrespirable

      y ya no hubo montañas. Pocas veces

      se deja contemplar —azul, inmenso— el Ajusco.

      Aún reina sobre el valle pero lo están acabando

      entre fraccionamientos, taladores y, lo que es peor, incendiarios.

      Lo creímos invulnerable. Despreciamos

      nuestros poderes destructivos.

      ¶ Cuando no quede un árbol,

      cuando ya todo sea asfalto y asfixia

      o malpaís, terreno pedregoso sin vida,

      ésta será de nuevo la capital de la muerte.

      En ese instante renacerán los volcanes.

      Vendrá de lo alto el gran cortejo de lava.

      El aire inerte se cubrirá de ceniza.

      El mar de fuego lavará la ignominia,

      se hará llama la tierra y lumbre el polvo.

      Entre la roca brotará una planta.

      Cuando florezca volverá la vida

      a lo que convertimos en desierto de muerte.

      Soles de lava, astros de ira, indiferentes deidades,

      allí estarán los invencibles volcanes.

      Miro la tierra

      LAS RUINAS DE MÉXICO

      (ELEGÍA