Laura Emilia Pacheco

El infinito naufragio


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observas? Sólo costras,

      pesadas cicatrices de un desastre.

      Sólo montañas de aridez, arrugas

      de una tierra antiquísima, volcanes.

      Muerta hoguera, tu tierra es de ceniza.

      Monumentos que el tiempo erigió al mundo,

      mausoleos, sepulcros naturales.

      Cordilleras y sierras nos separan.

      Somos una isla entre la sed, y el polvo

      reina sobre el encono y el estrago.

      Sin embargo, la tierra permanece

      y todo lo demás pasa, se extingue.

      Se vuelve arena para el gran desierto.

      LOS MUERTOS

      Quién impuso esta ley infame que obliga

      a confinarnos en atroces

      reservaciones de corrupción y olvido

      en que medra la zarza

      mientras los días opacan

      la menuda perpetuidad del mármol.

      Baja la noche por la enredadera

      y aquí abajo decimos a la muerte

      lo que el grano de arena susurra

      a la ola que lo alza en vilo.

      Vil sonido, como hachas

      en un bosque invisible:

      la desintegración

      de la carne que no retorna.

      Crueldad de abandonarnos a nuestros restos.

      Mejor el fuego

      o los cuervos de la montaña.

      Nada hay capaz de compensar

      la humillación de hundirse aquí abajo,

      pudriéndose

      sin que la caja funeral

      nos permita volver al polvo.

      INSCRIPCIONES EN UNA CALAVERA

      Si cuando vivos somos diferentes, en cambio

      todas las calaveras se parecen.

      Son la imagen y el fruto de la muerte.

      El cráneo con textura ya de marfil

      observa detenidamente la noche.

      Y visto al sesgo en el espejo parece

      un cascarón de huevo que ya dio alas

      a quien latía en su interior fecundante.

      Está vacío, ya es vacío, pero sin él

      no habría existido la existencia.

      Y sin decirlo quiere interrogarnos,

      hacer de nuevo las preguntas eternas:

      ¿Llevamos siempre adentro la propia muerte

      o (contra Rilke) carga el esqueleto

      pesadumbre de carne, corrupción

      sobre la calavera incorruptible?

      Es la piedra pulida por ese mar

      al que no vemos sino encarnado en sus obras.

      El tiempo hizo la mueca de este horror;

      también esculpe con su transcurrir

      la belleza del mundo. Y así pues,

      resulta un acto de justicia poner

      sobre su frente la gastada inscripción:

       Este cráneo se vio como hoy nos ve.

       Como hoy lo vemos

       nos veremos un día.

      Desde entonces

      EN RESUMIDAS CUENTAS

      ¿En dónde está lo que pasó

      y qué se hizo de tanta gente?

      A medida que avanza el tiempo

      vamos haciendo más desconocidos.

      De los amores no quedó

      ni una señal en la arboleda.

      Y los amigos siempre se van.

      Son viajeros en los andenes.

      Aunque uno existe para los demás

      (sin ellos es inexistente),

      tan sólo cuenta con la soledad

      para contarle todo y sacar cuentas.

      ANTIGUOS COMPAÑEROS SE REÚNEN

      Ya somos todo aquello

      contra lo que luchamos a los veinte años.

      DESDE ENTONCES

      Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda)

      en que estuvimos juntos meses enteros,

      desde el amanecer hasta la medianoche.

      Hablamos todo lo que había que hablar.

      Hicimos todo lo que había que hacer.

      Nos llenamos

      de plenitudes y fracasos.

      En poco tiempo

      incineramos los contados días.

      Se hizo imposible

      sobrevivir a lo que unidos fuimos.

      Y desde entonces la eternidad

      me dio un gastado vocabulario muy breve:

      “ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía”.

      Y nunca más, nunca más, nunca, nunca.

      EL ARTE DE LA GUERRA

       Winner take nothing

      Años de errar en el desierto. Salvé la vida porque el verdugo se compadeció y entregó el recién nacido a unos pastores. Cuando alcancé la mayoría de edad me dijeron: “Eres hijo del rey asesinado. Acaudilla a los desafectos, recobra lo que te pertenece.”

      Las tropas del impostor no me alcanzaron. Años de errar en el desierto. Me enseñaron el arte de la guerra las tribus mercenarias. Al invocar el nombre de mi padre levanté ejércitos. Tras veinte años de combate, gracias a la valentía de mis soldados y la astucia de mis lugartenientes, tomé la capital, hice pedazos al tirano y me senté en el trono que no se comparte.

      Ahora soy rey. No se lo deseo a nadie. En los ojos de cada uno de mis compañeros de lucha observo el odio y el brillo de la daga que tarde o temprano se clavará en mi espalda.

      AMISTAD

      Hay viejas amistades parecidas al odio. Nos conocemos y nos reflejamos. Cada uno descubre los móviles del otro. Ya no podemos engañarnos con desplantes o subterfugios. Mutuamente nos hemos vuelto incómodos testigos. Odiamos sabernos proyectos que no se cumplieron, realidades que contrarían lo que esperábamos de nosotros mismos.

      Reunirnos todos los días en el café se ha vuelto una obligación mecánica. Nada queda del afecto y la alegría compartida de los antiguos años. A la menor oportunidad sacamos las garras: módicos tigres condenados a dar vueltas en el mismo foso del zoológico hasta que se mueran de viejos o en un instante de sinceridad se entredevoren.

      Los trabajos del mar

      EL PULPO

      Oscuro dios de las profundidades,

      helecho, hongo, jacinto,

      entre