Laura Emilia Pacheco

El infinito naufragio


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un hombre que ha dejado de ser indefenso y falible.

      Ahora es el rey. No se parece a los mortales. La adulación

      edificó en su interior una estatua

      y él se siente como ella.

      De mármol es su carne

      y las palabras salen de su boca

      ya fijadas en bronce.

      En lugar de vivir,

      escribe con sus actos su biografía.

      El cortesano

      le dice en voz muy alta o en susurros: “Señor,

      eres el sabio, el justo, el infalible, el más fuerte.

      Y cuanto haces lo bendice tu pueblo.

      Tú jamás te equivocas, y si no aciertas

      aplaudiremos tus errores.

      No escucharás

      la ira de la turba ni el rezongo amarillo

      de la impotencia y de la envidia. Permítenos

      gozar el resplandor de tu corona.

      Que nos envuelva tu manto

      en el poder que es como el fuego sagrado.

      No pienses

      que muchos sufren por tus decisiones.

      ¿Acaso has meditado

      en los animales que dan

      su carne a tu banquete

      o en los árboles

      que fueron destruidos para hacer el papel

      en que se estampan tus decretos?

      ¶ ”Mañana serás polvo y error. Sobre ti

      descenderá el granizo de las condenas,

      la flecha incendiaria

      de las ballestas enemigas.

      Pero no importa: eres el rey,

      tuviste, tienes

      lo que cien mil disputan y uno solo conquista.

      En ti adquiere hueso y carne el poder.

      Disfrútalo

      porque sin él no serías nada.

      No serás nada

      cuando el poder, que también es prestado

      y no se comparte,

      salga de ti,

      encarne en otro y de nuevo

      seas como yo,

      el indefenso, el falible,

      el cordero entre zarzas que mira el trono

      y ve cernirse contra él y su pueblo

      la eterna sombra indestructible del buitre.”

      Ciudad de la memoria

      CARACOL

       Homenaje a Ramón López Velarde

      1

      Tú, como todos, eres lo que ocultas. Adentro

      del palacio tornasolado, flor calcárea del mar

      o ciudadela que en vano

      tratamos de fingir con nuestro arte,

      te escondes indefenso y abandonado,

      artífice o gusano: caracol

      para nosotros tus verdugos.

      2

      Ante el océano de las horas alzas

      tu castillo de naipes,

      vaso de la tormenta,

      recinto de un murmullo nuevo y eterno,

      huracán que el océano deslíe en arena.

      3

      Sin la coraza de lo que hiciste, el palacio real

      nacido de tu genio de constructor,

      eres tan pobre como yo,

      como cualquiera de nosotros.

      No tienes fuerza y puedes levantar

      una estructura misteriosa insondable.

      Nunca terminará de resonar al oído

      lo que esconde y preserva tu laberinto.

      4

      En principio te pareces a los demás: la babosa,

      el caracol de cementerio.

      Eres frágil como ellos y como todos.

      Tu fuerza reside

      en el prodigio de tu concha,

      evidente y recóndita manera

      de estar aquí en este mundo.

      5

      Por ella te apreciamos y te acosamos. Tu cuerpo

      no importa mucho y ya fue devorado.

      Ahora queremos autopsiarte en ausencia,

      hacerte mil preguntas sin respuesta.

      6

      Defendido del mundo en tu externo interior

      que te revela y encubre,

      eres el prisionero de tu mortaja,

      expuesto como nadie a la rapiña.

      Durará más que tú, provisional habitante,

      tu obra mejor que el mármol,

      tu moral de la simetría.

      7

      A vivir y a morir hemos venido.

      Para eso estamos.

      Nos iremos sin dejar huella.

      El caracol es la excepción.

      Qué milenaria paciencia

      irguió su laberinto erizado,

      la torre horizontal en que la sangre del tiempo

      se adensa en su interior y petrifica el oleaje,

      mares de azogue opaco en su perpetua fijeza.

      Esplendor de tinieblas, lumbre inmóvil,

      la superficie es su esqueleto y su entraña.

      8

      Ya nunca encontrarás la liberación:

      habitas el palacio que secretaste.

      Eres él. Sigues aquí por él.

      Estás para siempre

      envuelto en un perpetuo sudario:

      tiene impresa la huella de tu cadáver.

      9

      Pobre de ti, abandonado, escarnecido, tan frágil

      si te desgajan de tu interior que también es tu cuerpo,

      la justificación de tu invisible tormento.

      Cómo tiemblas de miedo a la intemperie

      de los dominios en que eras rey

      y las olas te veneraban.

      10

      Del habitante nada quedó en la playa sombría.

      Su obra

      vivirá un poco más

      y al fin también se hará polvo.

      11

      Cuando