Laura Emilia Pacheco

El infinito naufragio


Скачать книгу

antes que el mundo

      supiera que es la música el lamento

      de la hora sin regreso, de los seres

      que el instante desgasta a cada instante.

      4

      Sobre un espacio del segundo el tiempo

      deja caer la luz sobre las cosas.

      5

      Ya devorado por la tarde el tigre

      se hunde en sus manchas,

      sus feroces marcas,

      legión perpetua que lo asedia, hierba,

      hojarasca, prisión

      que lo hace tigre.

      6

      Cierra los ojos, mar.

      Que tu mirada

      se vuelva hacia la noche

      honda y extensa,

      como otro mar de espumas y de piedras.

      El reposo del fuego

      14

       (Las palabras de Buda)

      Todo el mundo está en llamas.

      Lo visible

      arde y el ojo en llamas lo interroga.

      Arde el fuego del odio.

      Arde la usura.

      Arde el dolor.

      La pesadumbre es llama.

      Y una hoguera es la angustia

      en donde arden

      todas las cosas:

      Llama,

      arden las llamas,

      fuego es el mundo.

      Mundo y fuego

      Mira

      la hoja al viento,

      tan triste,

      de la hoguera.

      No me preguntes cómo pasa el tiempo

      MANUSCRITO DE TLATELOLCO

      (2 DE OCTUBRE DE 1968)

      Cuando todos se hallaban reunidos

      los hombres en armas de guerra cerraron

      las entradas, salidas y pasos.

      Se alzaron los gritos.

      Fue escuchado el estruendo de muerte.

      Manchó el aire el olor de la sangre.

      La vergüenza y el miedo cubrieron todo.

      Nuestra suerte fue amarga y lamentable.

      Se ensañó con nosotros la desgracia.

      Golpeamos los muros de adobe.

      Es toda nuestra herencia una red de agujeros.

      Eran las seis y diez. Un helicóptero

      sobrevoló la plaza.

      Sentí miedo.

      Cuatro bengalas verdes.

      Los soldados cerraron

      las salidas.

      Vestidos de civil, los integrantes

      del Batallón Olimpia

      —mano cubierta por un guante blanco—

      iniciaron el fuego.

      En todas direcciones

      se abrió fuego a mansalva.

      Desde las azoteas

      dispararon los hombres de guante blanco.

      Disparó también el helicóptero.

      Se veían las rayas grises.

      Como pinzas

      se desplegaron los soldados.

      Se inició el pánico.

      ¶ La multitud corrió hacia las salidas

      y encontró bayonetas.

      En realidad no había salidas:

      la plaza entera se volvió una trampa.

      —Aquí, aquí Batallón Olimpia.

      Aquí, aquí Batallón Olimpia.

      Las descargas se hicieron aun más intensas.

      Sesenta y dos minutos duró el fuego.

      —¿Quién, quién ordenó todo esto?

      Los tanques arrojaron sus proyectiles.

      Comenzó a arder el edificio Chihuahua.

      Los cristales volaron hechos añicos.

      De las ruinas saltaban piedras.

      Los gritos, los aullidos, las plegarias

      bajo el continuo estruendo de las armas.

      Con los dedos pegados a los gatillos

      le disparan a todo lo que se mueva.

      Y muchas balas dan en el blanco.

      —Quédate quieto, quédate quieto:

      si nos movemos nos disparan.

      —¿Por qué no me contestas?

      ¿Estás muerto?

      ¶ —Voy a morir, voy a morir.

      Me duele.

      Me está saliendo mucha sangre.

      Aquél también se está desangrando.

      —¿Quién, quién ordenó todo esto?

      —Aquí, aquí Batallón Olimpia.

      —Hay muchos muertos.

      Hay muchos muertos.

      —Asesinos, cobardes, asesinos.

      —Son cuerpos, señor, son cuerpos.

      Los iban amontonando bajo la lluvia.

      Los muertos bocarriba junto a la iglesia.

      Les dispararon por la espalda.

      Las mujeres cosidas por las balas,

      niños con la cabeza destrozada,

      transeúntes acribillados.

      Muchachas y muchachos por todas partes.

      Los zapatos llenos de sangre.

      Los zapatos sin nadie llenos de sangre.

      Y todo Tlatelolco respira sangre.

      —Vi en la pared la sangre.

      —Aquí, aquí Batallón Olimpia.

      ¶ —¿Quién, quién ordenó todo esto?

      —Nuestros hijos están arriba.

      Nuestros hijos, queremos verlos.

      —Hemos visto cómo asesinan.