hace más de cien años, la filosofía, en su camino hacia una modernidad radical, se esfuerza por desvanecer el espejismo idealista del cartesianismo y ahuyentar las quimeras de la subjetividad absoluta en beneficio de una inteligencia encarnada. Existencialidad en vez de sustancialidad; resonancia en vez de autonomía; percusión en vez de fundamentación.
¿Puede activarse el pensamiento oyente con métodos lógicos? ¿Es el oír como tal algo que podamos excitar u ocasionar a voluntad? ¿Podemos ir más allá de pedirle al oído que escuche? Juzguen ustedes mismos:
I éja
Alo
Myu
Ssírio
Ssa
Schuá
Ará
Niíja
Stuáz
Brorr
Schjatt
Ui ai laéla – oía ssísialu
To trésa trésa trésa mischnumi
Ia lon schtazúmato
Ango laína la
Lu liálo lu léiula
Lu léja léja hioleíolu
A túalo mýo
Myo túalo
My ángo Ina
Ango gádse la
Schia séngu ína
Séngu ína la
My ángo séngu
Séngu ángola
Mengádse
Séngu
Iná
Leíola
Kbaó
Sagór
Kadó
¿Kadó? ¿Cadeau? Tal vez convenga aprender mejor el arte de aceptar regalos o puras dávidas. El texto citado es el último «movimiento» de Ango Laïna, una especie de cantata fonética para dos voces que escribió en 1921 Rudolf Blümner, quien la llamó «poema absoluto». El Ango Laïna demostraba lo que la poesía puede ser después de emanciparse del léxico, la gramática, la retórica y la fonética de la lengua alemana. De las reflexiones poetológicas del poeta se desprende que su ataque antisemántico tiene por modelo la nueva música. Quería liberar definitivamente al lenguaje poético de la maldición de significar. La espontánea combinación de vocales y consonantes debía recrear una fuerza original de la formación de las palabras. Liberado de la esclavitud semántica, el sonido sale de las sombras y se da a oír con una frescura y una desnudez inauditas. Como no recuerda a nada que posea un significado, el poema puede apelar al oído en que penetra como por primera vez. Pero, al hacerlo, crea un nuevo un significado: sólo estoy para ser escuchado; soy un texto que trae al mundo la buena nueva del no-significar. De ese modo el poema exhibe coqueto, quizá también un poco modesto, su audibilidad y se ofrece al público como un regalo gracioso. Mas, precisamente por eso, queda en la mayoría de los posibles oyentes fuera del alcance de su oído, pues para ellos sólo caben inicialmente dos reacciones básicas: o bien se hacen los sordos ante la figura acústica porque no tardan en «descubrir» que es un texto sin sentido, o bien no advierten la presencia de las frescas sílabas porque, divertidos o no, «entienden» el texto –que aquí significa formarse la idea correcta de que el texto carece de significado–. ¿Qué se sigue de esto? Simplemente que también un poema como este, con su apuesta por la audibilidad pura, no puede forzar a nadie a oír en ninguna circunstancia. El ser sonido de los sonidos debe esperar al ser oído del oído, con el riesgo habitual de la inutilidad. También el imperativo auditivo de la poesía –¡escucha, que esta vez no puedes hacer otra cosa que escuchar!– debe reducirse a las preguntas: ¿oyes?, ¿has oído? No se puede hacer de una pregunta una orden sin destruir la audición. El sonido ofrecido es gratuito. También la demanda moralizante de una «nueva audición» –que durante mucho tiempo ha contaminado la atmósfera de la nueva música– sólo conduce a la experiencia de que el oído únicamente puede ser despertado en el modo de la oferta de oírse a sí mismo con el nuevo sonido.
2. Percusión, vibración, flotación
La idea de que la subjetividad no es fundamental sino de naturaleza medial no se impuso de la noche a la mañana. Rastrearé en dos textos sobresalientes de Hegel y Heidegger huellas del gran crespúsculo de los medios, en el curso del cual un pensamiento resonante y tembloroso se despega del pensamiento razonador y constructor.
En el capítulo antropológico de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel (1830), concretamente en la sección sobre el «el alma sintiente», se encuentran algunas formulaciones que, con los medios de la psicología filosófica, se anticipan en más de ciento cincuenta años a los desarrollos de la moderna psicología profunda. Hegel articula por vez primera la idea de que un alma aun completamente vacía, sin experiencias, insensible y, por ende, indefinida, es permeada y modulada por las vibraciones del medio materno. En el §403 se lee:
Todo individuo es una riqueza infinita de determinaciones de la sensibilidad, representaciones, conocimientos, pensamientos, etc.; pero yo soy por eso, sin embargo, algo enteramente simple: un pozo sin determinaciones en el que todo eso se conserva, sin existir.
El alma es en sí la totalidad de la naturaleza, como alma individual es mónada.
De esto se da en el § 405 una interesante explicación lógica:
La individualidad que siente es primeramente, desde luego, un individuo monádico, pero en cuanto inmediato no lo es todavía como ello mismo, no es sujeto reflejado hacia sí y es por ello pasivo. De este modo, su individualidad afectada de mismidad es un sujeto distinto de él, que puede ser [lo] incluso como otro individuo por cuya mismidad [el primer individuo] es íntimamente puesto en vibración y enteramente determinado sin ofrecer resistencia alguna, como una sustancia que es solamente predicado sin autosuficiencia; este sujeto puede, por tanto, llamarse su genio.
Lo que aquí puede haber quedado oscuro, se vuelve transparente en el corolario al mismo parágrafo:
Esta es […] la relación del niño en el cuerpo de la madre; una relación que no es meramente corporal ni meramente espiritual, sino psíquica, es decir, del alma. Hay dos individuos y, sin embargo, están en una unidad psíquica inseparada; uno de ellos no es aún uno mismo, todavía no es impenetrable, sino algo que no ofrece resistencia; el otro es su sujeto, el sí mismo singular de ambos. – La madre es el genio del niño...[18].
Con la palabra vibración se alude, en medio de la construcción idealista, a un temblor existencial y psicológico profundo que, en el curso de la investigación psicológica de los siglos XIX y XX, ha ido aclarándose contra las más tenaces oposiciones. Sin participar de estos temblores no hay una contemporaneidad intelectual. Pero lo que Hegel aún no advierte es que el niño en el cuerpo materno no es solamente un medio vibratorio pasivo para su animación por el espíritu materno, sino que, durante el desarrollo de su oído, se orienta de suyo, de un modo en cierto modo espontáneo, preactivo, al mundo sonoro que descubrirá, como madre o no-madre. El nacimiento auditivo del niño precede, como hoy sabemos, en unos meses al nacimiento físico. La embriología filosófica de Hegel establece audazmente una conexión entre el antiguo concepto de genio y el estado más avanzado de la exploración burguesa del alma, el llamado magnetismo animal, que procede de Mesmer y su escuela[19]. Hegel se remonta, desde el concepto moderno de genio, a la fuente latina de esta expresión y hace transparente su estructura psicológica. Tener un genio es, según la concepción antigua, albergar dentro de sí, en el recipiente de la propia interioridad o en el aparato fonador, otro espíritu. El individuo genial es anfitrión de un poder resonante y es capaz de cosas extraordinarias, pues ser morada de un espíritu superior hace posible la emisión de epifanías en una individualidad