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E-Pack Escándalos - abril 2020


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levantado de la cama.

      —Lo desconozco, milord —respondió, como si la pregunta le degradara.

      El muy cretino.

      —Entérese. Si aún no han desayunado, quiero que bajen aquí y desayunen en esta habitación. Los niños y su institutriz.

      Tenía que verlos, asegurarse de que la noche que tanto le había afectado a él no les había hecho aún más daño a ellos.

      Y tenía que ver a Anna.

      Tippen adoptó una expresión reprobadora pero se inclinó.

      —Muy bien, milord.

      Unos minutos después, un criado apareció con más servicios.

      —El señor Tippen me ha dicho que milord desea que los niños desayunen aquí.

      —Gracias, eh…

      No sabía el nombre de aquel criado.

      —Wyatt, milord.

      —Wyatt.

      Otra tarea que tenía pendiente: aprenderse el nombre del servicio.

      Wyatt se retiró a un rincón de la sala mientras Brent se terminaba su segunda taza de té. La puerta se abrió y Anna… la señorita Hill entró, seguida por los niños.

      Brent se levantó.

      —Buenos días.

      La miró a los ojos, pero su expresión no revelaba nada.

      —¿Nos vas a castigar? —preguntó Dory, en su tono cierta nota desafiante.

      —¿Castigaros? —¿habría hecho algo la noche anterior que pudiera haberles sugerido tal cosa?—. No. En absoluto. Quería vuestra compañía, eso es todo.

      —Ah.

      La niña se encaramó a una silla, y la mesa le quedó a la altura de la barbilla.

      Anna se volvió al criado.

      —Wyatt, creo que a lady Dory le vendría bien un grueso cojín.

      —Enseguida, señorita.

      Salió.

      No miró a Brent, pero le dijo:

      —Siéntese, por favor —y dirigiéndose a los niños, añadió—: Vamos a ver qué hay aquí para desayunar.

      Dory se bajó de la silla y eligió con decisión, mientras que Cal señaló tímidamente lo que quería.

      Cuando volvieron a la mesa, Dory tenía ya su cojín.

      Anna volvió a dirigirse a Brent.

      —¿Desea que le prepare un plato, milord?

      ¿Qué había en su tono? ¿Aspereza? ¿Ultraje?

      —Un poco de pan y mantequilla quizá.

      Desde luego nada de arenques.

      Cuando le dejó el plato delante por fin consiguió captar su mirada.

      —¿Os debo una disculpa, señorita Hill?

      Ella se sonrojó.

      —Conmigo no tiene esa clase de obligación, milord.

      ¿Qué significaban sus palabras? No podía estar seguro y tampoco podía pedirle que se lo aclarara delante de los niños. Tendría que haberle pedido que se vieran a solas un momento. Pero es que también quería ver a los niños.

      La señorita Hill se preparó también su plato y cuando por fin se sentó a la mesa y todos comenzaron a comer, nadie habló. Brent recordó entonces las innumerables mañanas en que se había sentado con su abuelo en aquella misma estancia sin que hubiera entre ellos nada más que un silencio opresivo. Con Eunice, el silencio estaba siempre salpicado del inconfundible desdén que le inspiraba todo lo suyo.

      No estaba dispuesto a que sus hijos se imaginaran por su cuenta lo que no se decía con palabras.

      —¿Por qué has pensado que veníais aquí porque quería castigaros? —le preguntó a Dory.

      Sus ojazos azules lo miraron por encima del jamón y del pan tostado.

      —Porque anoche te despertamos. Molestamos mientras dormías.

      Brent oyó las palabras de Eunice en los labios de su hija y miró a Cal, que los observaba con cautela.

      Brent se inclinó hacia él.

      —Anoche tuviste una pesadilla. ¿Recuerdas que te despertaste?

      El chiquillo negó con la cabeza.

      Brent se animó. Era la primera vez que se establecía comunicación entre ellos.

      —Dory nos contó que sueñas con mamá. ¿Recuerdas si anoche soñabas también con ella?

      Cal palideció y volvió a negar.

      Brent puso deliberadamente su atención en untar de mantequilla su tostada.

      —Tengo entendido que tu madre dijo que os mataría si rompíais algo. Un jarrón, por ejemplo —dijo, fingiendo concentración en la tarea de untar mantequilla—. Se equivocaba, ¿sabes? Yo no mato a los niños por romper cosas; ni tampoco pego. Yo también fui niño una vez, y sé que a veces se rompen cosas sin querer.

      Miró a Anna y ella asintió levemente, lo cual le animó a seguir.

      —Jamás se me ha ocurrido pensar en matar a un niño, en ninguna circunstancia, y tampoco pegarle. De no haber estado lejos de aquí y tan ocupado con las cosas de la guerra, se lo habría prohibido también a vuestra madre. Se equivocó haciéndolo, pero al parecer ella misma se dio cuenta de su error y lamentó su proceder.

      Dory tenía los ojos abiertos como platos y el color volvió a las mejillas de Cal.

      Menos mal que había sido capaz de hacer algo bien.

      —¿Y vas a volver a la guerra? —preguntó Dory, ladeando la cabeza.

      Cal elevó al techo la mirada al oír la pregunta de su hermana. Debía saber que la guerra había terminado.

      Brent le guiñó un ojo a su hijo y tomó un bocado de pan antes de contestar.

      —La guerra ya ha terminado, Dory.

      Hubiera querido decirles que tenía pensado quedarse un tiempo en Brentmore, que le encantaría darles más paseos en su caballo y compartir con ellos más comidas, pero no sabía si lo que había hecho la noche anterior podía hacer imposible su presencia allí. Tenía que hablar con Anna.

      Había un sinfín de razones por las que no quedarse. Económicas principalmente, aunque su administrador podía ocuparse de la mayoría de ellas. El parlamento seguía trabajando, pero podía trabajar tras las bambalinas si lo quería. La señorita Rolfe…

      Dios bendito, ¿la habría traicionado también a ella seduciendo a la institutriz? Era un hombre prometido y no sería mejor que Eunice si se acostaba con una mujer estando comprometido con otra.

      Pero quizá no fuera así. Tenía que averiguarlo. Pero aunque no hubiera hecho nada reprochable, su ausencia incomodaría a los Rolfe. Escribiría a su primo pidiéndole que explicara su repentina ausencia a la señorita Rolfe y a su padre.

      Estaba dispuesto a traspasar los fondos que fueran necesarios si lord Rolfe lo necesitaba con urgencia, de modo que no había prisa para fijar una fecha de boda.

      Quería quedarse y ayudar a los niños si podía. Todo dependía de Anna.

      —Si no te tienes que volver a la guerra, ¿nos darás otro paseo en tu caballo? —le preguntó su hija, pestañeando rápidamente.

      Volvió a recordarle a Eunice, pero intentó no fruncir el ceño.

      —Hoy está lloviendo, Dory —contestó, señalando a la ventana.

      —Y