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E-Pack Escándalos - abril 2020


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no va a poder ser, pero luego subo a daros las buenas noches.

      Dory se llevó un dedo a la boca, pero Anna no le dijo nada. Tampoco se molestó en darle las buenas noches al señor Parker.

      Siguieron a la señora Jones hasta el tercer piso.

      —Hemos preparado una habitación de estudio y otra alcoba. Hay otra más pequeña para Eppy y otra para usted, señorita Hill. Espero que todo esté de su gusto.

      —Seguro que lo estará. A lord Cal y a lady Dory les encantará dormir en la misma habitación. Todo es nuevo para ellos.

      La señora Jones sonrió.

      —El marqués ha dado instrucciones muy específicas. También ha dispuesto que una doncella se ocupe de atenderlos. Le pediré que suba en cuanto se hayan instalado.

      —Qué considerado por su parte.

      Tanta amabilidad se lo hacía todo más difícil. Ojalá hubiera seguido siendo el hombre arisco y severo que había conocido en aquella casa. Le resultaría mucho más fácil.

      Qué tontería… estaba demasiado cansada.

      Las habitaciones estaban bien, pero el estudio resultaba un poco escaso. Habían traído sus pizarras y sus tizas, los cuadernos de dibujo y algunos libros, pero no iba a ser suficiente.

      Su cena consistió en carne asada y pastel de ciruelas, y un termo con leche caliente para que se lo tomaran antes de acostarse.

      Tal y como había prometido, lord Brentmore acudió a darles las buenas noches. Los arropó y los besó en la frente con una ternura que le encogió del corazón a Anna.

      Iba a salir ya de la habitación cuando le susurró a ella:

      —¿Puedo hablar con usted un momento?

      Ella asintió y se despidió rápidamente de los niños.

      —Ya sabéis qué habitación es la mía y cuál la de Eppy, de modo que venid a buscarnos si necesitáis algo durante la noche —les dijo antes de salir.

      El corredor era estrecho, de modo que quedaron más cerca el uno del otro de lo que le habría gustado.

      —¿Cómo están los niños?

      —Dory está muy apagada y Cal no ha dicho ni una palabra, ni siquiera a su hermana, pero creo que todo ello se debe al cansancio.

      Él frunció el ceño.

      —¿He cometido un error al invitarlos a venir conmigo?

      Quizás hubiera sido mejor dejarlos en el campo, acostumbrándose a su ausencia.

      —Si soy capaz de entretenerlos no lo será, pero no hay nada aquí en qué ocuparlos.

      —Yo me refería a si… no importa. ¿Qué quiere decir con que no hay nada?

      —No hay juguetes, ni bloques de construcción, juegos o rompecabezas. Tampoco hay muñecas ni soldados.

      —Juguetes —repitió pensativo, frotándose el cuello—. ¿Cómo no se me ha ocurrido pensar en eso? Lo remediaremos mañana por la mañana.

      Ella asintió.

      —Pero… ¿cómo está usted, Anna? —le preguntó alargando el brazo como si fuera a tocarla—. ¿Ha sido muy duro el viaje?

      Debía estar hecha un asco, pero en el fondo daba igual. No podría soportar ver admiración en sus ojos.

      —Necesito descansar, eso es todo.

      Parecía preocupado.

      —He de volver con Parker. ¿Estará bien aquí? Por favor, pídale al servicio cualquier cosa que pueda necesitar.

      Ella asintió.

      —Buenas noches, milord —replicó en un tono más cortante de lo que pretendía.

      Se dio la vuelta pero él la sujetó por un brazo, e inmediatamente sus sentidos se despertaron. La pasión que tanto le había costado domesticar volvió con tanta fuerza como antes.

      Él debió sentirlo también porque iba a acercarse a ella pero la soltó.

      —Quiero disculparme por la grosería del señor Parker —le dijo.

      Ella se rozó el brazo donde él la había tocado.

      —Soy una simple institutriz. No esperaba más de él.

      —Yo sí —respondió acalorado—. En cualquier caso, mañana cenaremos juntos usted y yo.

      Ella inclinó la cabeza.

      —Como desee.

      Pero él le buscó la mirada.

      —Anna… —susurró.

      —Buenas noches, milord —murmuró ella volviéndole la cara, y entró a toda prisa en su habitación.

      A la mañana siguiente, después de desayunar, Brent se llevó a Anna y a los niños al Arca de Noé, la tienda de juguetes del señor Hamley en High Holborne Street.

      Cuando entraron, Dory exclamó:

      —¡No había visto nada así en mi vida!

      ¿Quién podría culparla? Aquella tienda era el paraíso de los niños. Del techo al suelo, las paredes estaban llenas de juguetees. Toda una pared honraba el nombre de la tienda con infinitas variedades del Arca de Noé. Otra estaba llena de muñecas. Otra, de peonzas y balones, y la última con juguetes de exterior.

      Cal no decía nada pero miraba con los ojos tan abiertos como su hermana. Ni siquiera Brent había podido permanecer inmune. Recordaba lo bien que se lo había pasado jugando con las canicas de arcilla que le hacía su daideó.

      ¿Dónde andarían? Las había escondido para que el marqués no se las encontrara y había conseguido traérselas a Inglaterra con él, pero a lo largo del tiempo les había perdido la pista.

      Miró entonces a Anna, pero su expresión era indescifrable. ¿Estaría pensando en los juguetes de su infancia también? Sin duda lord y lady Lawton habrían obsequiado a su hija con muñecas, juegos de té y toda clase de juguetes que las niñas desearan, pero también era posible que hubiera jugado siempre con juguetes que nunca eran suyos.

      Anna acompañaba a Dory mientras recorrían las estanterías de las muñecas, más de las que la niña podía contar.

      Algunas eran de madera pintada, otras de cera, tan reales que parecían capaces de pedir comida de un momento a otro. En el suelo había una enorme casa de muñecas, con su mobiliario en miniatura tan detallado que podías imaginarte viviendo allí a todo confort, siempre que pudieras encoger, claro. Anna se agachó con la niña y hablaron de la familia: padre y madre en el salón y los niños en sus habitaciones con la institutriz.

      Brent se acercó a ellas.

      —¿Te gustaría tener una casa de muñecas, Dory?

      La niña suspiró.

      —¡Ya lo creo!

      —¿Se la compro? —le preguntó a Anna—. ¿Le parece adecuada?

      —Se ha enamorado de ella.

      Se la compraría aunque solo fuera porque ella lo aprobaba.

      —¡Por favor! —alzó la voz para que el comerciante los atendiera.

      Un caballero que estaba atendiendo a una señora hizo un gesto a un ayudante para que ocupase su lugar.

      —¿En qué puedo ayudarle, milord?

      Siempre le había sorprendido a Brent cómo los comerciantes eran capaces de saber quién tenía título y quién no.

      —Quiero la casa de muñecas y todo lo que hay en ella, embalado y entregado en mi casa esta tarde, si es posible.