Rafael Gómez Pérez

La verdad en los tiempos de la posverdad


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otra en el segundo domingo de Adviento. El tema de las disputationes (salvo las de quodlibet, a elegir) se sabía de antemano.

      Llegado el día fijado, el maestro proponía la cuestión que había sido objeto de un previo estudio por parte de la mayoría de los asistentes. En nuestro caso, se trata de Tomás, que pregunta: Disputatur utrum veritas creata sit inmutabilis. Empezaba la serie de argumentos en contra (opponens) por parte de los Maestros o bachilleres presentes. Quien sostenía la tesis contraria se oponía a la vez y contestaba a estas objeciones (responsio). El Maestro seguía el hilo de la discusión y al final, con la determinatio zanjaba definitivamente el problema... si tenía la altura suficiente para zanjar definitivamente el problema.

      La disputatio era, pues, algo dinámico, que obedecía a un interés real, era una derivada de un ambiente intelectual de verdad implicado en la resolución de estas interrogaciones filosóficas o teológicas. Cuando se anunció la disputatio Utrum veritas creata sit inmutabilis no se pensó que este problema tenía idéntica trascendencia que preguntarse, por ejemplo, Utrum Michaël Archangelis sit maior quam Gabriel, si el arcángel Miguel es mayor que Gabriel.

      Se desvalorizó la quaestio disputata cuando la decadencia de la escolástica trajo consigo la decadencia de sus instituciones pedagógicas. Sin embargo, sería anti-histórico creer que buscar una solución a la pregunta “si la verdad es inmutable” en el siglo XIII era una exigencia vital porque la crisis de la época lo exigía.

      El siglo XIII no es el siglo XX. La solución de Tomás, su determinatio en el problema de la inmutabilidad o mutabilidad de la verdad creada, posee, como toda verdad a la que llega el hombre, una cara inmutable, y otra histórica, temporal, mudable. Esta última es la de su siglo, no en el sentido de que el siglo XIII impusiera ciertas condiciones, sino en otro más profundo: son esas condiciones, esas modalidades que se dieron en el siglo XIII las que caracterizan y dibujan las soluciones del siglo XIII. Por eso es interesante intentar por lo menos un ensayo sobre cómo valoraría santo Tomás el problema Utrum veritas creata sit inmutabilis. Antes sin embargo, convendrá ver qué cambios externos introduce en De Veritate respecto al Comentario a las Sentencias, cambios que, por lo demás, vienen exigidos por la misma naturaleza de la cuestión.

      [1] Cfr. FOREST, A., La constitution métaphysique de l’être fini, Paris 1932, pp, 331-36., donde se recogen citas explícitas de Avicena en estas primeras obras de santo Tomás.

      [2] Comentario a In de Coelo et mundo, lect. 22, n. 228.

      [3] En Fontes Vitae S. Thomae. PRÜMMER, M.H., Laurent Sr. Maximin, Tolosae, 1927-37, pp. 398-399.

      [4] Otras traducciones de los Salmos no se refieren a las verdades. Así, por ejemplo, la de M. GARCÍA CORDERO, en Libros de los Salmos, edición bilingüe, BAC, Madrid, 1963: «Porque no hay piadosos, ya no hay fieles entre los hijos de los hombres». Pero santo Tomás lee “veritates”, de ahí su inclusión en este contexto.

      [5] DENIFFLE, obra citada, p., 366.

      [6] Según Synave, P., La révélation des vérités divines naturelles d´aprés St. Thomas d’Aquin, Paris Mélanges Mandonnet, I, 1930., pp. 335-357) el orden cronológico de las cuestiones De Veritate es este: 1256: q.1- q. 3, a.5. q.3, a. 6, q. 12, a. 8., q.12, a. 9, q. 24, a. 4. 1259 q.24, a. 5- q. 29.

      [7] Cfr. Deniffle, Obra citada, I, p. 321.

      [8] Al ejemplo de las que sostuvieron Abelardo y Roscelin o san Bernardo con Abelardo.

      ESTUDIO COMPARATIVO DEL COMENTARIO A LAS SENTENCIAS Y EL DE VERITATE

      LA GRANDEZA DE SAN AGUSTÍN estriba en gran parte en su concepción modo divino de toda verdad humana. Verdad tiene para él un significado inefable, que no puede dejar de referirse a la verdad divina, esa Verdad que resume todas las otras verdades en las que conocemos y juzgamos.

      Cuando escribe De Vera Religione, sienta como premisa: «Repudiatis igitur qui neque in sacris philosophantur, nec in philosophia consecrantur», repudiados quienes al tratar de lo sacro no usan filosofía, ni ven la filosofía a la luz del misterio[1]. Tomás en cambio, cuando quiere tratar de la verdad fuera de un contexto teológico, empieza —aunque resulte paradójico— por el principio; «Movetur quaestio de veritate, et primo quaerendum est, quid sit veritas»[2].

      El enfoque de la cuestión es más filosófico que en san Agustín, y más filosófico también que en su anterior Comentario al Libro de las Sentencias. Siempre presente, como es claro, que no falta la referencia a algo teológico (en este caso la q. 2, De Scientia Dei). Comparando la cuestión de la inmutabilidad de la verdad humana en el Comentario a las Sentencias y en De Veritate, se pueden señalar las siguientes diferencias externas:

      1 En el Comentario el tema es parte mínima de una prueba sobre la igualdad de las tres divinas Personas. En De Veritate el tema se trata explícitamente y como tal.

      2 En el Comentario están unidas las cuestiones de la eternidad y la inmutabilidad. En el De Veritate se separan.

      3 En el Comentario se pregunta si hay muchas verdades eternas. En el De Veritate, si la verdad creada es inmutable.

      Dejando el punto 1, suficientemente claro en sí, puede preguntarse por qué al separar la cuestión de la eternidad de la verdad de la de la inmutabilidad (separación lógica: es distinta la razón de la eternidad de la de la inmutabilidad), no se trata antes de esta, la inmutabilidad, que de aquella.

      La razón de eternidad sigue a la de inmutabilidad, pudiéndose decir que eternidad es la duración del ser inmutable[3]. Según la famosa definición boeciana, la eternidad no sería «interminabilis vitae tota simul ac perfecta posessio, simultánea y perfecta posesión de una vida interminable», si no se diera antes la inmutabilidad, que asegura la interminabilidad. Si hubiera posibilidad de mutación, la posesión no sería ni interminable, ni perfecta ni simultánea. Pero esto, que en rigor lógico es necesario clarificar cuando se trata de los atributos divinos, no fue el tema de la pregunta tomista ni en el Comentario a las Sentencias (dist. 19. q. 5, a. 3) ni en el De Veritate, (q. 1. a. 6).

      En el primer pasaje a santo Tomás preocupa casi exclusivamente que no haya sino una verdad eterna: la divina, y de paso añade que solo la verdad divina es también inmutable. En el De Veritate le sigue preocupando el mismo problema: en el artículo 5 de la cuestión 1 se pregunta: Si alguna verdad, además de la divina, es eterna. Pero a continuación (q. 1, a. 6) interroga: Si la verdad creada es inmutable.

      Tomás abandona aquí como temática la verdad divina: el problema que se plantea es pura y simplemente filosófico. Se habla explícitamente de la verdad creada, cosa por lo demás muy lógica, si en el artículo anterior se demostró que ninguna verdad, fuera de la verdad divina, es eterna. Pero puede surgir una duda: es cierto que la verdad humana no es eterna «porque la misma cosa o el intelecto, en el que se dan las verdades, no son eternos» q. 1, art. 5, la misma solución que dio en el Comentario a las Sentencias; pero puede ser que lo que afirmo —aunque exista en el tiempo—, la verdad que alcanzo, sea verdad de un modo inmutable.

      Es cierto que la verdad del entendimiento humano no es eterna (no es el entendimiento humano, en efecto, ab aeterno), pero puede suceder que una vez que el entendimiento adquiere una verdad lo haga inmutabiliter. Esta podría ser —se verá luego su explicitación— la forma con que en unas de las disputationes de la primavera parisina de 1256 se planteó entre los alumnos del Maestro Tomás la cuestión sobre la inmutabilidad de la verdad creada.

      La pregunta es Si la verdad creada es inmutable. Y parece que sí. Como se sabe, en este marco