John C. Lennox

¿Ha enterrado la ciencia a Dios?


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universo, no están dejando de lado en absoluto la razón, la racionalidad y la evidencia. Simplemente afirman que existen preguntas que la sola razón no puede responder y que para contestarlas precisamos de otra fuente de información, a saber, la revelación de Dios, únicamente evaluable y comprensible por medio de la propia razón. En esta línea se expresaba Francis Bacon, al apuntar que Dios habla por medio de Dos Libros, el Libro de la Naturaleza y la Biblia: la razón, la racionalidad y la evidencia se aplican a los dos.

      ¿ES DIOS UNA HIPÓTESIS INNECESARIA?

      La ciencia ha tenido un éxito espectacular al indagar la naturaleza del universo físico y aclarar los mecanismos por los que funciona. La investigación científica ha llevado igualmente a la erradicación de horribles enfermedades y alimentado la esperanza de eliminar muchas otras. Aparte, la investigación científica ha tenido otro efecto distinto, el de librar a la gente de miedos supersticiosos. Por ejemplo, ya nadie piensa que un eclipse lunar es causado por un terrible demonio al que hay que aplacar. Todo esto y mil cosas más hay que agradecérselo a la ciencia. Sin embargo, en algunos cenáculos el éxito mismo de la ciencia ha llevado a la conclusión de que, al poder entender los mecanismos del universo sin traer a colación a Dios, simplemente no existe un Dios que diseñara y creara el universo. No obstante, tal razonamiento lleva consigo una común falacia lógica, que se puede ilustrar del modo siguiente.

      Pensemos en un coche Ford. Sería concebible que una persona de una parte remota del mundo que lo viera por vez primera y no supiera nada de ingeniería moderna se imaginara que hay un dios (el señor Ford) dentro del motor para que funcione. Se podría imaginar incluso que, si el motor va bien, es porque esa persona le gusta al señor Ford dentro del mismo, y si no va bien es porque no le gusta. Desde luego, si esa persona luego llegara a estudiar ingeniería y diseccionara el motor, comprobaría que no hay ningún señor dentro, como tampoco se requiere gran inteligencia para darse cuenta que no hacía falta recurrir al señor Ford para dar razón de su funcionamiento. El conocimiento sobre los principios impersonales de la combustión interna bastaría para explicarlo. De acuerdo. Pero si decidiera que su comprensión de los principios de funcionamiento descarta la existencia del señor Ford, que fue quien lo diseñó, se equivocaría radicalmente y cometería un error categorial, en términos filosóficos. Si no hubiera habido de entrada un señor Ford que diseñara los correspondientes mecanismos no habría nada que entender.

      También es un error de confusión categorial suponer que nuestra comprensión de los principios impersonales por los que funciona el universo convierte la creencia en un Creador personal, diseñador, hacedor y soporte del universo en innecesaria o imposible. Con otras palabras, no hay que confundir los mecanismos por los cuales funciona el universo ni con su causa ni con su mantenedor.

      Michael Poole, en su publicado debate con Richard Dawkins[27] lo explica así: «No hay conflicto lógico alguno entre las explicaciones razonadas en relación con los mecanismos y las relacionadas con los planes y fines de un agente, divino o humano. Es un asunto lógico sin relación alguna con creer en Dios o no».

      Sin atender lo más mínimo a este principio de lógica, se utiliza siempre, incorrectamente, una famosa declaración del matemático francés Laplace en apoyo del ateísmo. Al preguntarle Napoleón donde encajaba Dios en sus operaciones matemáticas, Laplace respondió con razón: «Señor, no tengo necesidad de tal hipótesis». Por supuesto, Dios no aparecía en las descripciones matemáticas sobre cómo funcionan las cosas, al igual que el señor Ford tampoco lo haría en la descripción científica de las leyes de la combustión interna. Pero ¿qué prueba verdaderamente? ¿Que Henry Ford no existió? Claramente no, al igual que tal argumento tampoco sirve para descartar la existencia de Dios. Austin Farrer comenta sobre el incidente de Laplace lo siguiente: «Como Dios no es una especie de regla añadida a la acción de las fuerzas, ni constituye una fuerza por sí mismo, ninguna afirmación sobre Dios puede representar papel alguno en física o astronomía... Podemos perdonar a Laplace al responder así a un aficionado, proporcionalmente a su ignorancia, por no decir a un loco, de acuerdo con su locura. Tomada seriamente, dicha observación no podría haber sido más engañosa. No es que Laplace y sus colegas hubieran aprendido a prescindir de la teología; simplemente habían aprendido a dedicarse a los asuntos que les correspondían»[28].

      Sin duda. Pero imagínese que Napoleón le hubiera hecho más bien la siguiente pregunta a Laplace: ¿Por qué existe un universo en el que hay materia y gravedad y en el que hay proyectiles materiales que se mueven bajo la gravedad en órbitas que pueden ser descritas por ecuaciones matemáticas? Sería difícil argumentar que la existencia de Dios es irrelevante en este caso. Sin embargo, no se le preguntó esto a Laplace, así que no pudo responderlo.

      [1] Darwinism Defended, Reading, Addison-Wesley, 1982 p 322.

      [2] The Physicist’s Conception of Nature, Londres, Hutchinson, 1958 p. 15.

      [3] Sus sugerencias han resultado en las llamadas “Guerras Científicas”.

      [4] No obstante, es importante, en particular en esas áreas de la ciencia en que la influencia de la propia cosmovisión es más probable, que los científicos se examinen de hasta qué punto, en palabras de Steve Woolgar, «no se estén ocupando en la descripción objetiva de hechos pre-existentes en el mundo, sino que estén construyendo subjetivamente el carácter de tal mundo» (Science: The very idea, Nueva York, Routledge, 1988).

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