Sergey Baksheev

El craneo de Tamerlan


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aquí donde sucedió. – Zakolov se tocó, con la mano lastimada, el lado golpeado y le mostró, a Tamara, la salida bajo el arco. – Fui un tonto. No pensé, ni por un momento, que el espía podría no estar solo. Caí en un truco pendejo. —

      Los muchachos salieron muy temprano del apartamento y se dirigieron a la parada del autobús. Tikhon decidió que el anciano cineasta Kasimov, especialista en planos cerrados vivos, no le gustaría una visita de mucha gente, así que le propuso a Evtushenko quedarse en la casa.

      – Pero por qué lo perseguiste? – Tamara preguntó preocupada. – Esa calle nuestra no tiene luz. Es bueno que no te hayan hecho nada. Pero pudieron golpearte cuando estabas en el suelo! Y entonces?! —

      – Entonces yo los hubiera jodido. – Zakolov movió los labios pensativamente. – O ellos a mí. —

      – Tonto. —

      – De acuerdo. En lo sucesivo trataré de ser más inteligente. —

      – Más refrenado. – Corrigió la muchacha y tomó al muchacho por la mano.

      – No, más inteligente. Si yo hubiera ponderado la situación correctamente, por lo menos hubiese agarrado a uno de los tipos. —

      – Y después? —

      – Hubiéramos sabido quién era el curioso. —

      – Y no está claro? —

      – Toda persona tiene derecho a defender su vida privada! Ellos irrumpieron en la nuestra, con descaro. —

      – Acaso vienes de América? En nuestro país todo es colectivo. – Suspiró la joven.

      Todo el camino hacia donde Malik Kasimov, Tikhon estuvo alerta y volteando, de vez en cuando, para ver si los seguían. Hicieron el trayecto con dos trasbordos y pocos pasajeros, por lo tanto, precisar un posible fisgón, no era problema. Y no hubo ninguno. Ese hecho tranquilizó a Tamara Kushnir, pero Tikhon casi que se decepcionó. No le hubiera disgustado ver a sus enemigos del día anterior y desquitarse.

      Mientras caminaban por la callejuela de casas de una sola planta, detrás de altas empalizadas de arcilla, Zakolov volteó dos veces. A esa hora matutina, el camino polvoriento estaba desierto. Detrás de los pocos cipreses piramidales que flanqueaban la calle, era muy difícil esconderse.

      Tamara Kushnir se detuvo ante una valla tupida con reja de hierro, que alguna vez estuvo pintada color esmeralda y ahora tenía un color blanquecino.

      – Kasimov vive aquí. – Informó Tamara y apretó el pequeño botón del timbre. – Quiera Dios que esté de buen humor. —

      En la parte de atrás del patio se oyó el sonido del timbre que a lo lejos pareció zumbido de abejas. Esperaron. Tocaron el timbre otra vez. De nuevo la vibración del viejo timbre y no otros sonidos.

      – Tiene un patio atrás de la casa. Es posible que Kasimov esté allá y no oiga el timbre. – aventuró Tamara.

      – O salió. —

      – No. Él me dijo que sale dos veces a la semana a comprar víveres. El resto del tiempo mira fotografías y cuida sus plantas. Para ir a las tiendas es muy temprano. —

      – Y al mercado? —

      – Es lejos desde aquí. Él me dijo que le gusta fotografiar las flores que salen de su siembra. Yo creo que él está en el patio trasero. —

      – Estamos en Noviembre. Las flores solamente pueden estar en la casa. —

      Tamara se vio confundida.

      – Entonces no sé. —

      Tikhon miró el pasador de la cerradura y empujó la puerta de hierro. Ella respondió con un golpe sonoro, pero no se abrió.

      – Pudieron haber halado la puerta desde afuera. Llama otra vez. —

      Tamara sostuvo un rato el dedo en el timbre.

      – Nadie. – Concluyó Tikhon, entonces consideró la altura de la empalizada y miró, interrogativamente, a la muchacha.

      – Tú quieres…? – Tamara miró hacia arriba con sus cejas levantadas con asombro.

      – Entonces, perdimos el viaje? —

      Zakolov se aferró al borde de la empalizada y, ágilmente, saltó sobre la barrera de piedra. Sus pies aterrizaron en la hierba descolorida, con las piernas dobladas. Tras unos arbustos, él vio la fachada de una casa pequeña con dos ventanas y una puerta cerrada en el medio. Mientras Tikhon se levantaba y se sacudía las manos, algo se movió en la ventana derecha!

      Alguien se escondía en la habitación o la sombra del ciprés daba esa impresión en el vidrio opaco?

      Puso atención y no vio más ningún movimiento. Zakolov se conformó con la segunda opción. Entonces abrió la puerta para dejar pasar a la muchacha.

      – Tú siempre haces eso? – preguntó Tamara con severidad.

      – Que? —

      – Entrar a una casa ajena sin invitación. —

      – Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

      – Mi hermano te describió correctamente. – La muchacha se explayó en una sonrisa de satisfacción.

      Tikhon se dirigió a la casa silenciosa, pero a medio camino se detuvo y levantó el dedo índice:

      – Escuchas? —

      – No. – Dijo la joven en un susurro de preocupación.

      – Hay alguien caminando detrás de la casa. —

      – Él está en el patio, yo te lo dije. – Sin mediar palabras, Tamara se dirigió a la esquina de la casa y dijo en voz alta: – Estimado Malik! Soy yo, Tamara Kushnir. Disculpe que entramos, pero la puerta estaba abierta. —

      – Tú siempre haces eso? – Se reía Tikhon, alcanzando a la muchacha.

      – Que? —

      – Inventar cuentos sobre la marcha. —

      – Solo cuando las circunstancias lo exigen. —

      – Tu hermano te describió correctamente. —

      – Nosotros congeniamos. – La joven movió las pestañas coquetamente y tomó la mano de Tikhon.

      Ambos se carcajearon y, divertidos así, dieron vuelta a la casa. Lo que la muchacha llamaba jardín eran tres árboles frutales sin la mitad de las hojas y algunos rosales espinosos con cortes donde hubo capullos. A diez metros se terminaba el jardín con una valla pequeña, tras la cual se veía otra casa.

      – Malik Kasimov, donde está usted? – Timidamente preguntó Tamara, buscando con los ojos a alguien en el jardín vacío. Dándose por vencida, se dirigió a Tikhon: – Seguro escuchaste pasos? —

      – Sí. – Zakolov miró hacia la puerta abierta que daba de la casa al jardín. Ella se movía suavemente, ya sea por causa del viento o por un golpe fuerte que recibió. Él pasó la mirada hacia los árboles; las hojas no se movían. O sea, no es el viento! – Alguien utilizó esta puerta recién. —

      – Kasimov, probablemente. Regresó a la casa desde el jardín para encontrarnos del lado del frente. – Se alegró Tamara y, con decisión, se acercó a la puerta abierta y, en voz alta: – Estimado Malik. Se puede? —

      – No entres. Espera aquí!. – Tikhon detuvo a la muchacha, recordando que esos pasos rápidos que escuchó se alejaban, no que se dirigían a la casa. Bajó la voz: – No me gusta este juego del escondite. —

      La puerta de entrada terminó de moverse. Se hizo el silencio. La sonrisa de alegría de la joven se transformó en una mueca y se instaló una máscara de temor en el rostro.

      Zakolov apartó a la muchacha