Sergey Baksheev

Una esquirla en la cabeza


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galpón largo y se alegró.

      – Coño!, ¡lo conseguí! Hacía dos años que no venía y estaba perdido. Cuando comience la cosecha vendrán los camiones. El año pasado no vinieron estudiantes. Después de aquel asunto, los profesores tenían miedo de venir para acá. Entonces mandaron a todos al lugar de acopio, a cernir granos. —

      – Después de cuál asunto? – se interesó Vlad.

      Pero el automóvil ya se aproximaba al galponcito, el sargento de la policía miraba atentamente la construcción y no escuchó la pregunta.

      – Llegamos. – ruidosamente informó Fedorchuk cuando detuvo el carro. – Aquí está su cueva. ¡Un hueco en ninguna parte! Pero para la juventud está bien. Perdido y lejos de la familia. ¿Es así, muchachos? —

      – De todas maneras, estamos lejos de ellos. – Zakolov respondió por todos. – Y cincuenta kilómetros más, no significan nada. —

      – Si, es una residencia. – asintió el sargento, recordando donde los había recogido. – De todos modos, aquí no es la ciudad. Aquí es otra cosa. —

      Los muchachos salieron del auto y consideraron el lugar. En la estepa pelada, sin árboles y sin siquiera arbustos, estaban dos galpones alargados. Por los restos lamentables del cubrimiento de yeso que tenían, se podía adivinar que alguna vez las paredes fueron blancas. Entre los galpones había una mesa larga cubierta en un cobertizo. De un lado del toldo había una especie de parrillera con una gran plancha de hierro y la cual estaba prevista, aparentemente, alimentar con leña. A su lado, en una pequeña construcción de ladrillo, había un tonel para agua. Al otro lado estaban los baños, con paredes de madera. Todo esto estaba cubierto de polvo.

      – Hace tiempo no venía nadie. ¡Dos años! Los mandaron para la mierda a ustedes, y de todos modos tienen que agradecer – Esto lo dijo Fedorchuk muy alegremente, como si tratara de espantar el silencio acumulado.

      Después del zumbido ruidoso del “UAZ”, el silencio traía inquietud.

      – Ahora, este es su campamento. Ahí están los galpones, ¡solo falta la alambrada con púas! – El policía se carcajeó solo con la voz, manteniendo la mirada seria como un director de orquesta, que, con un chiste rutinario, trata de despertar la sala al comienzo del concierto. – Es la tercera vez que traigo estudiantes para acá. Controlo la parte policial. La primera vez todo pasó bien, pero la segunda, faltó uno. Veremos cómo será ahora. —

      Después de estas palabras, el sargento Nikolay Fedorchuk calló, como si recordara algo.

      – Que pasó la segunda vez? – preguntó Vlad, sintiendo en las palabras del sargento una insinuación.

      – Yo les aconsejo que, primero, preparen los sitios de dormir y la cocina. – Fedorchuk, de nuevo, había pasado al tono de alegría e ignoraba la pregunta de Vlad. – Y ahora, recojan sus provisiones. —

      El policía abrió la maleta del “UAZ”. Ahí, tras los asientos, había un par de botellones de agua en medio de un montón de tablas sueltas.

      Como a trescientos metros de los galpones había una especie de choza de la estepa con paredes descoloridas pero que nunca habían sido elegantes.

      – Allá vive alguien? – preguntó Tikhon al chofer.

      – Un viejo kazajo, de barba blanca. Yo creo que tiene como cien años aquí. Ya estaba aquí cuando estos galpones no se habían construido. De común acuerdo con el instituto, él cuida de estos galpones. La gente del lugar lo considera un hechicero. —

      – Hechicero? ¿Qué es ese delirio? Yo creía que ya habíamos hablado inteligentemente de eso en el carro – Dijo Tikhon, asombrado.

      – Delirio o no, yo no sé, pero de él se dice cada cosa. Los lugareños no opinan, temen. Si no, hasta el último bombillo se lo llevarían. —

      – Hay que ir hasta allá y decirle que somos estudiantes y no ladrones. – propuso Vlad.

      – Pero yo no voy. De todos modos, él ya lo sabe. – y mirando de reojo a la choza, Fedorchuk se persignó.

      – Como? ¿A él le informaron? – Preguntó Vlad, también en voz baja.

      – Yo creo que él lo intuye. – el sargento dijo misteriosamente, después pasó a hablar con su voz alta normal. – Por allá, lejos, está el río. Y del otro lado, más lejos todavía, están los campos de arroz, donde tienen que echarle pichón. —

      Fedorchuk se rio de su propio chiste. Tikhon miró hacia la dirección indicada. A lo lejos, sobre la estepa amarillenta, apenas sobresalía un terreno relleno y aplanado.

      – Vamos a revisar si hay algo utilizable en los galpones. – propuso el policía. – Puede ser que el brujo nos haya dejado un muerto. —

      – Usted siempre bromea? – se disgustó Stas.

      – Cual broma? Hace dos años no conseguimos un cuerpo. —

      Ahora fue Zakolov quien no pudo contenerse. Se paró frente al sargento y le dijo con dureza.

      – Diga Fedorchuk, ¿qué es eso que usted insinúa a cada rato? —

      – Mmmm. – se enredó el sargento y dijo – El jefe me dijo que no los asustara mucho con historias viejas. —

      – Cuente, cuente. – Le exigió Tikhon – Con sus omisiones nos asusta más. —

      – Si, seguro que a ti te asusto. – se burló Fedorchuk. – Está bien, salgamos de eso, pero no fue nada horroroso. Hace dos años vino, como jefe de la brigada, el profesor Bortko de su instituto. ¿Han oído sobre él? No, claro, ustedes sólo tienen un año aquí. Simeón Mikhailovich Bortko era profesor de las materias del partido: historia del PCUS5, filosofía y cosas de ese estilo. Como nos enteramos después, el vino porque quería estudiar la economía agrícola, no en teoría, sino en la práctica. Tenía sus ideas sobre eso, y ya estaba preparando una carta para las autoridades en Moscú. Pero eso no es importante. Lo importante es que un día desapareció. Desapareció sin dejar huellas. Aquí mismo. Todo el mundo lo acababa de ver y, de repente, ya no estaba. Después obtuvimos todos los detalles. El presidente del koljoz nos llamó. Yo vine para acá, con el jefe, Viktor Petrovich Petelin. Tú lo conoces, ¿verdad Zakolov?

      Tikhon asintió, pero estaba muy pendiente del cuento del sargento.

      – Bueno, llegamos aquí enseguida después de la llamada. Al principio pensamos que era una tontería, inclusive que podía ser una broma. Los estudiantes son tremendos, siempre están inventando algo, sobre todo si es un grupo grande. Pero resultó que era un asunto serio. Volvimos al día siguiente. Hasta ese momento, aunque los estudiantes estaban asombrados por la desaparición, pensaron que en la mañana el profesor aparecería. De todas maneras, ellos no podían comunicar eso antes. No hay línea telefónica. Bueno, llegamos Viktor Petrovich y yo, interrogamos a todos, y nos hicimos una buena idea del asunto. Eso sucedió antes de la cena. Todos los estudiantes habían vuelto del campo de arroz, o sea, había muchos testigos. Y entonces empezó una discusión entre el profesor y los estudiantes sobre este mismo brujo. Bueno, existe la materia y existe la conciencia. La materia es primero, y el pensamiento sin la materia no existe; y cosas así… Y ahí, uno dijo, que puede ser al revés. Que el flujo del pensamiento puede influir sobre la materia, y que el brujo local se dedica a eso… Y aquí, Simeón Mikhailovich se salió de sus casillas. “eso es ignorancia, – dijo – la filosofía marxista leninista no nos enseña eso. Ahora voy a traer al brujo ese y ustedes se convencerán que no es sino un viejo retrasado y medio analfabeto. Que sólo puede confundir cerebros más analfabetos que él, y no estudiantes soviéticos adelantados”. Y salió derecho a la choza. Allá.

      Fedorchuk señaló la choza. Todos los muchachos lo siguieron, curiosos, con la vista.

      – Todavía no estaba muy oscuro. – Fedorchuk continuó el cuento. – Todo se veía perfectamente, y decenas de ojos vieron