Sergey Baksheev

Una esquirla en la cabeza


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él. Uno de los estudiantes le dijo al viejo: “Él fue a su casa” y señaló a Bortko, quien ya entraba en la choza. El brujo miró hacia allá, puso cara de preocupación, algo gritó y corrió hacia la choza en el camello. No le gustó que entraran a su casa sin estar él. Eso se entiende. Cuando llegó cerca de la puerta, se bajó del camello, entró y enseguida invitó a los dos estudiantes a entrar.

      Fedorchuk calló, prendió un cigarrillo y fumó.

      – Bueno, así son las cosas. – Pensativamente miró hacia la choza.

      – Luego, ¿que? – Tikhon no aguantó la larga pausa.

      – Luego? – Fedorchuk, confundido, miró la casa. – Luego, nada. Simeón Mikhailovich Bortko no estaba en la choza. Allá no había nadie. La choza estaba vacía. Lo confirmaron los dos muchachos, quienes entraron primero, y el brujo, y los otros estudiantes que entraron después para ver con sus propios ojos. Petelin y yo llegamos la mañana siguiente. Revisamos la choza, por supuesto. No había ningunos muebles y era imposible esconder algo. Y además, para que iba a jugar a las escondidas el respetable profesor? —

      – Extraña historia. – dijo, pensativo, Tikhon.

      – Así son estos lugares. – con mirada aprensiva, Fedorchuk recorrió con la vista los alrededores.

      – Y pasó mucho tiempo entre la entrada de Bortko en la choza y la de los estudiantes? – preguntó Tikhon.

      – Dos minutos. ¿Cuánto tiempo se necesita para ir, en camello, de aquí hasta la choza? Y nosotros revisamos las paredes de la choza. – puntualizó Fedorchuk, previendo la siguiente pregunta. – El soporte es de maderas cruzadas. Una persona no puede pasar por esos espacios pequeños. Los estudiantes estaban cerca, no se oyó ningún ruido. —

      – Y, de repente, Bortko no entró, sino rodeó la choza y se escondió en la estepa. – planteó Tikhon.

      – Ahora se puede decir cualquier cosa. En aquel entonces todos dijeron que vieron a Bortko entrar en la choza. Y la estepa no es un bosque, no te puedes esconder muy rápido. Yo mismo pensé que pudo ser un espejismo. O el brujo hipnotizó a todo el mundo. ¡Y todavía! Al día siguiente el joven teniente Andrei Martynov se trajo un perro para buscar al profesor. Nosotros no tenemos sabuesos en la comandancia, pero un conocido de Martynov tiene un perro entrenado. Al perro le dieron cosas de Bortko para oler y lo soltaron. Al llegar a los galpones dio vuelta y se dirigió derecho a la choza. Entró, olió, hizo muecas y enseguida saltó y salió. Comenzó a frotarse, a lamerse, su boca se le hinchó y le salió saliva. Después se cayó y empezó a convulsionar. Estiraba las patas, chillaba como un niño y murió. El teniente lloró. Y hasta a mí me salieron lágrimas, viendo sufrir al perrito.

      – Y que le había pasado al perro? – preguntó Vlad.

      – Mientras moría el sabueso, el brujo sacó un escorpión negro de la choza. Dijo que el alacrán había picado al perro y él lo sostenía como si nada. Dejó caer la mano, el escorpión cayó al suelo y se fue. ¿Que tal!? – Fedorchuk sacó otro cigarrillo y, muy nervioso, fumó otra vez. – Las cosas y documentos del ciudadano Bortko se quedaron aquí. Todavía esperábamos que el apareciera por su casa o se encontrara en algún otro lugar. Pero desapareció su profesor, sin dejar huellas, desapareció. —

      El sargento terminó de fumar callado, con los ojos entrecerrados por el humo del cigarrillo sin filtro, aplastó la colilla y se acercó a la puerta del galpón. Los muchachos también callaron. Después de esa historia recorrieron con la vista, de nuevo, el extraño lugar: con atención y cautelosos.

      En la puerta del galpón había un candado. Fedorchuk hurgó en sus enormes bolsillos y sacó un manojo de llaves. Probó, en el candado, una llave tras otra, hasta hallar la apropiada. El candado oxidado hizo ruido con las vueltas de la llave hasta que, al fin, abrió su pesada argolla. Bajo la mano del sargento la puerta chirrió desagradablemente, se columpió hacia afuera y descubrió una boca negra rectangular. Arriba, como un diente curvo, apareció un colgandejo. Fedorchuk medio arregló el cuadro de la puerta y cruzó el umbral.

      Dentro del galpón, de un lado, había un largo corredor, y enfrente, unos grandes compartimientos cerrados. Los muchachos entraron al estrecho corredor tras Fedorchuk y miraron por una de las puertas. En la habitación semi oscura había literas metálicas sin ropa de cama. Nikolay Fedorchuk accionó el interruptor de la luz. No se prendió ningún bombillo.

      – Ah! Hay que prender el interruptor principal. Allá en la última columna. Después entramos. —

      – Hay que abrir las ventanas, para el aire. – Vlad se dirigió a las ventanas polvorientas y las abrió.

      Zakolov, mientras tanto, curioseó en los restantes compartimientos. A él le pareció que, en alguno de ellos, el vería el profesor desaparecido o lo que quedara de él.

      Fedorchuk, caminando ruidosamente, atravesó todo el pasillo y con una llave del manojo, abrió la última y pequeña habitación sin ventanas. Esta estaba llena de cochones, colocados de manera desordenada.

      – Ajá! ¡Los colchones! —gritó, alegre, el policía. – Ya yo lo decía, todo está en su puesto. Pónganlos en las camas. Pongan las poncheras de los lavabos cerca del comedor. —

      Suavemente pateó las poncheras de los lavabos. La ponchera de arriba perdió el equilibrio y cayó al suelo. Stas, que se aproximaba, se agachó para recogerla, pero enseguida la soltó y bruscamente dio un salto atrás.

      – Miren, unos pies! – gritó, con voz temblorosa y jadeante, y señaló unas botas de lona dura que sobresalían de los colchones.

      CAPITULO 12

      Una voz en la oscuridad

      Cuando escuchó la voz angustiada Tikhon gritó,”! Lo encontraron!” y salió corriendo a la despensa. En todo, a él le gustaba la precisión y la definición, no importando lo desagradable que fuera. Explicaciones por brujería y cosas del diablo a él no lo convencían.

      Todos se aglomeraron para ver las suelas de las botas. Parecía que alguien había escondido un cuerpo bajo los colchones. Hasta la nariz de Zakolov llegó el olor rancio y el polvo de la habitación.

      Los muchachos interrogaron con la vista al policía. Un pálido Fedorchuk se agachó lentamente y cuidadosamente haló una de las botas. Esta salió fácilmente de los colchones.

      – Epa! ¡Está vacía! – Nikolay, más tranquilo, tiró la bota a un lado. – Hasta a mí, un lobo experimentado, me avergonzaron. – Hay que prender la luz, de todos modos.

      Todos salieron. Fedorchuk se dirigió al transformador, abrió la puerta de este, sopló el polvo del gran interruptor y cuidadosamente lo bajó hasta hacer el contacto. Sonaron los terminales, y en algunas ventanas del galpón apareció la luz.

      – Bueno, llegó la civilización. – Fedorchuk se alegraba con cada pequeño detalle, como un niño que hubiera encontrado un juguete olvidado. – Bueno, yo encuentro todo en orden. Tomen las llaves. Terminen de arreglar todo, si pueden, yo me despido. El jefe y yo tenemos planes para la noche. —

      – Van a agarrar bandidos? – bromeó Tikhon.

      – Aquí no hay bandidos, sólo huesos de camellos, pero, a veces, hay que disparar. – respondió serio Fedorchuk. – Bueno muchachos, pórtense bien. El resto de la gente llega mañana y traerán las vituallas necesarias. Y yo necesito llegar a la ciudad antes del anochecer. —

      Entró al auto y le dio al encendido, pero antes de arrancar, desde la ventanilla gritó, duro:

      – Este es un lugar maldito, se los digo yo. Extraño. Pero no importa. En el día estarán bien, pero en la noche, ¡aguántense! —

      Los muchachos, desde el sitio, acompañaron al auto alejándose. Pero cada uno pensó: ¿Qué quiso decir el policía, exactamente, con la última frase? ¿Estaba bromeando, o les advertía sobre algo?

      – Bueno