se llenó de un denso aroma de arroz caliente aderezado con especias. Primero fue el viejo que agarró una cuchara y tomó arroz de la vasija. Uno por uno, los muchachos tomaron sus cucharas y empezaron a comer. El arroz desmenuzado mantenía los diferentes sabores y un ligero olor de las brasas quemadas. Comieron en silencio. Los hermanos dijeron algunas palabras elogiosas sobre lo sabroso de la comida, pero el anciano sabio solo asintió con la cabeza y no dijo nada. De reojo, Tikhon miró al brujo del lugar, quien estaba sentado a su lado, pero solo vio una mejilla grande que escondía la nariz y los ojos.
Cuando el propietario de la choza terminó de comer y colocó la cuchara, Murat recogió la vasija vacía. En su lugar colocó cinco tazas iguales sin asas y una tetera grande de porcelana. Bekbulat miraba los movimientos del nieto y, una vez, asintió de manera discreta. Parecía que, bebiendo té, si se podía charlar.
Zakolov buscó un pañuelo en su bolsillo, para limpiarse los labios, pero sus dedos notaron el papel con el dibujo, que le había dado Anatoli Kolesnikov. De repente le vino la idea de preguntarle al anciano sobre el dibujo. Seguramente le gustará mostrar sus conocimientos del lugar.
– Abuelo Bekbulat, ¿usted no sabrá, por casualidad, donde está este lugar? – preguntó Tikhon y le dio al viejo el dibujo donde estaba el río, la cruz y los camellos.
El brujo tomó el papel, lo miró con atención y se quedó callado. El silencio duró largo rato. Tikhon pensó que el anciano no entendió el dibujo y le daba pena preguntar.
– Esa culebra es el río Sir Daria – explicó, acercándose al viejo, y pasando el dedo a lo largo de la línea curveada. Después mostró la cruz y preguntó: – Donde puede estar este lugar? ¿Usted no conoce aquí algo parecido? —
Tikhon quitó el dedo y apenas en ese momento se dio cuenta de que la crucecita tenía un trazo vertical más largo y por eso parecía la representación de un símbolo fúnebre. Zakolov se sintió incómodo por lo negligente del dibujo.
Ya no se sintió bien y se apartó, tratando de pasar desapercibido.
Bekbulat apartó la vista del dibujo y lentamente dirigió su rostro hacia Tikhon. Los párpados grandes de pestañas cortas casi escondían los ojos completamente dejando, apenas, unas delgadas rendijas oscuras. De repente esos ojos brillaron y el brujo dirigió una mirada penetrante al rostro de Zakolov. Dio la sensación de que la luz no se reflejaba en los ojos oscuros del sabio anciano, sino que brillaban desde adentro. Pero no fue eso lo que más golpeó a Tikhon. Sino que, bajo los ojos del viejo, allí, donde debía comenzar la nariz, se levantaba como una especie de gancho. Bajo él, había dos huecos feos. Nariz, como tal, no había. En su lugar, se veía una piel morada con cicatrices burdas.
Involuntariamente, Zakolov apartó la vista. Por esos detalles el rostro del viejo se veía perverso y provocaba miedo. No es extraño que lo consideren brujo, pensó Tikhon y trató de apartarse sin que se notara.
– Quien hizo el dibujo? – claramente preguntó el anciano.
– Un amigo. Pero eso no importa. – se apresuró a responder Tikhon. – Simplemente queremos buscar este lugar. —
– Para qué? – preguntó el brujo.
– Como decirle? – Zakolov trató de mirar a otra parte, pero los feos huecos y los ojos penetrantes del viejo se clavaron como arpones en su cara. Solo en este momento Tikhon consideró: Por qué Anatoli, que lo que es, es un comerciante, tiene interés en esta búsqueda? Para Tikhon, el dibujo y el mapa se veían como condiciones de un problema lógico interesante, que necesitaba una solución no standard. Y recordó que Anatoli habló de un camello particular. Había que explicarle eso al viejo. – Es posible que este lugar tenga algún interés desde el punto de vista de la arqueología o la paleontología. Queremos cavar ahí, simplemente. —
Tikhon sonrió afablemente, pero sus palabras no tranquilizaron al anciano. El brujo otra vez movió los ojos perturbado y se dirigió a Murat en kazajo.
– Mi abuelo pregunta que es paleontología. ¿Como explicarle mejor? – Murat tradujo la pregunta.
Tikhon trato de responder con palabras sencillas:
– Bueno, eso es cuando se buscan huesos y cráneos de hombres o animales que murieron y, a través de ellos, determinar, quien era, como murió y cuando sucedió. —
Bekbulat midió a Zakolov con la misma mirada penetrante, pero esta vez abarcó toda su fisonomía, como para recordar muy bien a la nueva persona. Después el sabio anciano devolvió el papel con el dibujo y medio afirmando, medio preguntando, dijo:
– Tu nombre es Tikhon? —
– Sí. —
– Vamos a beber té. – propuso Bekbulat y no dijo nada sobre el dibujo.
Murat llenó las tazas con té verde aromático. Afuera se escuchó un apagado, pero bien diferenciado grito, parecido a un aullido. Este era muy parecido al que los muchachos habían escuchado antes de entrar a la choza. Era alargado, monótono e inexplicablemente alarmado.
– Shikha. – se hizo escuchar Bekbulat.
– Shikha? – se asombró Murat. – Ella? —
– Sí. – confirmó el viejo. – Volvió. —
– Quien es Shikha? – Tikhon preguntó cautelosamente.
– Una camella salvaje. – respondió Murat, y dirigiéndose al viejo: – Cuéntales, abuelo. —
Sin apurarse, Bekbulat sopló en la taza, que sostenía entre sus manos trenzadas, cuidadosamente bebió un trago, y comenzó:
– El año pasado, ella me robó a Baraz, el camello más fuerte. Después Baraz volvió, pero enseguida murió. Shikha tomó toda su fuerza. Así ha sucedido desde tiempos inmemoriales. Ella siempre hace eso. Ahora ella debe tener un cachorro, la nueva Shikha. Ella la llevó a la tierra de sus antepasados. Yo sabía que iba a volver pronto. —
– Y por qué grita? – se interesó Tikhon.
– Si Shikha grita, eso es malo. Algo no le gusta, no le gusta nada. – dijo el viejo, y en su feo rostro había una clara preocupación.
CAPITULO 16
La cacería de saigas
En vez de Fedorchuk, ¿a quién llevo para la cacería?, pensó el mayor. ¿Puede ser el vecino, el profesor del instituto? Él no sabe disparar, pero puede conducir el carro y no va a despreciar un pedazo de carne gratis. Y a él lo que le hace falta es un chofer. Nos vamos con él y le hablamos para que no se duerma, decidió el mayor.
Petelin agarró el rifle, el bolso con los pasapalos y municiones, y se montó en el auto. Alejándose, apurado, de la comisaría, notó que alguien venía, por el camino solitario en la dirección contraria, y era el teniente Martynov. El freno chirrió.
– Martynov, para dónde vas? – Petelin le gritó, saliendo del carro.
– A la comisaría, camarada mayor. Estoy de guardia. – Martynov le respondió sin dudar. – Evteev y yo fuimos al parque infantil. Los vecinos nos llamaron para decirnos que había unos muchachos cantando en voz alta y bebiendo licor. —
– Y entonces? —
– Le dijimos a los muchachos que tenían que salir del parque infantil, camarada mayor. Ya se fueron. Evteev se quedó allá un rato. Lo voy a dejar veinte minutos para que los bullangueros no vuelvan. —
– Muy bien. – El mayor le hace una discreta alabanza al teniente, pero pensando en lo que se le acaba de ocurrir. – Sabes? Métete al carro. Vienes conmigo. —
Martynov obedece y se sienta en el puesto del acompañante, adelante. Petelin lo mita, socarronamente, y le dice:
– Que? ¿El jefe lleva al subordinado? No, no. Agarra el volante. —
Cuando cambiaron de lugar, Petelin prendió