Angie Thomas

El odio que das


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hablar?

      No era mi intención que todo saliera así

      Por supuesto que no lo era. Ayer, su intención era que todo saliera de una manera completamente distinta, y ése fue el problema. Guardo el teléfono en el bolsillo. No estoy segura de lo que quiero decirle, pero luego me encargaré de él.

      —¡Kenya! —grita alguien.

      Una chica grande, de piel clara con el cabello lacio como el agua, se abre paso entre la multitud hacia nosotros. La sigue un tipo alto con un peinado frohicano —afro y mohicano— negro y rubio. Los dos abrazan a Kenya y le dicen que está deslumbrante. Es como si yo no estuviera ahí.

      —¿Por qué no me dijiste que vendrías? —pregunta la chica y mete el pulgar en la boca. Tiene los dientes malformados por hacer ese gesto—. Podrías haber venido con nosotros.

      —No, niña. Tenía que ir por Starr —dice Kenya—. Vinimos a pie.

      Y entonces se dan cuenta de que estoy ahí parada a menos de medio paso de Kenya.

      El chico entrecierra los ojos y me echa un vistazo rápido. Frunce el ceño durante sólo una fracción de segundo, pero lo noto.

      —¿No eres la hija de Big Mav, la que trabaja en la tienda?

      ¿Lo veis? La gente se comporta como si ése fuera el nombre que tengo en la partida de nacimiento.

      —Sí, soy yo.

      —¡Ahhh! —dice ella—. Sabía que me resultabas conocida. Estábamos juntas en tercer curso, en la clase de la señorita Bridges. Yo me sentaba detrás de ti.

      —Ah —sé que éste es el momento en el que se supone que debo recordarla, pero no es así. Supongo que Kenya tenía razón: realmente no conozco a nadie. Sus rostros me resultan familiares, pero es difícil conocer los nombres y las vidas de las personas cuando les estás embolsando la compra.

      Sin embargo, puedo mentir.

      —Claro que te recuerdo.

      —Niña, no finjas —dice el muchacho—. Sabes que no la conoces ni de broma.

      —¿Por qué mientes siempre? —preguntan al unísono Kenya y la chica, recordando la canción. El chico las acompaña, y todos estallan en carcajadas.

      —Bianca y Chance, sed amables —dice Kenya—. Ésta es la primera fiesta de Starr. Sus viejos no la dejan salir.

      Le lanzo una mirada asesina.

      —Sí salgo, Kenya.

      —¿La habéis visto en alguna fiesta por aquí? —les pregunta Kenya.

      —¡No!

      —Más claro el agua. Y antes de que lo digas, las tristes fiestecillas de los tipos blancos que viven en los barrios residenciales no cuentan.

      Chance y Bianca sueltan unas risitas. Joder, cómo quisiera que esta sudadera me tragara de alguna manera.

      —Apuesto a que se meten pastillas y esas porquerías, ¿no? —me pregunta Chance—. A los chicos blancos les encanta meterse pastillas.

      —Y escuchar a Taylor Swift —agrega Bianca, hablando alrededor de su pulgar.

      Bueno, algo tiene de cierto, pero no voy a admitirlo.

      —Para nada, de hecho sus fiestas son bastante geniales —digo—. Una vez, uno de los chicos invitó a J. Cole a actuar en su fiesta de cumpleaños.

      —Joder, ¿en serio? —pregunta Chance—. Mieeeerda. Cabrona, invítame a la próxima. Yo me largo de fiesta con esos blanquitos.

      —En fin —dice Kenya con voz sonora—. Hablábamos de darle su merecido a Denasia. Esa perra está ahí bailando con DeVante.

      —Qué zorra —dice Bianca—. Ya sabes que ha hablado mal de ti, ¿verdad? Yo estaba en la clase del señor Donald la semana pasada cuando Aaliyah me dijo…

      Chance levanta los ojos al cielo.

      —¡Uf! El señor Donald.

      —Sólo estás enfadado porque te echó —dice Kenya.

      —¡Por supuesto!

      —En fin, Aaliyah me contó… —retoma Bianca.

      Me vuelvo a perder mientras discuten sobre compañeros de clase y profesores que no conozco. No puedo decir nada. Pero no importa. Soy invisible.

      Me siento así con mucha frecuencia en este lugar.

      En medio de sus quejas sobre Denasia y sus profesores, Kenya dice algo sobre ir por otra bebida, y los tres se largan sin mí.

      De repente soy Eva en el Edén después de comerse la manzana: es como si me sintiera desnuda. Estoy sola en una fiesta en la que se supone que ni siquiera debería estar, donde apenas conozco a alguien. Y ese alguien que conozco me acaba de dejar colgada.

      Durante semanas Kenya me rogó que viniera. Yo sabía que, sin lugar a dudas, me sentiría incómoda, pero cada vez que le decía que no, me decía que me comportaba como si fuera demasiado buena para una fiesta del Jardín. Me cansé de escuchar esa mierda y decidí demostrarle que estaba equivocada. El problema es que habría sido necesario un Jesús Negro para convencer a mis padres de dejarme venir. Ahora ese Jesús Negro tendrá que rescatarme si descubren que estoy aquí.

      La gente me lanza miradas en plan: ¿Quién es esta tía, apoyada sola contra la pared y con esa pinta tan lamentable? Debería pasarlo bien, mientras me haga la guay y no me meta con nadie. Lo irónico es que en Williamson no me tengo que hacer la guay; soy guay simplemente por ser una de las pocas chicas negras que hay allí. En Garden Heights tengo que esforzarme para ser guay, y eso es más difícil que comprarse un par de Jordan Retro el día de su lanzamiento.

      Pero es curioso cómo funciona con los chicos blancos. Es guay ser negro hasta que resulta duro ser negro.

      —¡Starr! —me llama una voz que me resulta familiar.

      El mar de gente se abre para dejarle paso como si fuera un Moisés moreno. Los chicos chocan puños con él y las chicas estiran el cuello para verlo. Me sonríe, y sus hoyuelos ahuyentan cualquier aura de pandillero que pudiera tener.

      Khalil es un galán, no hay otra manera de decirlo. Y yo solía bañarme con él. No de esa forma, pero cuando éramos niños nos moríamos de la risa porque él tenía una colita y yo tenía lo que su abuela llamaba un agujerito. Pero juro que no había nada pervertido en todo ello.

      Me abraza, y aún huele a jabón y talco para bebé.

      —¿Qué pasa contigo, niña? No te he visto desde hace años —se separa de mí—. No te mensajeas con nadie, nada de nada. ¿Dónde te has metido?

      —He estado ocupada con la escuela y el equipo de baloncesto —le respondo—. Pero siempre voy a trabajar a la tienda. Tú eres el que ya no ve a nadie.

      Desaparecen sus hoyuelos. Se limpia la nariz como lo hace siempre antes de mentir.

      —También he estado ocupado.

      Obviamente. Los Jordan nuevos, la reluciente camiseta blanca y los diamantes en las orejas. Cuando creces en Garden Heights, sabes lo que significa en realidad estar ocupado.

      Mierda. Quisiera que él no estuviera ocupado con eso. No sé si quiero llorar o abofetearlo.

      Pero por la manera en que Khalil me mira con esos ojos color avellana, se me hace difícil estar enfadada. Siento que tengo diez años otra vez, y que estoy en el sótano de la iglesia Christ Temple, experimentando mi primer beso con él en el campamento de estudios bíblicos. De repente recuerdo que llevo puesta una sudadera, que estoy hecha un desastre… y que en realidad ya tengo novio. Quizá no esté respondiendo las llamadas o mensajes de Chris en este momento, pero de todas formas es mío y quiero que siga siendo así.

      —¿Cómo