Эдгар Аллан По

Cuentos completos


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debajo de uno de los extremos del cuñete, coloqué encima un pequeño recipiente de barro. Luego, hice un agujero en el lado correspondiente del cuñete, al que coloque un tapón cónico de corcho. Probé a apretar y a aflojar el tapón hasta que, después de muchas pruebas, encontré el punto justo para que el agua, goteando por el orificio y cayendo en el recipiente ubicado abajo, lo llenara hasta el borde en sesenta minutos. Esto último fue fácil de calcular, viendo hasta dónde se llenaba en un tiempo dado.

      Ya construido esto, lo que queda por señalar es evidente. Puse mi cama en el fondo de la cesta, de tal forma que mi cabeza quedaba situada bajo la boca del recipiente. Al cumplirse la hora por, el cacharro se llenaba completamente, y al comenzar a derramarse lo hacía la boca, colocada levemente más abajo que el borde. Ni mencionar que el agua, al caer desde una altura de un metro, caía sobre mi cara y me despertaba ipso facto del sueño más profundo.

      Ya eran las once cuando terminé los preparativos y me acosté de inmediato, totalmente confiado en la eficiencia de mi creación que, por cierto, no falló. Con puntualidad me desperté cada sesenta minutos gracias a mi exacto cronómetro y en cada oportunidad desocupé el recipiente de agua en la boca del cuñete, al tiempo que encendía el condensador. Las interrupciones regulares de sueño me provocaron muchas menos incomodidades de las que había considerado y, al día siguiente, cuando me levanté ya eran las siete de la mañana y a varios grados, sobre la línea del horizonte, asomaba el sol.

      3 de abril. El globo ya había alcanzado una gran altitud y la curvatura de la tierra podía verse con absoluta claridad. Debajo de mí, en el mar, había un grupo de pequeñas manchas negras que sin duda serían islas. Arriba, el cielo era color negro azabache y se veían brillar las estrellas, lo cual sucedía desde el primer día de vuelo. Hacia el norte, en la misma línea del horizonte y bastante lejana, observé una línea blanca muy fina e intensamente brillante, y no dudé en sospechar que se trataba del límite austral de los hielos en el mar de los polos. Se despertó mi curiosidad pues creía que avanzaría más hacia el norte y, tal vez, quedaría ubicado exactamente sobre el polo en un momento dado. Deploré que, en este caso, mi gran elevación no me permitiera hacer observaciones minuciosas, pero de todos modos aún podría verificar muchas cosas.

      Durante el día no sucedió nada extraordinario. Los equipos continuaban funcionando perfectamente y el globo continuó subiendo sin que se percibiera la más mínima vibración. Hacía mucho frío, lo que me forzó a ponerme un abrigado sobretodo. Me acosté cuando la noche cubrió la tierra, aunque la luz del sol continuó brillando por muchas horas en mi espacio inmediato. Mi reloj de agua se comportó puntualmente y dormí hasta el día siguiente, con las constantes interrupciones ya mencionadas.

      4 de abril. Me levanté de buen ánimo y saludable, y me sorprendió observar el extraño cambio que había sufrido la apariencia del océano. A diferencia del azul profundo que mostraba el día anterior, ahora, era de un blanco grisáceo y con un resplandor insoportable. La curvatura del océano era tan acentuada, que la masa de agua más lejana parecía estar cayendo súbitamente en el abismo del horizonte. Por un instante traté de escuchar si se oían los ecos de aquella fenomenal catarata. Las islas no podían verse y no podría señalar si habían quedado por debajo del horizonte, hacia el sur, o si la progresiva elevación imposibilitaba distinguirlas. No obstante, me inclinaba a creer en esta última teoría. Al norte, el borde de hielo se notaba cada vez con mayor resplandor. Disminuyó el frío considerablemente y no sucedió nada de importancia. Así que me pasé el día leyendo, pues había tomado la previsión de traer algunos libros.

      5 de abril. Presencié el fenómeno único de la salida del sol, mientras casi toda la superficie de la tierra seguía envuelta en sombras. Pero más tarde la luz se explayó sobre la superficie y hacia el norte pude distinguir de nuevo la línea del hielo. Se observaba con mucha claridad y su color era mucho más denso que el de las aguas del océano. No podía dudar de que me estaba acercando a gran velocidad. También me pareció reconocer de nuevo una línea de tierra hacia el este y otra al oeste, pero no tenía certeza. El tiempo estaba moderado. Nada relevante ocurrió durante el día. Me acosté temprano.

      6 de abril. Sorpresivamente, a una distancia que podría llamar moderada, descubrí el borde de hielo mientras un enorme campo helado se ampliaba hasta el horizonte. Era indudable que si el globo mantenía su actual dirección, no tardaría en ubicarse encima del océano polar ártico, por lo que casi daba por sentado que podría visualizar el polo. Durante el resto del día continué acercándome a la zona del hielo y al oscurecer, los límites de mi horizonte se extendieron repentinamente, lo cual era causado indudablemente, por la forma esferoidal achatada de la tierra y por mi llegada a la parte más aplanada en las cercanías del círculo ártico. Cuando la oscuridad terminó de cubrirme me acosté totalmente ansioso, con miedo de volar sobre aquello que tanto anhelaba observar y que no fuera posible hacerlo.

      7 de abril. Me desperté temprano y con gran emoción pude ver finalmente el Polo Norte, pues no podía poner en duda que lo fuera. Se encontraba allí, justamente debajo de mi globo. Pero, ¡rayos!, la altitud alcanzada por este era tan formidable que no podía distinguir nada detalladamente. Considerando la progresión de las cifras que señalaban las distintas altitudes, en los diferentes intervalos desde las 6:00 a.m. del día dos de abril hasta las 8:40 a.m. del mismo día (hora en la que el barómetro alcanzó su límite), podía deducirse que en este instante, a las 4:00 a.m. del día siete de abril, el globo había logrado una altitud no menor a 7.254 millas sobre el nivel del mar. Esta altitud puede parecer inmensa, pero el cálculo sobre el cual la había determinado era seguramente mucho menor a la verdad. Como fuere, en ese preciso momento me era posible observar la totalidad del diámetro mayor de la tierra. El hemisferio norte yacía completamente debajo de mí como un cuadro proyectado ortográficamente y el inmenso círculo ecuatorial formaba el límite de mi horizonte. Sin embargo, excelencias, ustedes pueden imaginar con facilidad que las regiones hasta hoy desconocidas que se prolongan más allá del círculo polar ártico, aunque se encontraban situadas debajo del globo y, por tanto, sin la más mínima deformación, eran relativamente muy pequeñas y se encontraban a una distancia demasiado lejana de mi punto de vista como para que mi observación lograra cierta precisión.

      Lo que logré observar, no obstante, fue tan particular como emocionante. Al norte del colosal borde de hielo que ya he referido y que podría calificarse, de manera general, como el término de los descubrimientos humanos en esas zonas, sigue ampliándose una capa de hielo ininterrumpida, o muy poco. La superficie es muy plana en un primer tramo hasta finalizar en una llanura total y continúa en una concavidad que alcanza hasta el mismo polo, estableciendo un centro circular definido rotundamente y cuyo aparente diámetro dibujaba con relación al globo un ángulo de unos sesenta y cinco grados, y cuya coloración oscura, de intensidad variable, era más sombría que cualquier otro paraje del hemisferio visible, llegando a la negrura más absoluta en algunas partes. Lejos de esto, era muy poco lo que lograba ver. Hacia el mediodía, el círculo central había reducido su circunferencia, y a las 7:00 p.m. lo perdí de vista, pues el globo cruzó la línea occidental del hielo y avanzó velozmente en dirección del ecuador.

      8 de abril. Percibí una notable disminución del aparente diámetro de la tierra, además de un cambio en su color y en su aspecto general. Toda la superficie visible se mostraba en diferentes grados de color amarillo pálido, que en ciertas zonas llegaba a tener un resplandor que lastimaba la vista. Mi radio visual, además, estaba ampliamente entorpecido, pues la densa atmósfera adyacente a la tierra se encontraba cargada de nubes, entre las cuales solo lograba divisar aquí y allá pequeños jirones del planeta. Estos problemas para la observación directa los había venido enfrentando, más o menos, durante las últimas cuarenta y ocho horas, pero mi grandiosa altura hacía que las masas de nubes se unieran, por así decirlo, y el impedimento se hacía más y más evidente en proporción a mi ascenso. Mas pude observar fácilmente, que el globo sobrevolaba los grandes lagos norteamericanos, que dirigía su curso hacia el sur y que pronto me acercaría a los trópicos. Este hecho me llenó de satisfacción y lo recibí como un presagio favorable de mi éxito final. Cabe decir, que la dirección seguida hasta ahora me había preocupado mucho, pues era indudable que si continuaba por más tiempo no tendría posibilidad alguna de llegar a la luna, cuya órbita se encuentra ladeada con relación a la eclíptica en un ángulo de tan solo