Эдгар Аллан По

Cuentos completos


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      9 de abril. El diámetro del planeta se mostró hoy inmensamente reducido y el color de la superficie terrestre tomaba de hora en hora un tono más amarillento. El globo mantuvo su dirección al sur y llegó a las 9:00 p.m. al límite norte del golfo de México.

      10 de abril. Cerca de las 5:00 a.m. me despertó repentinamente un estruendo parecido a un espantoso crujido que no logré explicarme. Fue muy breve, pero me bastó escucharlo para reconocer que no era similar a nada que hubiera oído con anterioridad en la tierra. Para qué decir que me asusté muchísimo y que atribuí aquel sonido a una rotura del globo. Revisé cuidadosamente todos los instrumentos sin encontrar nada anormal. Luego pasé gran parte del día pensando sobre ese hecho tan inusual, pero no logré encontrar ninguna explicación. Me acosté contrariado, en un estado de gran nerviosismo y preocupación.

      11 de abril. Descubrí una extraordinaria reducción en el aparente diámetro de la tierra y un formidable aumento en el de la luna, visible por primera vez, y que descubriría en su totalidad pocos días después. A esta altitud se hacía necesario un largo y agotador trabajo para condensar en la cámara suficiente aire respirable.

      12 de abril. Se produjo una particular modificación en el rumbo del globo y aunque lo había previsto en todo detalle, me produjo la más inmensa de las alegrías. Habiendo llegado, en su dirección previa, al paralelo veinte de latitud sur, el globo modificó inesperadamente su dirección, girando en ángulo agudo hacia el este y continuó así durante todo el día, permaneciendo muy cerca del plano preciso de la elipse de la luna. Es de hacer notar que a consecuencia de este cambio de dirección, se produjo un notable bamboleo de la cesta, el cual se mantuvo durante mucho tiempo con mayor o menor fuerza.

      13 de abril. De nuevo me preocupé seriamente, ya que volvió a repetirse el violento crujido que tanto me atemorizó el día 10. Pensé muchísimo en ello, y tampoco esta vez logré una conclusión satisfactoria. El diámetro aparente de la tierra se redujo mucho más y desde el globo subtendía un ángulo de casi de veinticinco grados. No lograba ver la luna por encontrarse casi en mi cenit. Continué en el plano de la elipse, pero moviéndome muy poco hacia el este.

      14 de abril. Veloz reducción del diámetro de la tierra. Hoy me sentí altamente sorprendido ante la idea de que el globo transitaría la línea de los ápsides hacia el punto del perigeo, en otras palabras, que seguiría un trayecto directo que lo llevaría de inmediato a la luna en el sector de su órbita más vecino a la tierra. La luna misma se encontraba exactamente sobre mí y por ello, escondida ante mis ojos. Para condensar la atmósfera tuve que trabajar ardua y seguidamente.

      15 de abril. Ya no podían definirse con claridad ni siquiera los perfiles de los continentes y los mares en la superficie terrestre. Cerca de las doce escuché por tercera vez el espantoso sonido que tanto me había atemorizado. Pero ahora persistía con mayor intensidad cada vez. Finalmente, mientras esperaba aterrorizado, y casi paralizado, no sé qué espantosa agonía, la cesta se sacudió violentamente y una masa formidable y encendida, de un material que no pude reconocer, pasó con el estruendo de cien mil truenos a muy corta separación del globo.

      Cuando mi miedo y mi sorpresa disminuyeron un poco, no me fue difícil imaginar que podía ser algún fragmento volcánico gigantesco lanzado desde aquel satélite al cual me avecinaba rápidamente. Era muy probable que fuera una de esas inusuales rocas que suelen hallarse en la tierra y que por carecer de una mejor definición se llaman meteoritos.

      16 de abril. Observando lo mejor posible hacia arriba, es decir, de manera alternativa por cada una de las ventanillas, divisé con inmensa alegría una pequeña fracción del disco de la luna que sobresalía por todos lados fuera de la gran circunferencia del globo. Una intensa emoción se apoderó de mí, pues tenía muy pocas dudas de que pronto llegaría al final de mi aventurado viaje. El trabajo que generaba el condensador había llegado a un punto máximo y casi no tenía ni un instante de descanso. A esta altura ya no podía pensar en dormir. Me sentía realmente enfermo y todo mi cuerpo tiritaba motivado al agotamiento. No era posible que un ser humano pudiese resistir un sufrimiento tan profundo por mucho más tiempo. Durante el muy corto periodo de oscuridad, otro meteorito pasó de nuevo muy cerca del globo y la repetición del fenómeno me generó bastante preocupación.

      17 de abril. Esa mañana marcó un hito en mi viaje. Recuérdese que el día 13 la tierra subtendía un ángulo de veinticinco grados. El día 14, el ángulo se redujo mucho, el 15, se notó una reducción aún más considerable y al acostarme la noche del 16, comprobé que el ángulo no superaba los siete grados y quince minutos. ¡Como sería mi asombro, entonces, al despertar de un corto y accidentado sueño esa mañana y darme cuenta que la superficie por debajo de mí había crecido violenta y extraordinariamente de volumen, al extremo de que su diámetro aparente subtendía un ángulo no menor de treinta y nueve grados! Me quedé paralizado. Ninguna palabra puede reflejar el infinito y absoluto terror y sorpresa que se apoderaron de mí y me agobiaron. Mis rodillas temblaban, me castañeteaban los dientes, mientras el cabello se me erizaba. ¡Entonces... había reventado el globo! Ese fue el primer pensamiento que vino a mi mente. ¡El globo había explotado y estábamos cayendo… cayendo, con la velocidad más incontrolable e inmensurable! ¡Calculando la enorme distancia recorrida tan velozmente, no tardaría más de diez minutos en llegar a la superficie del planeta y perderme en la destrucción!

      Pero, en un momento, la reflexión llegó en mi auxilio. Me tranquilicé, pensé y comencé a dudar. Era imposible. De ninguna forma podía haber descendido a tal velocidad. Por otro lado, si bien me estaba aproximando a la superficie ubicada por debajo, no había duda de que la velocidad del descenso era incomparablemente menor a la que yo había imaginado.

      Esta reflexión sirvió para calmar la excitación de mis facultades y finalmente pude enfrentar el hecho desde un punto de vista racional. Me di cuenta de que la sorpresa me había privado de mi sensatez en gran medida, ya que no había sido capaz de reconocer la gran diferencia entre aquella superficie situada debajo de mí y la superficie de la madre tierra. Esta última ahora se encontraba sobre mi cabeza, totalmente cubierta por el globo, mientras que la luna —la luna en todo su esplendor— se extendía debajo de mí y a mis pies.

      El desconcierto y la confusión que me había causado aquel sorprendente cambio de situaciones fueron tal vez lo menos explicable de mi aventura, pues la alteración sufrida no solo era tan natural como inevitable, sino que ya lo había advertido mucho antes al saber que tenía que ocurrir, cuando llegara al punto exacto del trayecto donde la atracción del planeta fuera menor que la atracción del satélite —o más precisamente, cuando la fuerza de gravitación del globo hacia la tierra fuese menos fuerte que su fuerza de gravitación hacia la luna—. Sin duda, sucedió que desperté de un profundo sueño con todos los sentidos adormecidos y me encontré frente a un fenómeno que, aunque previsto, no lo estaba en ese preciso instante. En relación al cambio de posición, esta debió ocurrir de manera tan gradual como serena, de haber sido consciente en el momento en que sucedió, dudo que me hubiera dado cuenta por algún indicio interno, es decir, por alguna alteración o trastorno de mi cuerpo o de mis instrumentos.

      Es inútil señalar que, apenas comprendí lo sucedido y superado el pánico que había absorbido todas las capacidades de mi espíritu, enfoqué mi atención por completo en el aspecto físico de la luna. Se ampliaba debajo de mí como un mapa y aunque reconocí que se hallaba todavía a cierta distancia, los detalles de su superficie se mostraban con una nitidez tan sorprendente como misteriosa. La total ausencia de océanos o mares e inclusive de lagos y de ríos me impresionó como el rasgo más asombroso de sus características geológicas a primera vista. No obstante, por extraño que parezca, observé vastas regiones llanas de carácter resueltamente aluvial, si bien la mayor parte del hemisferio se encontraba cubierto de infinitas montañas volcánicas de forma cónica que daban la sensación de protuberancias artificiales más que naturales. La más alta no era mayor a las tres millas y tres cuartos, pero un mapa de los sectores volcánicos de los Campos Flégreos les daría a vuestras excelencias una imagen más clara de aquella superficie general que cualquier descripción insuficiente que yo intente darles. La mayoría de aquellos volcanes estaban en erupción y me mostraron su terrible furia y su fuerza con los múltiples truenos de los mal llamados meteoritos que subían en línea