Cambria Brockman

Cuéntamelo todo


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pequeño campus. A pesar del desnudo invierno, sigue siendo hermoso y pintoresco con sus edificios de ladrillo y sus amplios senderos, su pendiente de tierra ondulante y en calma. Una parte de mí quiere escapar en la biblioteca, dentro de un libro, abandonar el resto del Día de los Graduados.

      Khaled me da un codazo.

      —Por allí —murmura, para que sólo yo pueda escucharle.

      Veo lo que me señala. Ruby y Max, solos, al borde de la fogata menguante, en lo que parece ser una acalorada discusión. Vuelvo a mirar a John y Gemma, que se están riendo juntos, tratando de no resbalar en un gran charco de barro. Gemma se cuelga del brazo de John, preguntándole qué se siente al ser un héroe. Necesito mantener el rumbo.

      —Sigamos —digo—, ya nos encontrarán.

      Gemma y John no oyen mi comentario y continúan remontando la colina en la euforia de su borrachera. Están demasiado colocados para cuestionarse nada.

      Khaled llama mi atención y sacudo la cabeza para que guarde silencio. No dice nada; la camisa a cuadros cuelga de su hombro, el alcohol lo mantiene caliente.

      Sé que no hablará, al menos por ahora.

t1

      Cuando entramos a la residencia, me dirijo al cuarto de baño de chicas mientras todos los demás avanzan hacia el de chicos.

      El servicio huele ferozmente a orina. Los universitarios son unos cerdos asquerosos. Hay un rollo de papel higiénico sin usar esparcido por el suelo, enrollado por debajo de los urinarios. Parte del rollo está mojado y rasgado, y paso por encima de él hacia el retrete más limpio (siempre el primero, nadie elige el primero).

      Me siento y orino, descansando mi barbilla en la palma de la mano. Una luz turbia se filtra a través de la ventana. Beber de día es deprimente, la luz del sol subraya nuestro comportamiento inapropiado y hace que todo parezca sucio y barato.

      Cuando asistes a la universidad en Edleton, Maine, te vuelves creativo. Edleton es una de las ciudades más hermosas de Estados Unidos, pero también la más aburrida, si eres un estudiante universitario de veinte años. Hace décadas, los hombres de Hawthorne College (porque fue exclusivamente para varones hasta 1964) decidieron actuar ante la ausencia de bares y restaurantes, de manera que crearon el recorrido de las casas para comenzar con estruendo el Día de los Graduados. Una vez al año, cinco casas fuera del campus servirían como esos codiciados abrevaderos. Los estudiantes de último año que estuvieran viviendo allí elegirían un tema y adornarían la casa. Podría ser la Mansión Playboy o un bar clandestino, o incluso podías traer en autobús algunas nudistas desde Portland y transformar tu sala en un club nocturno, lo que fuera. Además, decidieron convertir la iniciativa en una competición. Todos tenían que correr de casa en casa y detenerse sólo para socializar y beber. Quien terminara primero en el agujero del lago congelado, sería el ganador. No es que hubiera un trofeo ni nada parecido. Se trataba de sentir orgullo por tu alma máter, y emborracharse.

      Era tan aburrido.

      Tiro la cadena del inodoro y abro el grifo para lavarme las manos. Me miro en el espejo: mis mejillas rojas y mi pelo rubio-platino congelado, del que gotean carámbanos al suelo. Mientras que Gemma y Ruby intentaron ir guapas hoy (fácil para Ruby, que siempre va inmaculada), yo voy como siempre: sin maquillaje y mi pelo lacio natural. No me gusta disfrazarme.

      La voz de mi madre se escucha en mi cabeza: “¿Estás saliendo con alguien, cariño?”.

      Podría decir la verdad: sí, estoy saliendo con alguien, o algo así. ¿Eso era salir con alguien? ¿Qué estábamos haciendo? No queríamos hacerlo público, al menos no hasta la graduación, para la que sólo faltaban unos meses.

      Aprieto los dientes, mis pómulos se endurecen. Me alejo del espejo, prefiero secar mis manos sacudiéndolas, en lugar de usar la toalla empapada que está en el suelo, detrás del cubo de basura.

      Pienso en lo que sucedió hace un momento con Gemma, en una de las paradas del recorrido de las casas. La oscura sala estaba repleta de estudiantes de último año. Láminas de plástico cubrían las paredes y los muebles. A través del brillo de las luces estroboscópicas, todo estaba teñido de azul, el color de Hawthorne. El equipo de natación había protegido todas sus pertenencias con láminas de plástico y luego había llenado el lugar con globos de agua con pintura azul. Los estudiantes los lanzaban a través de la sala, unos a otros y a las paredes. Vi cómo Khaled estrellaba un globo sobre la cabeza de Ruby. Ella gritó y retrocedió, mientras la pintura se filtraba en las capas de tul del tutú. Otro destello de la antigua Ruby. La echo de menos. No de una manera nostálgica y emocional, sino de la forma en que se desea que un aparato estropeado vuelva a funcionar. Max, vacilante, le dio un globo y ella lo arrojó contra el pecho de Khaled. El globo explotó al instante en su camisa y la pintura azul se derramó en el suelo.

      Max y Ruby. No los había visto así desde primer año. Se llevaban bien, eran felices. De alguna manera, la algarabía del Día de los Graduados les hizo olvidar lo que sea que haya pasado entre ellos.

      Busqué a Gemma entre la multitud, su pelo azul. Mis ojos surcaron los rostros de mis compañeros. Los reconocía a todos, aunque la mayoría seguían siendo extraños para mí, incluso después de todos estos años juntos.

      Y entonces encontré a John y Gemma, en un rincón oscuro, detrás de una puerta abierta, envueltos en un espacio privado. Asumí que estarían coqueteando, como hacían siempre que bebían demasiado. Al menos sabían esconderse. Ellos no me vieron, pero yo sí los vi. La luz estroboscópica latía al estruendoso ritmo de la música. Miré de nuevo a Ruby. Estaba distraída. Su atención estaba fija en Max, en la pintura azul. Los dos seguían mirándose a los ojos, sin molestarse en reprimir sus sonrisas. Sus cabellos oscuros estaban cubiertos de pintura azul, empapados, cuando Khaled lanzó un globo por encima de ellos como si fuera muérdago.

      Gemma presionó la parte baja de su cuerpo contra John. Se inclinó y cogió un globo de una canasta en el alféizar de la ventana. Su pelvis estaba presionada contra la de él. John se echó hacia atrás, pero estaba muy pasado de rosca y sus movimientos eran juguetones y torpes. Ni siquiera buscó a Ruby. Tal vez ni siquiera pensó en las consecuencias morales de sus actos: coquetear con una de las mejores amigas de su novia.

      Gemma sonrió y le dirigió esa mirada sensual que solía practicar frente al espejo cuando estábamos en primer año. Nos habíamos reído de ella, sin darnos cuenta de que lo hacía en serio. Gemma apretó el globo en su mano y la pintura se derramó sobre su pecho, con el cuello en forma de uve estirado hacia abajo para exponer sus abultados senos.

      Dio un pequeño paso hacia él. Se puso de puntillas y pasó un dedo azul de la nariz a los labios de John, riendo.

      John la miró, con los párpados revoloteando y las aletas nasales dilatadas. Yo ya había visto esa expresión antes.

      Miré de nuevo a Ruby. Estaba demasiado distraída. ¿Por qué no lo estaba mirando? Pensé en acercarme a ella y advertirle, pero lo pensé mejor. Sólo tenía que esperar.

t1

      Ahora, en el húmedo cuarto de baño de la residencia, escucho la estridente risa de Gemma desde el pasillo. Mi plan ya se encuentra en marcha. Depende de ella ponerlo en acción.

      CAPÍTULO NUEVE

      Primer año

      El profesor Clarke se colocó frente al grupo durante nuestra tercera semana de clase. Era alto, responsable, seguro de sí mismo, un hombre atlético de cincuenta años que parecía de cuarenta, y estaba al lado de alguien que yo no conocía. Un tipo, quizás unos cuantos años mayor que nosotros. Era más bajo que el profesor Clarke, fornido y robusto.

      Mi teléfono vibró contra mi pie. Miré alrededor del salón. Nadie se había dado cuenta.

      —Éste es Hale —dijo el profesor Clarke—. Será su asistente educativo durante este semestre. Acaba de comenzar