Cambria Brockman

Cuéntamelo todo


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Ruby, atraídos por la diversión y la luz que se filtraba por su tersa piel. Cuando los chicos no le lanzaban miradas interesadas, las chicas la evaluaban, determinando qué sería más conveniente: ser amigas o rivales. Al final, todos llegaban a la misma conclusión: ser su amigo era la jugada más inteligente.

t1

      Más tarde esa noche, Ruby y yo nos acurrucamos sobre una caja sin abrir, bebiendo vodka de una botella de plástico entre risitas. Nuestros traseros se hundieron en el cartón, y nuestros hombros se unieron cuando nos apoyamos contra la pared. Nunca había estado realmente borracha, pero tenía la sensación de que en ese momento lo estaba. El sudor cubría nuestra piel, y anhelaba el omnipresente aire acondicionado al que estaba acostumbrada en casa.

      La habitación se había vaciado un poco; sólo quedaba un puñado de estudiantes en pie. Por el rabillo del ojo, podía ver a Gemma hablando con otras chicas, lanzándonos miradas de vez en cuando. Estaba molesta: me había invitado a su fiesta y allí estaba yo, como uña y carne con su compañera de habitación durante toda la noche. La gente ya se estaba refiriendo a nosotras como “inseparables”, y nos preguntaban si nos conocíamos de “antes”. Así era Ruby al principio. Un libro abierto. Una vez que la conocías, la conocías de verdad. No me importaba pasar tiempo con ella, ser su mejor amiga.

      —¡Eh! —dijo una voz al otro lado. Vi a Ruby mirar a mi espalda y sonreír.

      —¡Eh! —respondió ella, su voz era más dulce de lo que había sido un segundo antes.

      Me volví para encontrar a John de pie ante nosotras, con una pelota de ping-pong en la mano.

      —¿Os apuntáis? —preguntó, mostrando la pelota.

      —Vas a perder —respondió ella. Tiró de mí para levantarme mientras se ponía en pie.

      Seguimos a John al pasillo. Max estaba apoyado contra la pared con una botella de cerveza, y el príncipe estaba en el extremo opuesto de una mesa plegable. Dos triángulos de vasos rojos descansaban en los extremos de la mesa, y cada vaso estaba lleno con cerveza hasta la mitad. El suelo se encontraba cubierto de una sustancia pegajosa y el aire olía a levadura.

      El príncipe se inclinó sobre la mesa hacia nosotras.

      —Soy Khaled, por cierto —dijo, extendiendo la mano—.

      Creo que nos conocimos hace un rato.

      —Malin —contesté, estrechando su mano, cálida y resbaladiza por el sudor.

      —¿El príncipe? —preguntó Ruby, haciendo que todos miráramos fijamente a Khaled; el alcohol enmascaraba cualquier forma de cortesía que pudiéramos haber guardado antes.

      Las mejillas de Ruby enrojecieron.

      —Lo siento, no he querido...

      Khaled suspiró.

      —No te preocupes. Papá es el importante, da igual. Ruby sonrió agradecida.

      —¿Qué te trae a Hawthorne?

      —Bueno —intentó explicar él—, quiero ser cirujano. Estoy en el curso preparatorio para la escuela de medicina —se detuvo y miró a Max—. Igual que Max, aquí presente. Mis padres habrían preferido que me quedara en Abu Dabi y que consiguiera un trabajo para el gobierno, pero me dijeron que podía venir aquí, a Estados Unidos; a Maine, Minnesota o Alaska. Sólo los estados más fríos. Estoy bastante seguro de que piensan que me rendiré después de un semestre y regresaré a casa en cuanto empiece a nevar. Soy un hombre de clima cálido.

      —Eso es genial —dijo Ruby—. Nunca he salido del país. Espero que no te moleste que te lo pregunte, pero tienes un aspecto tan...

      —¿Del Medio Oriente? —preguntó Khaled.

      —Sí —dijo Ruby.

      —Asistí un tiempo a la ASL, donde cursé secundaria. Papá fue asignado allí unos años, de manera que crecí ahí también —explicó.

      Ruby levantó su vaso y la cerveza se movió de lado a lado.

      —Bueno, por la esperanza de que te quedes con nosotros y no tengas que regresar pronto a casa.

      Khaled sonrió y levantó su vaso hacia el de ella.

      —Salud.

      John pasó junto a mí y me entregó la pelota.

      —Las damas primero —dijo.

      Miré la pelota de ping-pong sin estar muy segura de qué se suponía que debía hacer con ella. Levanté la mirada hacia Ruby, en busca de ayuda.

      —Es cerveza-pong —susurró. Debo haber parecido aún más confundida, porque agregó en voz baja—: Debes lanzarla a uno de sus vasos, si cae dentro, ellos beben, y viceversa.

      Resulté bastante buena en eso de lanzar pelotas a los vasos. A los cinco minutos, Ruby y yo estábamos ganando, y John y Khaled habían bebido alrededor de cinco vasos cada uno. Eructaban profusamente y sus movimientos eran cada vez más descuidados. John no dejaba de pasar su mano mojada por su cabello, que ya estaba erizado, y sus mechones rubios retozaban en diferentes direcciones.

      —Nos estáis machacando —dijo Khaled, sacudiendo la cabeza con una sonrisa. No parecía importarle que estuvieran perdiendo.

      Khaled se comportaba de manera despreocupada, lanzando sonrisas y chocando puños con quienes pasaban cerca de la mesa. Su felicidad era embriagadora. Me pregunté cuáles serían sus demonios, si es que tenía alguno. Sentía curiosidad por personas como él, que no cargaban nada sobre sus hombros.

      Ruby y yo nos miramos y sonreímos, disfrutando de nuestra victoria, cuando sentí que alguien me abrazaba por detrás.

      —Ahí estás —una voz pastosa: Gemma.

      —Eh, niña —le dijo Ruby—. ¿Quieres jugar?

      —Dios, no, estoy demasiado borracha —Gemma se movió entre nosotras y envolvió sus brazos alrededor de nuestras cinturas. John miró a Max, que nos estaba observando. Todavía no había hablado con nosotras, y su silencio resultaba intrigante e irritante a partes iguales. No estaba segura de si era tímido o si se pensaba superior a nosotras. John y Max comenzaron a hablar sobre algo, fútbol, supuse. John lanzó un vago insulto a un jugador, y Max murmuró en acuerdo, apoyado contra la pared.

      —¿Alguien quiere hablar de críquet? ¿Algún interesado? —preguntó Khaled.

      —¿De qué están hablando? —pregunté a Ruby. Ella comenzó a arreglar los vasos rojos de nuevo, vertiendo tres centímetros de cerveza en cada uno de ellos.

      —Fútbol americano. Los Giants jugarán contra los 49ers mañana.

      —¿Eres aficionada? —preguntó John.

      Khaled fue el primero en lanzar y hundió la pelota en uno de los vasos de Ruby.

      —De los Patriots hasta la muerte —respondió Ruby, cogiendo el vaso.

      —Oh —dijo John—, ya no sé si podremos ser amigos.

      Ruby se llevó la cerveza a los labios, ocultando una suave sonrisa.

      —Déjame adivinar. Eres de un barrio pijo de Connecticut, llevas ropa J. Crew y Patagonia, y te estás especializando en Economía. ¿Eres de los Giants?

      John le dedicó una sonrisa torcida.

      —Has olvidado la casa en el viñedo.

      Ruby tiró la pelota y la hundió en su vaso. Puso una mano en su cadera.

      —Por supuesto. Ahora bebe.

      —¿Críquet? ¿Hay alguien que le interese? Podría hablar de estadísticas todo el día —dijo Khaled.

      —¡Oh, críquet! Mi padre ve... —comenzó a decir Gemma antes de que John la interrumpiera, como si ni siquiera hubiera notado que ella