Alver Metalli

El Papa y el filósofo


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¿Por qué? Porque el mundo le resulta amorfo.

      –No tiene necesidad de un enemigo, pero no puede no tener conciencia del enemigo que existe.

      –En este sentido sí, es necesario tener conciencia del enemigo porque enemigos habrá siempre. Satanás es el príncipe de este mundo, y Satanás significa “enemigo”. La historia es la lucha por el reconocimiento del hombre por parte del hombre; este reconocimiento es una conquista en una innumerable cadena de no reconocimientos. Genera la dialéctica amo-esclavo, es decir la ruptura permanente del reconocimiento del hombre por parte del hombre, que sólo se puede fundar en la igual dignidad. Por eso, en la historia, hasta el último día, existirá un enemigo principal. Quien no sabe dónde se encuentra su principal enemigo no sabe cómo actuar. La identificación del enemigo capital permite generar las estrategias fundamentales, establecer una correcta jerarquía de prioridades.

      –Me parece que está hablando de “enemigo” en sentido evangélico.

      –El Evangelio, por todas partes, supone la presencia permanente de un enemigo: lo llama también diabolos; diablo es lo contrario de diálogo: el que queda incomunicado, aislado, obstruido, el que obstruye una relación, es decir, impide el flujo del amor. En este sentido el enemigo está “afuera”, pero también está “adentro”. En el enemigo está el amigo que debe ser rescatado y salvado.

      Tenemos necesidad de volverlo amigo, encontrar al amigo que existe en el enemigo, sabiendo que el enemigo lo tenemos en nosotros mismos. Pero, repito, la identificación del enemigo principal pone orden en una estrategia de acción. La conciencia del enemigo impulsa, alimenta, una verdad y un bien que se han desviado y que deben ser recuperados y reconocidos. Hay que retomar lo mejor del enemigo para convertirlo en amigo. Para eso es necesario saber quién es, conocerlo.

      –Para profundizar una conciencia histórica.

      –Cierto. Sin conciencia histórica hay siempre algo frágil en una “misión”. Sólo si se captan bien las características del enemigo –del principal– se determina el carácter de una época, y en los caracteres de una época está la respuesta de la Iglesia a tal enemigo concreto.

      Desaparecido un enemigo, surge otro: existe en la historia una multiplicidad sucesiva de enemigos primarios. La historia no se comprende sin la presencia del mal y de su opuesto, el amor, que es superior al primero. No hay nada más inteligente que el amor. Si no se comprende cuál es el enemigo principal en un determinado momento histórico, no es por falta de astucia sino por falta de amor. Inteligencia y amor, en última instancia, son inseparables.

      –Creo entender que un enemigo, más que necesario, es inevitable.

      –La originalidad de Cristo no es sólo el amor al prójimo, sino particularmente el amor al enemigo. La dialéctica amigo-enemigo en términos cristianos no se resuelve con el aniquilamiento del enemigo sino con la recuperación del enemigo como amigo.

      En otro orden de cosas no es así: al enemigo se lo liquida; o lo elimina el Estado o el enemigo liquida a este último. En la Iglesia las cosas son radicalmente diferentes y cuando la Iglesia no se ha comportado así, la historia se lo ha recriminado, como en ciertos momentos de la Inquisición y más todavía de las guerras de religión. Y es justo.

      –¿No le parece que existe algún desconcierto en la Iglesia latinoamericana de hoy, un desconcierto debido a que el enemigo ya no es tan claro como en el pasado, que ya no se lo puede identificar con precisión?

      –La impresión que se recoge observando hoy a la Iglesia en América Latina es que en los círculos más responsables existe efectivamente un desconcierto debido a que no se capta la índole del enemigo principal. Me parece que una cierta inmovilidad revela que la Iglesia no tiene plena conciencia de las claves fundamentales del adversario histórico concreto que tiene delante, y que cambia de forma con el cambio de las épocas históricas. Y esto genera una cierta parálisis eclesial.

      1. Las reuniones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano tuvieron lugar en la República Dominicana del 12 al 28 de octubre de 1992. El material elaborado consiste en el discurso inaugural de Juan Pablo II, el documento final –de 303 puntos– dividido en tres partes, y el mensaje conclusivo a los pueblos de América Latina y de las islas del Caribe.

      2. Se hizo coincidir de manera intencional la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano con el quinto aniversario del descubrimiento y el comienzo de la evangelización del continente. La alocución de Juan Pablo II del 5 de enero de 1992 establecía la celebración de “la llegada de la fe, la proclamación y difusión del mensaje evangélico en el continente americano”.

      3. Véase Alberto Methol Ferré, “La revolución religiosa en el umbral del tercer milenio”, exposición en el seminario del CELAM, Belo Horizonte, Brasil, 14-18 de octubre de 1989. Se publicó más tarde como separata, con el mismo título, en Medellín, vol. xvi, N° 62, Bogotá, Centro de Publicaciones del CELAM, junio de 1990, pp. 238-254.

      4. “Cristo es la única revolución permanente de la historia; el evangelio la revolución insuperable, la medida de todas las revoluciones posibles”, “La revolución religiosa...”.

      5. Methol Ferré se refiere, en el primer caso, a los libros de Zbigniew Brzezinski, La era tecnotrónica, Buenos Aires, Paidós, 1970, y, en el segundo, a El juego estratégico. La conducción de la contienda entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, Buenos Aires, Planeta, 1988.

      6. Zbigniew Brzezinski, El gran fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX, México, Lasser Press, 1989.

      7. Augusto del Noce, Il suicidio della rivoluzione, Milán, Rusconi, 1978.

      8. Gastón Fessard, De l’actualité historique, París, Desclée de Brouwer, 1960.

      9. Algunas de las obras más señaladas de estos autores son las siguientes: Pitirin Sorokin, Society, Culture and Personality, Londres, Cooper Square, 1969; Filosofías sociales en épocas de crisis, Madrid, Aguilar, 1954; Tendencias básicas de nuestro tiempo, Buenos Aires, La Pléyade, 1969; Arnold Toynbee, A Study of History (vols. i-iii, 1934; iv-VI, 1939; vii-x, 1954), Greek Civilization and Character (1924), Greek Historical Thought (1924), Civilization on Trial (1948), The World and the West (1953), An Historian’s Approach to Religion (1956); Karl Jaspers, Filosofía de la existencia; Ambiente espiritual de nuestro tiempo; Razón y existencia; René Grousset, Bilan de l’histoire, Plan, 1945.

      10. Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, 1992.

      11. Edición española: Fuera de control. Confusión mundial en víspera del siglo XXI, México, Lasser Press, 1993.

      12. Samuel Huntington, “The clash of civilizacions”, Foreing Affairs, vol. 72, N° 3, 1996.

      13. Samuel Huntington, The Clash of Civilization and the Remaking of the World Order; edición italiana: Lo scontro delle civiltà, Roma, Garzanti, 2001.

      14. Jorge G. Castañeda, La utopía desarmada. Intrigas, dilemas y promesas de la izquierda en América Latina, Buenos Aires, Ariel, 1993.

      15. Marta Harnecker, La izquierda en el umbral del siglo XXI, Madrid, Siglo XXI, 1999.

      16. Marta Harnecker, Los conceptos fundamentales del materialismo histórico, Madrid, Siglo XXI, 1969. Este libro tuvo, hasta el momento, cincuenta y nueve ediciones.

      17. En la introducción, la autora enuncia en los siguientes términos su propósito: “Sostengo que [la izquierda] vive una crisis teórica, programática y orgánica, pero al mismo tiempo reivindico los aportes de Marx, la permanencia de una alternativa al neoliberalismo, no acepto la concepción de la política como Realpolitik y defiendo la política como el arte de construir una fuerza social antisistémica. Aun si critico las desviaciones a las que condujo la asimilación acrítica del modelo bolchevique del partido, defiendo la necesidad de contar con una organización política para transformar