Maximiliano Fiquepron

Morir en las grandes pestes


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el tema: la relación entre epidemias e institucionalización del Estado, ya sea a través de la legislación o las dependencias y burocracias nacidas para combatir las crisis. Este ha sido uno de los tópicos que más división ha generado entre los estudiosos de estos fenómenos, ya que no todos evalúan del mismo modo el impacto de largo plazo de las transformaciones estatales provocadas por las crisis sanitarias.[8]

      Para poder desarrollar un enfoque tal, este estudio se nutre de dos fenómenos interconectados: la enfermedad y la muerte. Ambas son sin duda elementos centrales en la vida de una sociedad y, al mismo tiempo, son tanto una realidad biológica como una construcción sociocultural. Lejos de ser solo el producto de un microorganismo, enfermedades infecciosas como la sífilis, el HIV, la tuberculosis o el ébola producen representaciones sobre sus orígenes, los modos de contagio y la forma de combatirlas. Enfermarse y morir como consecuencia de alguno de estos males es distinto a contraer otras enfermedades o morir por otras causas. Las enfermedades no son realidades inmutables sino construcciones socioculturales, dinámicas y cambiantes. Y a la inversa: más allá de este conjunto de representaciones colectivas, las enfermedades existen fuera del contacto con los seres humanos y es en la interacción entre unas y otros que comienza este juego de clasificación entre la entidad biológica material y sus representaciones.

       * * *

      Este libro se organiza en seis capítulos. En los tres primeros se analizan las múltiples respuestas sociales a las crisis epidémicas ocurridas en Buenos Aires en las décadas de 1860 y 1870. Así, luego de un primer capítulo donde describiremos el escenario de nuestro drama –la ciudad de Buenos Aires a mediados del siglo–, analizaremos (en el segundo capítulo) las distintas representaciones generadas por las epidemias de fiebre amarilla y cólera, y buscaremos comprender la implicación de estas representaciones con las formas de combatirlas, y con la construcción posterior de una memoria sobre la crisis. Pensamos que estas representaciones múltiples coadyuvaron a configurar un modelo narrativo para pensar y recordar las epidemias que, entre otras cosas, dejó al Estado en un cono de sombra. Por ello, en el capítulo tercero buscaremos adentrarnos en la relación entre la sociedad porteña y el recientemente formado estado de Buenos Aires, estudiando el papel desempeñado por su Municipalidad (creada en 1854) durante la aparición recurrente de estas enfermedades. Nuestra hipótesis es que las epidemias obraron como un vector de institucionalización de políticas de estado en torno a la salud, la prevención y la creación de legislación sobre prácticas fúnebres, que perduraron durante décadas y algunas llegan hasta nuestros días.

      El capítulo cuarto y el quinto están dedicados al estudio de los rituales fúnebres. Sostenemos que ante las modificaciones que dichas prácticas sufrieron debido a la crisis, familiares y allegados de los difuntos desplegaron un abanico amplio de recursos para brindar a sus difuntos un funeral lo más decoroso que era posible en esas circunstancias excepcionales. Así, surgieron rituales suplementarios y homenajes póstumos que buscaron complementar los que la epidemia no permitió realizar.

      Por último, el sexto capítulo buscará reconstruir los mecanismos y representaciones que conformaron una memoria, y luego una historia, de la fiebre amarilla de 1871. Sostenemos que, a través de distintos mecanismos y soportes (escritos, publicaciones, obras artísticas) terminó conformándose una versión muy particular de estas crisis sanitarias, que consagró a la epidemia de 1871 en la única que atravesó la ciudad de Buenos Aires durante el siglo XIX.

      Agradecimientos

      Este libro es producto de una tesis doctoral defendida en el año 2015. Muchas son las personas y entidades a las que me gustaría agradecer por brindarme su apoyo en los siete años de investigación que llevó este proceso. En primer lugar, las instituciones que proporcionaron el soporte financiero para que pudiera dedicarme exclusivamente a ello. Las becas de formación de doctorado que me proporcionaron la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, y, por otro lado, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas fueron esenciales. También lo fue la beca del Programa de Formación y Capacitación para el Sector Educativo (Profor), otorgada por el Ministerio de Educación de la Nación. Sin embargo, tan importante como estas instituciones son aquellas personas que me invitaron a comenzar este camino. En primer lugar, mi directora de tesis, Sandra Gayol, a quien agradezco especialmente por haber sido mi guía en todos los aspectos de la vida académica. Desde un primer momento, cuando conversábamos sobre el tema, me propuso analizar la epidemia de fiebre amarilla de 1871, siempre supo mantener el equilibrio justo entre la exigencia y el estímulo, mostrándome tanto los principales desafíos como la forma de superarlos.

      También un agradecimiento especial a Gabriel Kessler que me sumó al proyecto de investigación “Muerte, política y sociedad”, dirigido por él y Sandra Gayol. Las reuniones y discusiones mensuales realizadas en el marco de este proyecto fueron siempre un estimulante espacio de aprendizaje. La posibilidad de trabajar junto con un grupo de profesionales fue una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido. Con algunos comparto hoy la experiencia de la docencia, y me llena de alegría poder tenerlos como compañeros de trabajo.

      La tesis también tuvo lectores de versiones parciales, en presentaciones en jornadas de discusión, congresos y seminarios. Las primeras sugerencias de Ramiro Segura cuando estaba confeccionando el plan de la tesis fueron muy alentadoras, así como las de los jurados de dicho plan, Diego Armus y Claudia Agostoni, que potenciaron aspectos y generaron preguntas enriquecedoras para el trabajo. También Eric Carter, Carlos Reboratti, Karina Ramacciotti, Marisa Miranda, Marcos Cueto, Adrián Carbonetti y Alejandra Golcman leyeron y comentaron algunas primeras ideas. Agradezco sinceramente sus lecturas. Los jurados de tesis, Diego Armus, Adrián Carbonetti y Sergio Visacovsky, realizaron aportes y comentarios de gran valor para redimensionar algunos de los puntos centrales de la investigación. Por último, Elizabeth Jelin y Sergio Caggiano estimularon la investigación sobre imágenes de la epidemia, que forma un aporte significativo de uno de los capítulos.

      A principios de 2017, esta tesis fue premiada con el primer puesto en el concurso de tesis doctorales organizado por la Asociación Argentina de Investigadores en Historia. Los jurados, Hugo Vezzetti, Roy Hora y Darío Roldán, pero también Lila Caimari, Adrián Gorelik, Graciela Silvestri y Fabio Wasserman, continuaron mostrándome las potencialidades del tema, así como las formas para revisar y mejorar lo que ahora, luego de un arduo proceso, se transformó en libro. Merece un reconocimiento especial Iñaki Aragón, quien supo estimular con su lectura y comentarios los cambios necesarios en los primeros borradores del libro. A todos ellos mi más sentido agradecimiento.

      La tarea de investigación también me puso en contacto con el personal de las hemerotecas, bibliotecas y archivos, que siempre respondieron con generosidad mis dudas e inquietudes. Un especial agradecimiento al personal del Archivo Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, que durante los largos meses en que los visité,