Juan Moisés De La Serna

El Misterioso Tesoro De Roma


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de horario, que hacía que todavía fuese noche cerrada en mi país cuando aquí apenas era medio día o también podía ser por haber trasnochado, en nuestra fallida exploración por la vida nocturna de la ciudad, o una conjunción de lo anterior.

      Además, todo esto ha permanecido aquí inmóvil durante cientos de años y creo que continuará así durante otros tantos más.

      No entiendo la necesidad del resto de recorrer cada uno de los lugares que les parecía llamativo, documentándolo con fotografías o en sus cuadernos como si fuesen ellos los descubridores de unas ruinas antiquísimas.

      Me senté junto a una fuente de piedra, en mitad de una plaza, a la espera de que saliesen los compañeros de una iglesia. Estaba distraído, mirando hacia el fondo del estanque que se formaba con el agua de la fuente al caer, cuando se me acercó una niña.

      No creo que tuviese más de seis o siete años por su estatura, llevaba un vestido blanco y un pañuelo amarillo sobre la cabeza y con una amplia sonrisa me ofreció una flor de grandes pétalos blancos.

      Tras recoger tan preciosa y delicada presencia entre mis manos y sin saber el motivo de aquel regalo, la quise pagar sacando para ello unas monedas de mi cartera y enseñándoselas para que ella pusiese sus manos para dárselas, pero ella negó con la cabeza, diciéndome algo que no entendí y levantando su mano derecha a la altura de su cabeza en ademán de despedida, se giró y se fue corriendo.

      No sabía qué hacer con aquella pequeña maravilla y me la puse en la solapa, en otras circunstancias no lo hubiese hecho, pues conocía que se usa este tipo de adorno tan florido en las bodas y algunos eventos sociales, aunque son empleados más bien como complemento por parte de las mujeres.

      Cuando levanté la vista, tras colocármela, vi que la niña se alejaba por entre uno de los muchos callejones, que conducían hasta ésta plaza, sinceramente estaba algo desorientado con esta distribución urbanística bastante caótica, acostumbrado a las grandes ciudades en donde de las calles principales, de mayor tamaño, partía el resto de las secundarias más pequeñas, pero aquí el tamaño de la vía no era indicativo de nada, de cualquiera de ellas surgía otra y más adelante otra de distinto tamaño y de éstas otras nuevas avenidas y vías.

      Además, las pocas indicaciones que enunciaban el nombre del lugar donde nos encontrábamos estaban escritas en aquel extraño lenguaje, que a pesar de compartir un alfabeto similar era bastante enigmático para mí.

      Quizás si hubiese prestado algo más de atención en las clases de lenguas antiguas, en las que tanto esfuerzo malgastaron mis profesores intentando inculcarme el amor por la cultura clásica, pero como esa asignatura no contaba demasiado para la nota final, no la estudié con mucho interés, lo que ahora me impedía que pudiese sacar mayor provecho de éste viaje, no sólo porque la ciudad estaba llena de inscripciones en puertas y dinteles y en otros restos arqueológicos, en el antiguo y ya en desuso idioma del latín, sino porque el lenguaje que hablaban los ciudadanos aquí, los italianos, era una derivación o evolución del mismo.

      Además, él guía que teníamos asignado por la embajada, nos había hecho de traductor, hablando con los mercaderes y comerciantes que se acercaban al grupo para tratar de vendernos algún que otro objeto o cuando queríamos entrar en algún edificio privado para contemplar los restos arquitectónicos o históricos en dichas villas.

      Al respecto todavía no me quedaba demasiado claro el tipo de relación que tenía el arte en aquella ciudad, parecía que los antiguos benefactores, los mecenas de la época, pagaban generosamente a los artistas para que dejasen plasmados sus obras, con lo que habían hecho de aquella capital un centro cultural de referencia.

      Es cierto que en mi país tenemos algunos mecenas que donan parte de su riqueza a los jóvenes talentos, pero su generosidad no llega a tanto como para que sus beneficios queden recogidos década tras década como acicate a las nuevas generaciones.

      Además, el propio gobierno aporta a través de varios mecanismos, ayudas directas o de manutención a aquellos que destacan sobre los demás, pero estas ayudas no se centran en los artistas exclusivamente, sino que intentan premiar a los que mejor realicen una determinada labor, para que puedan seguir formándose y desarrollándose.

      Así a jóvenes promesas de la ciencia, la investigación, las artes e incluso los deportes se les premian con ayudas para que puedan dedicar a ello su vida sin estarse preocupando de buscarse un trabajo para poderse pagar los estudios.

      Por suerte para mí, me encontraba entre aquellos jóvenes afortunados, becados por el gobierno, de los cuales dependía el progreso y el futuro de nuestro país. Ésta beca estatal me permitía estudiar en el mismo centro que otros, sin necesidad de tener un padre con un alto cargo político o con una gran fortuna, como algunos de mis compañeros de viaje, o sin tener una notable y destacada carrera deportiva como tenían otros.

      Mi especialidad por la que me había decantado dentro de las ciencias era por las matemáticas, pues desde pequeño me había gustado descubrir la relación que tenían los elementos en la naturaleza, adivinar los acontecimientos antes de que estos sucediesen, predecir el comportamiento de los animales y las personas.

      De todo esto no tenía idea, pero cuando empecé a estudiar las matemáticas entendí que éste era el lenguaje del futuro ya que con él podía teorizar sobre los acontecimientos presentes y venideros, podía comprender las asociaciones de conjuntos y su comportamiento y aplicarlo a la vida corriente.

      Quizás era algo pretencioso tal y como me había planteado algún profesor, el tratar de dar cierta lógica al mundo que nos rodea, sin tener en cuenta el comportamiento instintivo. Igualmente, alguno de mis compañeros de estudio me criticaba como presuntuoso ya que preferían confiar en algo tan intangible como era la buena o la mala suerte, pero estaba seguro que detrás de cada hecho y de cada comportamiento existía una fórmula que lo explicaba.

      Así me había especializado en las teorías económicas, con las cuales era capaz de predecir el comportamiento de los gobiernos con respecto al comercio interior y exterior.

      La principal teoría que había defendido es que los pueblos se expandían o contraían en función de la disponibilidad de alimentos, donde no se trataba tanto de que tuviesen una buena o mala temporada en los cultivos, sino de la facilidad o dificultad del intercambio a través del comercio.

      Así había releído la historia a través de esta hipótesis y pude reseñar cómo determinados pueblos estaban abocados a su desaparición por no tener una materia prima que ofrecer a los pueblos vecinos y por tanto no poder comerciar con nada que los otros necesitasen.

      Algunos de mis profesores cuando tuve que defender mi tesis, me acusaban de forzar la realidad para ajustarla al modelo matemático, pero estaba seguro de que aquello era un recelo por su parte.

      Si conociese todas las variables económicas de un determinado pueblo, o al menos las más importantes, podría predecir sin demasiados errores, cuántos años de subsistencia tendría y si este pueblo se convertiría en dominante o dominado.

      Así si aquellos pueblos que cultivaban y generaban materias primas, no tenían a su alrededor otros que los trasformaban y manufacturaban, quedaban sin posibilidades de crecimiento. Era una simbiosis perfecta, beneficiosa para ambos, en la que él productor sobrevivía gracias a la manufacturación de las materias primas.

      Es cierto que ello provocaba una diferencia económica bastante importante ya que el pueblo productor necesitaba pagar hasta diez veces más por el mismo producto que ellos habían sacado de la tierra cuando éstos estaban elaborados, pero si se habla exclusivamente de supervivencia, ambos pueblos conseguían subsistir.

      Quizás mis teorías habían impresionado a unos pocos, pero lo más destacable era cuando se utilizaban en otros ámbitos, algunos me habían propuesto que realizase una variación de aquello para tratar de adivinar cómo funcionarían los pueblos armamentísticamente hablando.

      Aunque mi idea económica inicial era más predecible, pues los pueblos ya no se rigen únicamente por la cantidad de armamento que tengan, sino por la calidad y la capacidad logística de los mismos, elementos que en mis ecuaciones