Dawn Brower

Confesiones De Una Sinvergüenza


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no lo demostraba.

      “¿Está disfrutando el baile?” preguntó Lord Darcy.

      “Por supuesto,” contestó ella suavemente. “¿Y usted?”

      “Si,” dijo él. “Está bastante entretenido.”

      Ésta había sido la conversación más mundana que había tenido alguna vez. A pesar de todo, mantenía una sonrisa en su cara. También, hacía un seguimiento de cada paso que daban Lord Asthey y Kaitlin. Parecían estar teniendo una conversación animada. Cualquier cosa que estuviera diciendo Lord Asthey, a Kaitlin le parecía fascinante. Deseaba poder escucharlos. Demonios, Samantha deseaba poder llamar la atención de Lord Asthey, mientras toda la atención la tenía Kaitlin.

      ¿Él la podría cortejar? ¿Podría bailar con ella? ¿Se despertaría Samantha un día con el anuncio de un compromiso en The Times? Sentía que su corazón se quebraba de sólo pensarlo. ¿Cómo podría ella sobrevivir en un mundo en el que su mejor amiga se casara con el hombre que amaba? ¿Qué le pasaba a ella? Tenía que dejarlo pasar. Él claramente no la veía de esa forma. Volvió su atención a Darcy. Al menos, él la miraba considerándola como una mujer atractiva. Podía no amarla, pero él la apreciaba.

      El baile llegó a su fin, y Lord Darcy la llevó al costado del salón de baile. Él se inclinó y dijo, “Gracias por el baile.”

      “Fue un placer, Lord Darcy.” ¿Dónde estaban Kaitlin y Asthey? Los había perdido de vista al final del baile.

      “Si me disculpa, veo a Lord Harrington. Hay algo que debo discutir con él.”

      Samantha no era tonta. Él podría querer discutir su próximo partido de criquet. Ella trataría de escuchar a escondidas más tarde. Samantha no quería perderse ningún detalle. Quería poder ver y en secreto alentar a Lord Asthey, pero podría conseguir esa información después. Era más importante encontrar a Kaitlin y a Lord Asthey. Ella hizo una reverencia. “Hasta la próxima vez.”

      Sus labios se contrajeron. “Espero ansioso.” Con esas palabras, la dejó sola y se dirigió a hablar con Lord Harrington.

      En ese momento, ella echó un vistazo y vio a Kaitlin por el rabillo de su ojo. Ella estaba sola. ¿Dónde se había ido Asthey? Samantha escudriñó en todo el salón febrilmente. Él había desaparecido. Se había perdido la oportunidad de bailar con él. Los sonidos de un vals llenaron todo el salón. Se dirigió a dejar el salón antes de que alguien notara la expresión cabizbaja de su cara y se encontró con los brazos de un hombre. Él tenía un pecho musculoso que la mayoría de las mujeres encontraría atractivo, y ella tenía que admitir que ella estaba entre ellas. No había nada que no apreciara de este hombre en particular.

      Samantha miró y encontró la mirada de Lord Asthey. Ella podría perderse en sus ojos preciosos, si ella se lo permitía, pero debía ser fuerte y mantenerse firme en su resolución de no demostrarle sus sentimientos a Asthey, para no ser obvia. No quería darle ninguna razón a Gregory para que alejara a Asthey de su lado. Samantha probablemente no podría estar con el hombre que le interesaba, pero tal vez podía estar cerca de él ocasionalmente. Debía ser suficiente. Si así lo hacía, aún si eso la mataba por dentro, después de cada encuentro, debía mantener sus sentimientos para ella.

      “Mis disculpas,” dijo ella. “Debí prestar más atención.” Él miró más allá de ella al otro lado del salón. También había estado buscando a Harrington. Ella dejaría que él siguiera con los planes con sus amigos, pero era la única oportunidad que tenía para estar con él. Samantha sólo quería un baile. Sólo uno. ¿Era mucho pedir?

      “Puede hacer las paces bailando conmigo.” Ella sonrió suavemente, en silencio rogándole a él. “Por favor.” Era un vals. Ella quería sentir sus brazos alrededor de ella. Así podía fingir durante unos momentos, que él la amaba.

      “Yo…” Él tragó saliva. “Por supuesto.” Lord Asthey le extendió su mano y la llevó a la pista de baile. Ella no era tonta. Samantha había escuchado los rumores acerca de Lord Asthey, su hermano, y todos los caballeros que eran conocidos. Todos eran considerados malvados, escandalosos, pillos. Ella nunca había notado ese costado de ellos. Gregory nunca lo habría permitido. Para ella, eran todos, perfectos caballeros. Asthey mucho más que cualquiera de ellos…Él se mantenía a distancia, bien educado, más allá de todo reproche.

      Ella entendía por qué, aunque eso la frustrara. Su hermano esperaba que ellos la respetaran, y por lo tanto, así lo hacían. Fue por esa razón que Lord Asthey aceptó bailar con ella. Él quería asegurarse que la hermana menor del Conde de Shelby nunca se sintiera excluida, un adorno en la pared, desairada…Aunque Samantha no era de manipular para conseguir lo que quería. Disfrutaría el baile y no se sentiría culpable por ello.

      Samantha se sentía como si estuviera flotando en las nubes. Lord Asthey era un bailarín maravilloso y la llevaba perfectamente por todo el salón de baile. Esto era un sueño. El mismo que tenía todas las noches, pero que hasta ahora no había hecho realidad. Por supuesto, no era exactamente como ella lo había soñado. En sus fantasías, él le confesaba su amor y le pedía que se casara con ella. Una dama no podía tener todo, ¿no es cierto?

      Ella recordaría este baile por el resto de sus días. Probablemente sería el único baile que disfrutaría con él. Si fuera lo único que podría tener con él, lo apreciaría. Cuando fuera mayor y estuviera sola, podría mirar atrás y podría recordarlo con cariño. Si fuera lo suficientemente valiente, ella le confesaría sus sentimientos. Aunque aún los sinvergüenzas tenían problemas en revelar sus secretos. Algunas confesiones no aliviarían el alma. Era mejor si mantenía sus deseos más profundos para sí misma. No querría asustar a Lord Asthey tampoco. Le rompería el corazón aún más, si no lo volvía a ver.

      El baile terminó, y él la llevó fuera de la pista. No habían pronunciado ni una palabra durante todo el baile. Estaba bien para ella. Era suficiente el haber compartido este baile. Ella le sonrió, deseando que él pudiera darse cuenta cuanto le importaba. Él no sonrió. Se inclinó y se excusó. Había terminado antes de que tuviera la oportunidad de empezar. Lord Asthey la dejó sola y fue a reunirse con sus amigos. La sonrisa de Samantha se tambaleó un poco. Tenía que irse antes de que todo el mundo se diera cuenta de su angustia. Sin decir una palabra, ella giró sobre sus talones y salió del salón de baile. Kaitlin se podría cuidar. Marian todavía estaba allí, después de todo…Samantha casi no podía contener las lágrimas, hasta que llegó a sus aposentos. Una vez allí, se soltó y lloró todo su dolor.

      Cuando no tuvo más lágrimas, se sentó y limpió su cara. Hasta allí. Era todo. Ahora, ella podría continuar y encontrar un hombre que la amara. Lord Asthey no sabía por lo que estaba pasando.

      Si sólo ella pudiera creérselo…

      CAPÍTULO UNO

      Londres, 1825

      Jason Thompson, el Conde de Asthey, se reclinó en su silla en el estudio del club Coventry y frunció el ceño al leer la carta, la última de varias, del abogado de su abuelo, pidiéndole una audiencia con él. No había querido ocuparse de nada de eso. Su abuelo materno, el Duque de Wilmington, siempre había sido bueno con él. Si no fuera por su abuelo, habría sido destituido hace mucho tiempo. Su padre se había jugado la poca fortuna que el condado tenía, cuando Jason no tenía más de diez años. No mucho después, su padre había muerto de una muerte dudosa. No habían podido probar que se había suicidado, pero no pudieron frenar los rumores. La mayoría creía que había querido evitar la ruina y había elegido la salida más cobarde.

      Cuando los cobradores de deudas de su padre habían venido a demandar pagos – en ese momento todo había tomado un giro, que él nunca podría haber anticipado.

      Jason no había conocido mucho del mundo, y había recibido unas pocas lecciones rápidas, que no podría olvidar, aún después de pasada una década. Los hombres la habían maltratado a su madre, y no habían sido tímidos en darle unos cuantos golpes al estómago a Jason. Él pensó que se moría. No quería ni pensar qué le podría ocurrir a su madre cuando diera su último respiro; demonios, no les había importado su muerte, para abusar de ella de la forma