von Meysenbug, de finales de febrero de 1887, Nietzsche le dice:
Me han dicho que una señorita Druscowitz [sic] ha ofendido a mi hijo Zaratustra con una presumida cháchara literaria: parece que por algún delito he dirigido contra mi pecho el cañón de las plumas femeninas — ¡y está bien así! Porque, como dice mi amiga Malwida: «¡Soy aún peor que Schopenhauer!».13
El 17 de octubre de 1887 Nietzsche aún le decía a Carl Spitteler: «La pequeña tontuela literaria Druscowicz [sic] es cualquier cosa menos mi “discípula”»14. El propio Meyer, por su parte, dentro de los parámetros misóginos de la época, que no podían comprender que la joven filósofa se hubiese percatado de la pomposa vaciedad y del carácter meramente literario de muchos de los argumentos nietzscheanos, salió en defensa del dolido filólogo: «También debería —se refería a Helene— dejar de fustigar al profesor Nietzsche: se diría que hubiera querido casarse con él»15. La verdad es que aquella «tontuela» no cejaría en su mordaz empeño, y en 1888 volvería al ataque, defendiendo a Eugen Dühring frente a Nietzsche en su escrito: Eugen Dühring. Eine Studie zu seiner Würdigung [Eugen Dühring. Un escrito en su honor]. Allí declaraba:
Es un hecho que existe una forma de justicia en la raíz de los sentimientos reactivos; y las deliberaciones del propio Nietzsche sobre este tema son incompletas y vagas —características que, incidentalmente, pertenecen a todos los posicionamientos de este escritor.16
Druskowitz llevaría su decepción hacia Nietzsche y su pensamiento hasta el punto de describirlo unos años más tarde, en Pessimistische Kardinalsätze, como un «enemigo mortal de la filosofía»:
Entre las memeces más infames a las que se ha visto sometido el mundo germánico se encuentra el homenaje a un tal Nietzsche,
que ha promocionado aquel malvado rasgo fundamental [i. e.: la voluntad de poder] de la manera más condenable y estúpida. Es, y sigue siendo, inconcebible cómo pudo llegar la inteligencia germánica a la desgracia que ha supuesto este ridículo filólogo suizo, tan estupendamente caricaturizado por el escritor y novelista G. Keller bajo el personaje del conde Strapinski, en su relato El hábito hace al monje. Afortunadamente, pronto se ha tomado posición frente a este escritor tonto y de espíritu completamente idiotizado, por lo que esperamos no vernos más en la penosa tesitura de tener que poner en ridículo a un sujeto de tal manera inflamado por la nobleza vulgar, por la clerigalla y sus ridiculeces. Pues aquel loco no solo fue, por una parte, un enemigo mortal de la filosofía, sino que también lo fue del simple cristianismo, cuya doctrina moral, aunque no muy profunda, puede, no obstante, llamarse buena, y no tiene nada que ver con la vulgar arbitrariedad.
Retomando la trayectoria intelectual de la pensadora austríaca, parece evidente que dicha trayectoria se fue situando de forma cada vez más acusada al margen y a la contra de los parámetros femeninos de su época (como se pone de manifiesto en su obra Unerwartet [Lo inesperado] (1889): nunca llegó a sentirse a gusto en ningún país ni con credo religioso alguno. Abiertamente atea, rechazó, además, el matrimonio, al que consideraba:
Una institución inadecuada para mujeres capaces. El hombre capaz —decía—, puede considerarlo como su pacífico lugar de esparcimiento en el que reúne y despliega sus fuerzas; pero una mujer que sea capaz se hunde en él; y yo quiero desarrollar [la expresión literal es: «vivir»] mis talentos.17
Bebía, fumaba y se declaraba, además, orgullosamente «anormal», aludiendo a sus inclinaciones lésbicas, que la llevarían a entablar relaciones amorosas con la cantante de ópera Therese Malten, soprano dramática, activa sobre todo en el Teatro de la Ópera de Dresde (y que había sido elegida por Wagner para alternar con Amalie Materna y Marianne Brandt en el papel de Kundry en la primera representación del Parsifal). Al mismo tiempo desarrolla una importante actividad en el marco del feminismo: escribe en las revistas Der heilige Kampf [La lucha sagrada] y Der Fehderuf [Llamada a las armas] y publica piezas literarias como Die Emanzipations-Schwärmerin (1890), en la que se pone de manifiesto que, aunque consideraba que las mujeres poseen los mismos derechos que los hombres, no por eso debe perseguirse una confusión de los sexos. En esta comedia, Druskowitz opone a las mujeres supuestamente «emancipadas», que sueñan con la liberación mediante grandilocuentes discursos, la figura de una estudiante que afirma:
A mí me parece, sin embargo, que las mujeres deberíamos actuar ahora y aprovechar, conforme a nuestras fuerzas, la libertad que se nos garantiza. Cada mujer que posea talento para un determinado asunto debe tratar de ponerlo en práctica, pues solo si cada individuo particular muestra talento podrá crecer la opinión sobre la capacitación de las mujeres en general. Solo el talento puede demostrarse a sí mismo. Dejen ustedes a una doctora que realice una difícil operación, o que diagnostique y acabe con una enfermedad complicada, y promoverá con ello mucho más la cuestión femenina que cientos de discursos públicos a favor de nuestro sexo.18
Tras perder entre 1886 y 1888 a sus dos hermanos y a su madre, Helene se trasladó a Dresde, donde fue cayendo progresivamente en el alcoholismo y en una bancarrota tanto financiera como emocional, lo que contribuyó a su ruptura con Malten en 1891.
Ese mismo año, presa de alucinaciones, fue hospitalizada y puesta bajo tutela, primero en el psiquiátrico de Dresde y luego en el Heil- und Pflegeanstalt Mauer-Öhling, con el diagnóstico de «megalomanía» y «misandria», cumpliéndose en ella un destino muy parecido al de Nietzsche. La verdad es que, aunque es cierto que su estado de salud mental era preocupante (si nos fiamos de sus cuidadores, Druskowitz afirmaba sentirse perseguida por los hombres y tenía miedo de ser víctima de sus ataques sexuales), los auténticos motivos de su internamiento nunca estuvieron claros, y parece, más bien, que detrás de ellos se encontraba una suerte de reacción de la sociedad ante una persona incómoda que, adelantada a su tiempo, se había atrevido a desafiar las normas morales del momento. La filósofa misma, ya ingresada, declaró en cierta ocasión sentirse víctima de «un crimen social perpetrado contra ella»19.
Traute Hensch ha seguido con detenimiento los informes médicos que se fueron emitiendo sobre aquella paciente tan peculiar, en los que se da cuenta de su estado y actividad:
La paciente recibe a los médicos con una noble y condescendiente dignidad; de primeras habla poco y responde solo con una imperceptible inclinación de la cabeza. Se lamenta del crimen social perpetrado contra ella. (Mauer-Öhling, 15-06-1891)
Está tranquila y algo indignada por haber sido trasladada en contra de su voluntad. [...] En este período lee mucho. [...] Se encuentra completamente orientada en el tiempo, es ordenada y, por lo general, se muestra calmada. (Ibid., 8-10-1894)
A la altura de 1904-1905, después de catorce años de internamiento y de estar sometida a un tratamiento psicofarmacológico ininterrumpido, los informes no son muy distintos, aunque registran matices importantes: indican que la filósofa se interesa cada vez más por el espiritismo y la meditación (mantiene contactos con la Spiritistischen Vereinigung in Köln), nos dicen que ha llegado a creer que está en contacto telepático con personalidades de la nobleza; que ella misma sostiene haber sido concebida de manera sobrenatural, siendo hija de un príncipe búlgaro llamado Tedesco Vertravin, y que, además, mantiene la existencia de un «sexto sentido», cuyo cultivo permitiría a la humanidad alcanzar la perfección; dichos informes destacan, asimismo, que, a pesar de su encierro, Helene seguía trabajando incansablemente:
Siempre el mismo cuadro clínico: se trata de una persona con un elevado concepto de sí misma y mucha autoestima; muy selectiva en las relaciones con los pacientes, pero siempre gentil y afable; se ocupa de problemas filosóficos, escribe tratados, pone anuncios en las revistas. [...] Está tratada continuamente con hipnóticos. Realiza a la perfección actividades literarias. Compone con una caligrafía ininteligible confusos tratados andrófobos. [...] Se muestra creativa y se dice espiritista y socialista. Todavía quedan restos consistentes de la vasta cultura que antes poseía. [...] Aunque agitada por alucinaciones, la paciente sigue siendo inofensiva.
Su comportamiento no varía: fuma tabaco en pipas inglesas, se muestra diligente, se prepara el té, compone poesías alabando el alcohol, escribe ilegibles y confusos dramas y tratados filosóficos,