se muestra muy agradecida ante cualquier palabra cortés que le dirija cualquier hombre, al que le declara enseguida que él es una excepción de su sexo, dotado de escrotos caprinos.20
¿Podríamos calificar una pequeña obra maestra como Pessimistische Kardinalsätze. Ein Vademecum für die freisten Geisten [Proposiciones cardinales del pesimismo. Un vademécum para los espíritus más libres] —cuyo título parece desafiar ya desde el comienzo el concepto nietzscheano de «espíritu libre»— de «confuso tratado andrófobo»? Aunque Curt Paul Janz afirma que «los desmesurados ataques al mundo masculino [que contiene este panfleto] no pueden ser leídos sino con risas y cabeceos»21, lo cierto es que con él Druskowitz conseguía su peculiar cuadratura del círculo filosófica al sintetizar de forma magistral, en muy pocas páginas, dos conceptos que parecían hasta ese momento irreconciliables (sentado el precedente abiertamente misógino del Buda de Frankfurt): feminismo y pesimismo22. Para ella, un espíritu solo puede considerarse auténticamente «libre» si sobrevuela los prejuicios misóginos que han lastrado la historia de la humanidad (y, en este sentido, Nietzsche tampoco había sido un espíritu libre). El hombre —como varón— resulta una imposibilidad lógica y ética, por lo que se le debe considerar una verdadera «maldición para el mundo». La pensadora austríaca considera que la comprensión de la fatalidad que ha representado el varón y su impositiva voluntad de poder constituyen el verdadero centro de gravedad del auténtico pesimismo. Por tanto, solo una crítica del hombre puede aclararnos el estado de postración que vive nuestro mundo; y esa crítica antropológica debe ampliarse mediante una crítica del concepto de Dios, una lamentable impostura masculina, que ha contribuido no poco a la opresión sobre las mujeres ejercida durante milenios.
Pero su diatriba se perdió sin tener repercusión alguna: la leyenda de Nietzsche se iba construyendo poco a poco, hasta alcanzar su apogeo en nuestros días, mientras que ella y sus denuncias feministas y pesimistas no llegaron a difundirse y se vieron condenadas a un olvido casi absoluto. El entramado clínico hizo bien su trabajo, y Helene permaneció ingresada veintisiete años. En 1918 un proceso diarreico severo la llevó a la sección de infecciosos de la institución, donde fallecería el 31 de mayo, según el acta de defunción, de «marasmo, tuberculosis y otros padecimientos», poco después de haber cumplido los 62 años. En su testamento, redactado en 1907, podemos leer sus últimas voluntades:
1. La testamentaria dispone y espera que, después de su muerte, se le haga erigir un monumento fúnebre que, aunque simple, sea adecuado y conforme a su rango; y para este fin ordena que se utilice todo el dinero aún disponible, así como la suma depositada en el Palacio de Justicia de Viena. Si la cantidad reunida fuese todavía insuficiente, desea que el resto se reúna vendiendo su máquina de escribir y su cubertería de viaje.
2. La inscripción del monumento no deberá componerse sin consultar los libros que se encuentran sobre el escritorio, en los cuales, bajo la identificación del nombre de la autora, aparece entre paréntesis la modificación de este, consecuencia del honor público alcanzado, es decir:
Sra. Dra. Helene von Druskowitz-Calagis
Reconocida escritora
La testamentaria declara que se ha de comunicar a los periódicos su fallecimiento.
Ruega que todas sus cartas, manuscritos, etc., así como todas las cartas que se reúnan tras su muerte, sean quemadas y que los libros sean devueltos con la anotación de que la destinataria ha muerto.
Dra. Helene von Druskowitz,
Mauer-Öhling, 9-julio-190723
Un pequeño parque, situado en Wien 13-Hietzing, en la esquina entre Wolkerbergenstrasse y Biraghigasse, recibió en 2006 el nombre de «Helene Druskowitz-Park». Un homenaje que se nos antoja demasiado escueto para uno de los espíritus más libres que hayan existido jamás.
2. La filosofía de Helene von Druskowitz: del optimismo ateísta radical a una fundamentación pesimista del feminismo
Los tres escritos filosóficos más relevantes de Helene von Druskowitz son: Moderne Versuche eines Religionsersatzes. Ein philosophischer Essay [Intentos modernos de sustituir a la religión. Ensayo filosófico] (1886), Wie ist Verantwortung und Zurechnung ohne Annahme der Willensfreiheit möglich. Eine Untersuchung [¿Cómo son posibles la responsabilidad y la imputabilidad sin suponer la libertad de la voluntad?] (1887) —escritos ambos en su período de actividad intelectual normal— y Pessimistische Kardinalsätze. Ein Vademecum für die freiesten Geister [Proposiciones cardinales del pesimismo. Un vademécum para los espíritus más libres], redactado en 1905, cuando la pensadora ya llevaba una larga temporada ingresada en la clínica psiquiátrica.
Como vamos a ver, en estos textos Druskowitz sigue una evolución inversa a la de Nietzsche: si este pasó de su pesimismo inicial, afín a Schopenhauer y Wagner, al vitalismo trágico-dionisíaco de sus últimos escritos, Druskowitz transitó el camino intelectual contrario: de una posición básicamente optimista y confiada en las posibilidades del ser humano pasó a una concepción radicalmente pesimista que, si no fuese por el contenido feminista de sus escritos, recuerda mucho a la sostenida por Philipp Mainländer.
En Intentos modernos de sustituir a la religión, Druskowitz afronta la difícil tarea de encontrar un fundamento sólido para las normas morales en un mundo secularizado. Afirma que la religión es una necesidad esencial para la humanidad, pero resulta incorrecto identificar religión y cristianismo porque la religión cristiana ha sido la causa del pesimismo cósmico que viene caracterizando la historia del ser humano en los últimos dos mil años.
En el libro, tras repasar críticamente y de un modo exhaustivo las diferentes tentativas de encontrar un sustituto de la religión realizadas por varios filósofos —entre ellos Nietzsche, como hemos visto24—, Druskowitz no propone ninguna solución concreta ni alternativa clara alguna al cristianismo, pero sí considera que el credo que en el futuro habrá de orientar a un Occidente secularizado deberá reunir saber y sentimiento a través de una reconciliación del ser humano con la naturaleza; asimismo, deberá dar muestras de una gran confianza en la capacidad del sujeto para desarrollar todas sus potencialidades, y alcanzar su autorrealización personal una vez suprimido cualquier principio divino abstracto y absoluto.
Por lo demás, la pensadora austríaca plantea un conocimiento básico del bien y del mal que los seres humanos pueden entender de manera intuitiva y sobre el cual puede asentarse el orden moral. Ese conocimiento parece estar basado en la existencia de un sexto sentido en el individuo, del que únicamente sabemos que proporciona una visión espiritual capaz de dotar de una suprema libertad al ser humano y cuyo cultivo y desarrollo en el futuro le permitirá alcanzar mayores cotas de perfección25.
En el ensayo de 1887 ¿Cómo son posibles la responsabilidad y la imputabilidad sin suponer la libertad de la voluntad?, Helene se enfrenta al difícil problema de conciliar necesidad y responsabilidad, exponiendo las posiciones de Kant, Schopenhauer, Feuerbach, Paul Rée y Herbert Spencer al respecto. Kant, en la Crítica de la razón práctica, había considerado que el hombre como fenómeno no es libre y está sometido a las leyes naturales, mientras que, como noúmeno, es decir, como ser moral, sí es libre. Schopenhauer, por su parte, en Los dos problemas fundamentales de la ética, evaluaba la libertad como una característica de la voluntad (la cosa en sí), mientras que el querer empírico del sujeto está absolutamente determinado por la combinación del carácter, marcado por la voluntad, y los motivos que a este puedan ofrecérsele. Druskowitz rechaza esta tesis «nouménica» de la libertad; primero porque ese supuesto plano nouménico no puede sondearse y resulta imposible, en consecuencia, juzgar al individuo desde él; y en segundo lugar, porque los actos humanos tienen lugar en el plano fenoménico, empírico, lo que probaría que hay una disposición moral natural en el sujeto, de manera que es en ese plano en el que puede imputársele y exigírsele responsabilidad por sus actos. Es verdad que las acciones humanas están determinadas por una multiplicidad de causas, conscientes o inconscientes, pero el hombre sí es responsable del conjunto de su vida, y esto explica por qué mostramos admiración o indignación éticas ante el comportamiento moral de un sujeto26: justo porque somos conscientes de que