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E-Pack Jazmín Luna de Miel 2


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–le dijo Gordon.

      Estelle parpadeó y Gordon sonrió mientras le tendía el cheque.

      –Tenemos tres personas con las cuales, si ocurriera algo, no sería considerado una infidelidad. Es solo un juego, por supuesto, y casi todos son actores, pero no me importaría incluir a Raúl en mi lista. Nadie puede resistirse a él, y menos una mujer tan encantadora como tú.

      –Me siento fatal.

      –No tienes por qué. Competir con Raúl servirá para mejorar mi reputación, en el caso de que llegue a saberse.

      –Lo siento.

      –No tienes por qué –insistió Gordon, y le dio un beso en la mejilla–. Pero ten cuidado con él.

      –No volveré a verle nunca más. No sabe nada de mí.

      –Para un hombre como él, eso es un simple detalle.

      A Estelle se le pusieron los pelos de punta al recordar que le había dicho su nombre.

      –Tú ahora péinate y maquíllate para que bajemos a desayunar. Y, si alguien dice algo sobre lo que pasó anoche, limítate a reírte y a encogerte de hombros –le recomendó Gordon.

      Fue un alivio poder disimular su sonrojo con el maquillaje. Estelle se puso una minifalda y unos tacones, se recogió el pelo en una cola de caballo y después se echó laca.

      –Me siento como un payaso –le dijo a Gordon mientras miraba su reflejo en el espejo.

      –Bueno, reconozco que a mí al menos me haces sonreír.

      Raúl ya se había ido, de modo que lo único que tuvo que soportar Estelle durante el desayuno fueron algunas miradas asesinas de Araminta.

      Por fin pudieron marcharse, pero Estelle no llegó a su casa hasta última hora de la tarde.

      –Piensa en lo que te he dicho –le recordó Gordon a Estelle mientras salía del coche.

      –Creo que ya he tenido suficientes emociones para todo un año –admitió Estelle mientras se despedía de él.

      Entró por fin en territorio familiar y suspiró antes de anunciar a Ginny que ya estaba en casa.

      –¿Cómo te encuentras? –le preguntó a su amiga cuando entró en el salón.

      –¡Fatal! Voy a irme un par de días a mi casa. Mi padre vendrá a recogerme. Necesito a mi madre, sopa casera y mimos. ¿Y a ti cómo te ha ido?

      –Bien –se limitó a responder Estelle.

      No estaba de humor para contarle a Ginny todo lo que había pasado.

      –Gordon ha sido encantador.

      –Ya te dije que no tenías nada por lo que preocuparte.

      –Pero estoy agotada. No me dijiste que Gordon tenía apnea. Me llevé el susto de mi vida cuando entré en la habitación y le vi pegado a una máquina.

      –La verdad es que se me olvidó –contestó Ginny riéndose–. Tu hermano te ha llamado varias veces.

      El teléfono volvió a sonar. Al ver que era su hermano, a Estelle le dio un vuelco el corazón.

      –A lo mejor ha conseguido ese trabajo.

      Pero no fue así.

      –Lo supe el viernes –le explicó Andrew–, pero no tuve valor para decírtelo.

      –Ya saldrá algo.

      –No sirvo para nada. No sé qué hacer, Estelle. Les he pedido a los padres de Amanda que nos ayuden… –se le quebró la voz. Estelle sabía el daño que aquello tenía que haberle hecho a su orgullo–. Pero no pueden.

      –Seguro que encuentras algo –pero hasta a ella misma le costaba parecer convincente–. Lo único que tienes que hacer es seguir buscando trabajo.

      –Lo sé –Andrew soltó una bocanada de aire, intentando recuperar la compostura–. Pero ya está bien de hablar de mí. Ginny me ha dicho que estabas en Escocia. ¿Qué hacías allí?

      –He ido a una boda.

      –¿De quién?

      –Mañana te lo contaré.

      –¿Mañana?

      –Quiero hablar contigo de algo.

      Un coche paró fuera de la casa y Ginny se levantó.

      –Andrew, tengo que colgar –le dijo Estelle–. Te llamaré mañana.

      Estelle no sabía cómo decirle a Andrew que tenía dinero para él, pero, en cualquier caso, el pago de un mes de hipoteca sería solo una ayuda provisional. Se alegraba de que Ginny se fuera unos días porque necesitaba tiempo para pensar en su situación.

      En la biblioteca le habían ofrecido más horas de trabajo. A lo mejor podía aplazar los estudios e irse a vivir con Andrew y con Amanda durante un año, pagarles el alquiler y quizá incluso aceptar la oferta de Gordon.

      –Muchas gracias por lo de anoche, Estelle –le dijo Ginny antes de irse.

      Ginny agarró el bolso, salió y se metió en el coche de su padre sin fijarse en el lujoso coche que había aparcado en la carretera.

      Pero Raúl sí se fijó en ella y frunció el ceño al ver a Virginia, la acompañante de Gordon, meterse en el coche de otro hombre. Después de lo que le había revelado su padre, ya nada le sorprendía, pero sintió una extraña decepción al pensar que Virginia y Estelle estaban juntas con Gordon. No le gustó la imagen que aquello conjuraba, así que se decidió por una versión más digerible: que Estelle no había conocido a Gordon en el Dario’s y, en realidad, Virginia y ella trabajaban para la misma agencia de acompañantes.

      Él necesitaba una mujer dura, se dijo Raúl a sí mismo, una mujer capaz de separar el sexo de los sentimientos, que comprendiera que le proponía una oportunidad de mejorar sus finanzas y que no le estaba haciendo una proposición romántica. Pero se estaba aferrando al volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Desde la noche anterior, sentía un vacío en el estómago cada vez que se imaginaba a Estelle con Gordon. Estelle estaría mucho mejor con él.

      –¿Te has olvidado al…? –a Estelle se le quebró la voz al ver que no era Ginny quien llamaba a la puerta.

      A Raúl le había gustado más la noche anterior en el balcón, pero el aspecto que tenía en aquel momento, maquillada y con minifalda, le facilitaba las cosas.

      –¿Qué quieres? –le increpó Estelle en cuanto le vio.

      –Quería disculparme por lo que te dije anoche. Creo que no me expresé correctamente.

      –Y yo creo que dejaste las cosas perfectamente claras –tomó aire–. Disculpas aceptadas. Y ahora, si me perdonas…

      Tenía la mano preparada para cerrar la puerta. Raúl solo contaba con unos segundos y sabía que tenía que aprovecharlos. No había tiempo para mensajes equívocos.

      –Tenías razón, no quería que volvieras con Gordon, pero no solo… –la puerta comenzó a cerrarse, de modo que Raúl le dijo lo que pretendía–: Quiero pedirte que te cases conmigo.

      Estelle soltó una carcajada. Después de la tensión de las últimas veinticuatro horas, de la llamada de su hermano y de la sorpresa de encontrarse a Raúl en la puerta de su casa, lo único que pudo hacer fue echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada.

      –Lo digo en serio.

      –Sí, claro. Y también hablabas en serio anoche, cuando me dijiste que no querías casarte nunca.

      –No quiero casarme por amor, pero necesito una esposa. Quiero casarme con alguien que sepa lo que quiere y esté dispuesta a hacer todo lo posible para conseguirlo.

      Ahí estaba de nuevo la insinuación, comprendió Estelle. Estaba a punto de cerrar la