Varias Autoras

E-Pack Jazmín Luna de Miel 2


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      –Por lo menos por mi parte –la posibilidad de que alguien lo averiguara la aterraba–. Solo será un romance vertiginoso y un matrimonio que no ha funcionado.

      –Muy bien –dijo Raúl–. Y, Estelle… aunque nos llevemos bien, aunque te guste…

      –No te preocupes, Raúl, no voy a enamorarme de ti. Me mantendré fuera de tu vida, tal como dispone el contrato.

      RAÚL tenía razón.

      Estelle estaba en el balcón de su lujoso apartamento, mirando hacia el puerto la mañana del día de su boda, y se sentía completa y absolutamente abrumada.

      Había llegado a Marbella dos días atrás y apenas había parado desde entonces. Al entrar en aquel enorme apartamento, había podido hacerse una idea de la riqueza de Raúl. Disponía de cualquier capricho imaginable, desde un jacuzzi hasta una sauna. También tenía un amplio guardarropa. La única pega era que los armarios de la cocina y la nevera estaban vacíos.

      –Si no quieres salir, puedes llamar al Café del Sol –le había dicho Raúl–, te traerán lo que quieras.

      Lo único que le resultaba familiar era la fotografía que les habían hecho en la boda de Donald, elegantemente enmarcada en una pared. Pero hasta la fotografía había sido manipulada para que el maquillaje pareciera más discreto y el escote menos revelador.

      Aquel había sido un duro recordatorio de que la consideraba una prostituta.

      Raúl sabía con qué tipo de mujer quería casarse, que no era la mujer a la que había conocido, así que Estelle había tenido que ir a un salón de belleza para hacerse un tratamiento en el pelo y recibir clases de maquillaje.

      –No necesito que me enseñen a maquillarme –había protestado Estelle.

      –Claro que sí –había respondido Raúl–, es preferible ser más sutil.

      Estelle tenía que acordarse constantemente de comportarse como la mujer que él pensaba que era. Una mujer que se mostraba encantada con su nuevo guardarropa y a la que no le importaba que Raúl le recomendara echarse un protector solar con un factor cincuenta plus porque le gustaba su piel pálida.

      Pero no era aquello lo que la preocupaba aquella mañana, mientras contemplaba los lujosos yates del puerto. Aquella noche estaría en el yate de Raúl. Y compartiría su cama. Estelle no estaba segura de qué le daba más miedo, si perder la virginidad o que Raúl averiguara que nunca se había acostado con nadie.

      La noche anterior, antes de salir a disfrutar de su última noche de soltero, Raúl le había dado un beso lento y profundo. El mensaje que le había enviado con la lengua había sido de lo más explícito.

      –¿Por qué quieres hacerme esperar? –le había preguntado.

      Esa misma noche lo averiguaría.

      –Tiene una llamada de teléfono –Rosa, el ama de llaves, le llevó el teléfono al balcón.

      Era Amanda, su cuñada.

      –¿Cómo estás? –le preguntó.

      –Aterrorizada –era preferible ser sincera.

      –Todas las novias lo están –contestó Amanda–, pero Raúl te cuidará.

      Raúl había conseguido encandilar a Amanda, aunque no había podido ganarse del todo a Andrew.

      –¿Cómo es el vestido? –le preguntó Amanda.

      –Precioso. Más bonito incluso de lo que me imaginaba.

      Era lo único que le habían permitido decidir a ella. Lo había hecho todo por teléfono y por Internet, y los arreglos finales se habían hecho cuando había llegado a Marbella.

      –¿Cómo está Cecilia? –preguntó, desesperada por tener noticias de su sobrina.

      –Todavía está durmiendo. Pero, cuando se despierte, voy a vestirla para la boda, le haré una foto y te la enviaré. Aunque no podamos estar allí contigo, sabes que estaremos pensando en ti.

      –Sí, lo sé.

      –Y, aunque no somos hermanas, para mí es como si lo fueras.

      –Gracias –dijo Estelle con los ojos llenos de lágrimas–. Para mí, tú también eres como una hermana.

      No eran palabras vacías. Habían pasado muchas horas juntas en la sala de espera del hospital durante aquel año.

      –¿Están llamando a la puerta? –preguntó Amanda al oír el sonido de un timbre.

      –Sí, pero no te preocupes, ya abrirán.

      –¿Tienes mayordomo?

      –¡No! –Estelle se echó a reír, tragándose las lágrimas–. Solo tengo al ama de llaves de Raúl. Aunque esto pronto va a empezar a llenarse de gente, tiene que venir la peluquera…

      Se volvió al oír su nombre y se quedó boquiabierta al ver a su hermano cruzando la puerta.

      –¡Andrew!

      –¿Así que está allí? –preguntó Amanda entre risas y volvió a ponerse seria–. Siento mucho no poder estar allí contigo. Pero con Cecilia…

      –Gracias –dijo Estelle, y rompió a llorar.

      –Creo que se alegra de verme –bromeó Andrew, haciéndose cargo del teléfono.

      Habló un momento con Amanda y colgó.

      –¡No me puedo creer que estés aquí! –exclamó Estelle.

      –Raúl me dijo que necesitarías tener a alguien cerca y, por supuesto, yo quería estar contigo. Me ha asegurado que, si le pasa algo a Cecilia, dispondré de todos los medios para regresar.

      A Estelle le costaba creer que hubiera hecho algo así por ella. Hasta ese momento, no había sido consciente de lo asustada que estaría aquel día. Pero, al parecer, Raúl sí.

      –¿Cuándo llegaste?

      –Ayer por la noche. Estuvimos en el Café del Sol.

      –¿Saliste con Raúl?

      –Desde luego, sabe cómo disfrutar de una fiesta –Andrew sonrió–. Yo ya lo había olvidado.

      Aunque Estelle estaba haciendo todo aquello por su hermano y por su esposa, no había considerado aquel entre los muchos beneficios que les reportaría su boda. El que su hermano, que estaba teniendo serios problemas para aceptar que nunca volvería a caminar, fuera capaz de volar en avión hasta España.

      –Tengo algo para ti.

      Estelle se mordió el labio inferior, esperando que no se hubiera gastado un dinero que no tenía en un regalo para una boda ficticia.

      –¿Te acuerdas de esto? –dijo Andrew mientras Estelle abría una cajita. «Esto» eran unos diamantes diminutos que habían pertenecido a su madre–. Papá se los compró a mamá para el día de su boda.

      Estelle nunca se había sentido más falsa.

      –Ya está bien de llorar –dijo Andrew–. Hay que prepararse para la boda.

      Raúl rara vez se ponía nervioso, pero, curiosamente, mientras permanecía ante el altar esperando a Estelle, lo estaba.

      Su padre casi se había creído su historia, y el futuro de Raúl en la empresa estaba asegurado, pero, en vez de regodearse por el hecho de que sus planes estuvieran saliendo como había previsto, solo podía pensar en los motivos que le habían llevado a dar aquel paso.

      Volvió ligeramente la cabeza y vio a Ángela en medio de la iglesia. Estaba sentada al lado de su padre. La familia de su madre todavía no estaba al tanto del papel que había jugado en la vida de su padre, ni tampoco en la muerte de su madre.

      Raúl