Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 2


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daré una pista. Mi aspecto ha cambiado bastante desde la última vez que nos vimos.

      –¿En qué, por ejemplo?

      –Mi cabello.

      –¿Más largo? ¿Más corto?

      Ella negó con la cabeza.

      –Más claro. Era mucho más oscuro antes.

      Un profundo alivio se apoderó de él. Eso lo explicaba todo. Sin duda, el programa de ordenador la había descartado por aquel detalle.

      –Yo podría vivir con una mujer de cabello oscuro –dijo. En especial si Daisy accedía a ser su ayudante/esposa.

      –¿De verdad? –preguntó ella. Le había asombrado aquella respuesta.

      Tal vez aquella frase había sonado algo extraña. ¿Acaso no le había advertido Pretorius sobre el hecho de invitar a una mujer a tomar una taza de café para luego pedirle matrimonio? Había llegado el momento de tomarse las cosas con más calma.

      –¿Nos conocimos en alguna otra conferencia de ingeniería? –le preguntó.

      –Oh, yo no…

      En aquel momento, la camarera regresó y les ofreció una amplia sonrisa.

      –Buenas tardes. Me llamo Anita y voy a ser su camarera –dijo afirmando lo evidente–. ¿Qué les apetece tomar?

      –Yo tomaré un té helado con mucho limón, por favor –dijo Daisy.

      Justice experimentó una sensación de familiaridad. Se le pasó enseguida. Aquella sensación le había ocurrido demasiado frecuentemente y en ocasiones no podía recordar de qué se trataba por mucho que se esforzara. Se sentía como si estuviera en medio de un monumental atasco mental, incapaz de maniobrar las coordenadas que contenían aquel recuerdo en particular.

      Aceptó el fracaso con su habitual estoicismo y miró a la camarera.

      –Café. Solo.

      –Volveré enseguida –anunció Anita.

      En el momento en el que la camarera se marchó, Justice se centró de nuevo en Daisy.

      –¿Me vas a dar otra pista?

      –Se me ocurre algo mejor. ¿Por qué no me dices qué es lo que has estado haciendo en estos últimos años? Después de todo, tú eres el mejor en lo que se refiere a sensores robóticos.

      –Así es.

      –Veo que no necesitas abuela.

      –¿Y por qué iba a necesitarla? –preguntó él. Evidentemente, no había comprendido el doble sentido.

      –Me dejas muerta –comentó ella, riendo–. Sigues siento tan lógico como siempre.

      –¿Y hay algo malo con ser lógico?

      –No, por supuesto que no. Mientras sigas recordando cómo sentir.

      ¿Sentir? Justice no sabía cómo responder a aquello. Buscó a Rumi, pero se dio cuenta de que se había dejado la esfera en la suite. Comprendió en aquel momento lo mucho que dependía de su creación cuando se encontraba en una situación que no sabía cómo resolver.

      Con la mayoría de los ingenieros, sabía exactamente lo que esperar y cómo hablarles, pero con aquella mujer… Daisy le despertaba sentimientos que creía muertos hacía ya mucho tiempo, un deseo que eclipsaba todo lo demás. En aquellos momentos, sentado frente a ella, le importaba un comino la conferencia o el trabajo que no había podido completar durante el año anterior o incluso hacer las preguntas necesarias para asegurase de que había encontrado la perfecta ayudante/esposa. Lo único que le importaba era permitir que la primavera deshiciera el hielo que rodeaba su corazón. Que le calentara la sangre que le fluía por las venas. Que lo ayudara a encontrar al hombre perdido en aquel interminable invierno para que pudiera respirar plenamente en su nueva vida.

      Aquella mujer era la respuesta a su problema.

      Daisy esperó pacientemente a que él volviera a hablar. Estaba cómoda con el silencio. A Justice le parecía un atributo poco usual en una persona, fuera cual fuera su género. Mientras esperaba, ella sonreía y se agarraba la barbilla con la mano. Justice se dio cuenta de que tenía unas manos muy bonitas, con dedos largos.

      Evocó una imagen de las manos de Daisy sobre su cuerpo… Dios santo, ¿de dónde había salido aquello? Normalmente, él no era una persona muy imaginativa y, sin embargo, aquella asombrosa imagen le había provocado una inconfundible reacción fisiológica que le resultaba imposible controlar. Sin duda, llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer.

      Algo debió delatarle. Daisy se irguió inmediatamente en la silla.

      –Justice, ¿qué te ocurre?

      –Vas a tener que perdonarme. Esto no me ha ocurrido desde que era un adolescente, pero tal vez por mi reciente aislamiento, estoy recibiendo una inusual cantidad de estímulos visuales que están teniendo una reacción adversa en mi sistema nervioso central. Si pudieras tratar de ser menos estimulante visualmente, mi cuerpo soltaría una cantidad apropiada de óxido nítrico en los cuerpos cavernosos que debería hacer que mis músculos se relajaran…

      Ella lo miró perpleja.

      –¿Cómo has dicho?

      –Me has provocado una erección.

      La camarera eligió aquel instante para regresar con lo que habían pedido.

      –¿Desean algo más? –les preguntó Anita tratando de mantener una expresión impasible en el rostro.

      Justice no lo dudó.

      –No. La cuenta, por favor. ¿Nos vamos?

      –Sí.

      –Está bien.

      Ella se puso de pie y se colgó la bolsa en el hombro pero, antes de que pudieran dar más de dos pasos, un caballero de cierta edad les cortó el paso.

      –Excelente discurso, señor St. John. Me han gustado mucho sus predicciones sobre robótica futura y su interrelación con los humanos.

      Justice se detuvo y estrechó la mano del hombre.

      –Gracias. Ahora, si nos perdona…

      Justice sabía lo que ocurriría si no se marchaba de allí pronto. Se pasarían la noche entera hablando. En cualquier otro momento, no le habría importado hacerlo, pero no en aquel instante. No aquella noche, cuando esperaba pasársela conociendo mejor a la mujer con la que tenía intención de casarse.

      –Tengo una reunión dentro de tres minutos y cuarenta y dos segundos exactamente y me va a llevar precisamente ese tiempo llegar allí –respondió–. Ahora, si nos disculpa…

      –Cómo no.

      Justice le colocó la mano en la espalda a Daisy y la hizo avanzar entre las personas que se les habían ido acercando hacia la salida. En el momento en el que salieron del café, Daisy se volvió para mirarlo. Le colocó una mano en el centro del pecho y le impidió seguir avanzando.

      –¿Qué es lo que está pasando? –le preguntó.

      –Pensaba que esa parte la entendías. ¿Acaso ha habido un error de comunicación?

      –Podríamos decir que sí.

      –¿Preferirías que fuera más directo?

      –No, creo que ya lo has sido lo suficiente. Pensaba que me habías invitado a tomar café. ¿Qué es lo que ha cambiado?

      Justice suspiró.

      –Supongo que debería haber permitido que te tomaras tu té helado antes de dar el siguiente paso.

      –Por lo menos un sorbo –bromeó ella. Entonces, dejó de apretarle la mano contra el pecho y comenzó a volverlo loco al empezar a trazar pequeños círculos.

      Justice