¿qué es lo que querías, Jefferson?
Él miró a las amigas de Caitlyn, observándolas con ávido interés. Agarró a Caitlyn del brazo y tiró de ella hacia la entrada, donde el ruido no resultaba tan ensordecedor.
Caitlyn trató de no pensar en las sensaciones que le estaba produciendo aquel contacto. Evidentemente, había tomado demasiados martinis. Cuando estuvieron en la entrada, se liberó de él y se cruzó los brazos por el pecho.
–Bueno, ¿qué es tan importante que no podía esperar hasta mañana?
Jefferson la miró y se dio cuenta del aspecto tan diferente que tenía Caitlyn cuando no estaba en su despacho. Estaba tan acostumbrado a su aspecto profesional y elegante que verla con el cabello suelto resultaba más turbador de lo que habría esperado en un principio. Llevaba unos vaqueros muy usados que se le ceñían al cuerpo como una segunda piel y una camiseta azul clara que mostraba el comienzo de un bonito escote. En los pies, llevaba unas sandalias que dejaban al descubierto unos dedos largos y elegantes y las uñas pintadas de rojo. Como perfume, llevaba uno ligero y floral que no tenía nada que ver con el que se ponía para trabajar. Ésa era la razón por la que prefería mantener las relaciones laborales estrictamente en el ámbito profesional. No quería saber que Caitlyn se pintaba las uñas de rojo. Ni que olía como un fragante jardín. Tampoco que, bajo los aburridos trajes que llevaba para ir a trabajar, había una seductora figura.
Frunció el ceño y apartó aquellos pensamientos. Después de todo, no había ido allí para mostrarse sociable.
–Mi padre me ha llamado esta noche. Me necesita en Seattle mañana por la tarde. Por lo tanto, necesito que vayas temprano a la oficina para que puedas ocuparte de algunas cosas antes de que yo me marche.
–¿Se encuentra bien tu padre?
–Sí.
El padre de Jefferson se había jubilado de la empresa hacía un par de años. Tres meses atrás, había tenido un fuerte ataque al corazón y aún se estaba recuperando.
–Bien. Me alegro. ¿Y no podrías haberme llamado para darme esta información?
Podría haberlo hecho. Debería haberlo hecho. Sin embargo, había acudido allí con una intención. Para recordarle quién estaba al mando de la relación que había entre ellos. Él era el jefe. Él decía lo que había que hacer. Si Caitlyn creía que podía marcharse de su despacho con aquellos aires… El hecho de presentarse en aquel bar le demostraría a su ayudante personal que él era quien tenía siempre la última palabra.
Por supuesto, no había tenido intención de ir hasta aquel bar de mala muerte. Había pensado en dirigirse directamente a su apartamento en Seal Beach, pero cuanto más pensaba en la actitud de Caitlyn, más lo irritaba. No había dejado de pensar en ella desde que se marchó de su despacho y, sin saber exactamente por qué, se había dirigido al lugar en el que sabía que podría encontrarla.
–Me pillaba de paso –dijo. Caitlyn lo observaba atentamente con sus ojos marrones, sin pestañear–. Bueno, mi vuelo es a las diez, así que te espero en la oficina a las seis de la mañana.
–Bien. Allí estaré –replicó Caitlyn, al tiempo que se daba la vuelta para regresar con sus amigas.
Jefferson le agarró el brazo para detenerla, notando la calidez y suavidad de su piel al hacerlo. No pensaba consentirle que le dejara plantado una segunda vez.
Sin embargo, en cuanto se dio cuenta de lo agradable que le resultaba el tacto de su piel, la soltó. Abrió la puerta y la atravesó, pero se detuvo en el umbral. Entonces, muy pagado de sí mismo por ser él quien tuviera la última palabra, le dijo:
–Bien. Allí te veré.
Capítulo Tres
Caitlyn llegó a su despacho a las seis menos cuarto de la mañana y vio que Jefferson ya estaba al teléfono. No la sorprendió. No resultaba inusual que él llegara a trabajar antes que el resto de sus empleados. Después de todo, como tenía negocios por todo el mundo, la mayor parte de las llamadas que tenía que hacer debían realizarse temprano para acomodarse a las diferencias horarias.
También vio que él había dejado un montón de carpetas encima de su escritorio. Después de preparar café, Caitlyn se puso manos a la obra. Era mejor mantener la mente ocupada. Muy ocupada para no pensar en lo que sus amigas y ella habían decidido hacer. Si empezaba a pensar, podría echarse atrás.
–Y eso no lo pienso hacer –musitó con decisión.
A sus espaldas, el sol estaba saliendo por el horizonte, iluminando el cielo con tonos dorados y malvas. El aroma del café recién hecho inundaba el aire y logró aliviar la extraña sensación que tenía en la boca del estómago. En un rincón, el fax no dejaba de escupir documentos.
Caitlyn se acercó a mirarlos y los examinó cuidadosamente. Tras comprobar que se trataba de las habituales propuestas de navieras más pequeñas que querían convertirse en subcontratas de Naviera Lyon las grapó y las guardó en un archivo. En su trabajo Caitlyn siempre tenía mucho que hacer. Eso era precisamente lo que más le gustaba de su trabajo. Jamás había un momento del día en el que pudiera aburrirse.
El teléfono empezó a sonar. Al tomar el auricular, comprobó que la línea dos aún estaba ocupada, lo que significaba que Jefferson todavía no estaba disponible.
–Naviera Lyon.
–Hola –dijo una voz muy familiar–. Caitlyn, guapa. Hoy has llegado muy pronto a trabajar.
Caitlyn sonrió. Max Striver, el presidente de Naviera Striver, siempre teñía sus conversaciones de una sutil seducción que no molestaba jamás.
–Buenos días, señor Striver. ¿Cómo van las cosas por Londres?
–Max, por favor Caitlyn. Te he dicho mil veces que me llames Max. Londres es un lugar muy solitario. Deberías venir a visitarme.
–Lo tendré en cuenta –respondió Caitlyn, sin dejar de sonreír–. El señor Lyon está hablando por la otra línea, Max. ¿Puedes esperar un momento o quieres que te devuelva él la llamada?
–Si tú estás dispuesta a pasarte ese tiempo charlando conmigo, esperaré.
–¿Y de qué vamos a hablar?
–¿Cuándo vas a dejar de trabajar para ese norteamericano tan hosco para venirte a trabajar para mí?
–En realidad, no creo que quieras que trabaje para ti, Max. Sólo quieres privarle al señor Lyon de mi buen hacer.
–En realidad, un poco de las dos cosas, guapa. Te hace trabajar demasiado mientras que yo, por mi parte, soy un jefe muy comprensivo. Buen horario de trabajo, mejor sueldo y, por supuesto… yo.
La luz de la otra línea se apagó.
–Lo tendré en cuenta, Max. Ahora el jefe ya está disponible. ¿Puedes esperar un momento?
Colocó la llamada en espera mientras llamaba al teléfono de Jefferson.
–Max Striver por la línea uno –dijo cuando Jefferson contestó.
–Maldita sea… ¿Qué es lo que quiere?
–Que yo me vaya a trabajar para él.
–¿Aún está con eso? Cualquiera creería que ya habría comprendido que tú no vas a dejar de trabajar en Naviera Lyon bajo ningún concepto –replicó, con un gruñido, justo antes de desconectar el teléfono y tomar la otra línea.
–¿Qué es lo que ocurre, Max? –preguntó Jefferson mientras se reclinaba en su butaca y la hacía girar para poder mirar por la ventana.
–Jefferson, viejo amigo. ¿Acaso necesito que ocurra algo para llamar?
–Normalmente.
Durante un instante, admiró la vista del