el asa de su maleta–, estás aquí para relajarte. Ya puedes empezar.
Una suave brisa marina le acarició la piel y la envolvió en el aroma del mar y en el de las flores que rodeaban el exclusivo hotel. Aspiró profundamente para saborear su libertad y tratar, al mismo tiempo, de calmar los nervios que aún le bailaban en el estómago.
–¿La puedo ayudar con su equipaje?
Caitlyn se sobresaltó un poco y, cuando se dio la vuelta, se encontró con un hombre alto y atractivo que iba vestido con el uniforme de Fantasías, que constaba de camisa roja y pantalón blanco.
–Hola…
–Hola. Bienvenida a Fantasías –dijo, con una radiante sonrisa–. Deje que la ayude con su equipaje.
–Gracias.
Caitlyn le entregó la maleta y lo siguió al vestíbulo mientras iba admirando las hermosas flores que había a cada lado del paseo. Cuando por fin entraron en el inmenso vestíbulo del hotel, Caitlyn sólo encontró una palabra para poder describirlo: maravilloso.
El suelo era de azulejos azules, lo que proporcionaba la sensación de que se estaba caminando por encima del agua. Además de las mesas y sillas de mimbre, que estaban distribuidas por todo el vestíbulo para que los huéspedes pudieran sentarse a charlar o descansar, había otras mesas más pequeñas, éstas de cristal, que soportaban jarrones de este mismo material repletos de flores de brillantes colores.
Detrás del mostrador, que era largo y ondulante como una serpiente, había un enorme acuario de peces de colores. Todo resultaba maravilloso y perfecto, como el resto del hotel. De hecho, hasta los encargados de la recepción eran de una belleza casi ideal.
Mientras esperaba para registrarse, Caitlyn aceptó una copa de champán que le ofreció un camarero. En aquel momento, sus dudas sobre aquellas vacaciones se disiparon por completo. Ya tendría tiempo de preocuparse por haber dejado su empleo en Naviera Lyon y por tener que buscar uno nuevo. Por el momento, iba a dejarse llevar por aquel ambiente de lujo y relajación.
Sin embargo, dos días más tarde, Caitlyn estaba empezando a sentirse un poco inquieta. Estaba haciendo todo lo posible por combatir ese sentimiento. Estaba tumbada en una hamaca roja y blanca, con una deliciosa bebida tropical a su lado, una novela sobre el vientre y el océano frente a sus ojos. Todo invitada a la relación, pero su maldito cerebro no hacía más que pensar en Jefferson, en el modo en el que él la había mirado cuando anunció su dimisión. El hecho de que ya no trabajaba para él y que, por lo tanto, ya no volvería a verlo.
Todo era como ella había deseado, ¿no? Era mucho mejor que Jefferson Lyon ya no formara parte de su vida…
Si esto era cierto, ¿por qué no se sentía más contenta?
–Estoy preocupada –dijo, con el teléfono móvil en una mano y la copa en la otra.
–¿Por qué? –le preguntó Janine–. Estás en el hotel del que más habla todo el mundo. Te están tratando a cuerpo de rey. Estás libre y soltera, eres joven y debe de haber al menos una docena de hombres al alcance de la mano.
–Es cierto –admitió Caitlyn, mirando a su alrededor.
–Entonces, ¿cómo es posible que estés preocupada?
–Jefferson –contestó, muy a su pesar–. He dejado mi trabajo sin avisarle con tiempo suficiente. Lo he dejado en la estacada sin nadie que se ocupe de sus cosas.
–Justo lo que se merecía –replicó su amiga. Entonces, se puso a hablar con otra persona–. No pongas ahí las hortensias. ¿Dónde diablos naciste tú? ¿En un granero?
Caitlyn sonrió. La carísima floristería en la que trabajaba Janine y de la que era la principal encargada, estaba siempre llena de gente y a Janine le gustaba estar pendiente de todo.
–Sinceramente, Caitlyn –dijo, centrándose de nuevo en su conversación telefónica–. Naviera Lyon ya no es problema tuyo. Tienes que aprender a desconectar. ¿Cómo vas a poder disfrutar de tus vacaciones cuando no haces más que pensar en lo que ocurre aquí en Long Beach?
–Tienes razón, pero…
–No hay peros –la interrumpió su amiga–. Michael, si rompes otro jarrón te juro que voy a… –añadió, justo al mismo tiempo que se escuchaba el sonido de cristal roto–. Me voy a morir…
Caitlyn se echó a reír.
Inmediatamente, Janine volvió a tomar la palabra.
–Venga, Caitlyn. Asegúrate de divertirte y de conocer gente. Gente masculina. Bebe, disfruta y olvídate de Jefferson Lyon.
De repente, una pelota de voleibol aterrizó al lado de Caitlyn y la salpicó de arena antes de golpearle sobre el vientre.
–¡Eh!
–¿Qué ha pasado? –preguntó Janine.
–Me ha atacado una pelota de voleibol –musitó Caitlyn al ver que el dueño de la pelota se le acercaba con una radiante sonrisa en su hermoso rostro.
–Lo siento –dijo él–. Me llamo Chad. ¿Te puedo invitar a una copa para disculparme?
–No tienes por qué…
–No te atrevas a rechazar esa invitación –le ordenó Janine, desde el otro lado de la línea telefónica–. Para eso estás ahí, amiga mía. Para relajarte y vivir un poco…
–Mmm…
–¿Es guapo?
–Sí… Como si fuera una estrella de cine…
–¿Te encuentras bien?
–Sí… Bien.
–Caitlyn Amanda Monroe, no te comportes como si fueras una idiota. Para eso estás ahí. ¿Te acuerdas?
Claro que se acordaba. Se suponía que debía estar relajándose. Conociendo gente nueva. Gente masculina, como le había dicho Janine. Suponía que no había mejor momento que aquél para empezar…
Asintió y sonrió al recién llegado. Entonces se tragó su nerviosismo y dijo:
–Hola, Chad. Me llamo Caitlyn y me encantaría tomar una copa.
Capítulo Cinco
Caitlyn tenía más o menos media hora para ducharse y vestirse antes de reunirse con Chad para tomar una copa. Se dirigió rápidamente hacia su habitación metiéndose al mismo tiempo la mano en el bolsillo para buscar la tarjeta que servía de llave. No debería haber accedido a tomar una copa con él. Si Janine no hubiera estado hablando por teléfono con ella en ese mismo momento, no lo habría hecho. No era que no le interesara conocer gente nueva, pero estaba demasiado ocupada pensando en Jefferson como para fijarse en nadie más, aunque fuera tan guapo como Chad.
–¡Qué tontería! –musitó mientras dejaba el bolso a los pies de la cama–. No entiendo por qué tengo que seguir pensando en mi antiguo jefe. Ya no está. Ya no forma parte de mi vida. Caput. Au revoir, mon ami. Sayonara. Ciao. Arrivederci.
–Has dicho dos en italiano.
–¿Cómo?
Caitlyn se dio la vuelta con tanta rapidez que perdió el equilibrio y cayó sobre la cama. Con los ojos muy abiertos y el corazón saliéndosele del pecho, observó cómo Jefferson salía como si nada de su cuarto de baño envuelto en una espesa nube de vapor. Parecía alguien salido de otro mundo. Por supuesto, el hecho de llevar una toalla alrededor de la cintura de su cuerpo desnudo no ayudaba en nada a la situación.
Tenía el cabello húmedo y aún le caían sobre un torso mucho más musculado de lo que hubiera soñado en un principio pequeñas gotitas de agua. La mirada penetrante de Jefferson estaba prendida en la de ella. Su boca grande y deliciosa presentaba una media sonrisa.
–Sorpresa.