Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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la mirada, ocupándose en colocar unos papeles sobre su escritorio.

      –Tal vez tengas razón –asintió después–. Y tal vez las mujeres tienen que aceptar eso porque las otras opciones son peores. Pero no es cierto en mi caso. Tu sentido del deber y tu orgullo masculino no son suficientes ni para mí ni para Alex. Tu apellido, tu dinero y tu estatus social son todo lo que puedes ofrecer… porque es lo único que puedes ofrecer, Sarantos. Y como esas no son razones para que me case, no cuentan para mí. Y, si lo que temes es que esta situación te robe algo más que el precio que dices estar dispuesto a pagar, de nuevo te aseguro que ni Alex ni yo te pediremos nunca nada. Puedo garantizarte eso por escrito, si quieres.

      Con cada palabra hacía que aquella carrera de obstáculos fuese aún más difícil. Y él no había ido preparado para tal duelo. Estaba demasiado ocupado luchando contra sus propias dudas y el tanque estaba en reserva, vaciándose rápidamente.

      Entonces sonó un móvil y Selene se lanzó hacia él como si fuera un salvavidas.

      Aristedes vio la metamorfosis en su expresión mientras hablaba de trabajo con alguien, un cliente tal vez. De modo que era así cuando se mostraba desapasionada, formal. Pero eso lo hizo ver que cuando hablaba con él lo hacía con emociones. La mayoría negativas, lamentablemente, pero emociones fieras y dirigidas a él, el instigador y el objetivo.

      ¿Cómo podía no haber incluido ese factor personal en la negociación?

      Esperó a que terminase la llamada y luego, dando un paso adelante, la sujetó por las muñecas. Selene lo miró, sorprendida, mientras la levantaba del sillón y la aplastaba contra su pecho, saboreando su instintiva rendición durante un segundo… antes de que ella volviese a mirarlo con un brillo de antagonismo en los ojos.

      –Hay algo más –le dijo–. Una cosa que solo yo puedo ofrecerte. Esto…

      Aristedes detuvo el temblor de sus labios con un beso que la hizo gemir y arquearse hacia él. Su sabor, su olor invadían sus sentidos, haciendo que la devorase entera. Y solo había querido besarla, dejar claro que la deseaba. Debería haberse imaginado que perdería la cabeza si Selene le devolvía el beso.

      Enloquecido, la apretó contra la pared detrás del escritorio mientras ella se agarraba con brazos y piernas para recibir el calor de su erección a través de la barrera de la ropa.

      Solo una cosa impediría que la tomase allí mismo, ella. De otro modo, no podría parar… aunque debería hacerlo.

      De repente, como si hubiera leído sus enfebrecidos pensamientos, Selene intentó apartarse y Aristedes se quedó inmóvil, intentando llevar aire a sus pulmones mientras apoyaba la frente en la de ella.

      Y, cuando por fin pudo moverse, la soltó.

      Pero no podía apartarse del todo. Fue ella quien lo hizo. Aristedes vio sus pechos saliéndose del sujetador, pero antes de que pudiera lanzarse sobre ella de nuevo para aliviar su agonía, Selene se colocó detrás del escritorio.

      –Si querías demostrar que te deseo, enhorabuena, lo has conseguido –empezó a decir, con la respiración agitada mientras se abrochaba la blusa–. Pero eso ya lo sabíamos. Y ahora, si no te importa, tengo que irme a una reunión.

      –Solo estaba dejando claro algo que los dos parecíamos haber olvidado.

      Selene se apartó el pelo de la cara, mirándolo con una nueva frialdad.

      –De modo que combinas la oferta de hoy con la de ayer… ¿sexo sin ataduras, mezclado con una unión legal para controlar los daños?

      Aristedes no sabía qué decir. En realidad, eso era lo que le ofrecía, sí, pero en los términos a los que solo un abogado podía reducirlo.

      –Es mucho más de lo que tienen muchas parejas.

      Selene pareció a punto de decir algo, pero después se dirigió a la puerta.

      –Como empresaria, solo me meto en un negocio cuando hay más pros que contras. En tu caso, Sarantos, todos los pros del mundo no podrían contrarrestar los contras. De modo que mi respuesta es no. Y esta negativa no es negociable.

      Aris vio que la puerta se cerraba tras ella y se preguntó qué demonios había hecho.

      –¿Has hecho qué?

      Selene hizo una mueca mientras Kassandra Stavros, su mejor amiga, la miraba como si se hubiera vuelto loca. Kassandra era la única que conocía su secreto, pero no era por eso por lo que le había contado su encuentro con Aristedes Sarantos.

      Se lo había contado porque había entrado en el despacho una hora después de ese encuentro, cuando estaba más angustiada.

      Pero no se lo había contado todo. Desde luego, no había mencionado la locura que la asaltaba cada vez que Aristedes la tocaba.

      Ahora desearía tener la función de rebobinar para borrar lo que le había contado, lo que había pasado con Aristedes y al propio Aristedes de su memoria.

      –Solo una loca rechazaría su propuesta y como sé que tú no estás loca… ah, ya lo entiendo, quieres hacerle sufrir, ¿es eso? Se lo merece por marcharse y no volver a ponerse en contacto contigo.

      –No olvides que ha vuelto por una cuestión de trabajo y así, como por casualidad, me ha propuesto que fuera su aventura en Estados Unidos.

      –Sí, por eso también. Qué cara tiene ese hombre… pero qué hombre –exclamó Kassandra–. Debes admitir que si alguien puede salirse con la suya es Aristedes Sarantos.

      Selene frunció el ceño. Todas las mujeres parecían pensar lo mismo. Y, aunque ella no era celosa, no le gustaría terminar con un hombre al que deseaban todas las mujeres, un hombre que nunca sería suyo.

      Se encontró imaginándose cómo reaccionaría Aristedes ante su amiga de la infancia. Kassandra, la rebelde que se había enfrentado con su anticuada familia para convertirse en modelo y diseñadora de moda, era una diosa. A Aristedes, como a todos los hombres, se le caería la baba ante su esbelta figura, su gracia, su feminidad, su melena dorada y esos ojos verdes del color del Mediterráneo.

      –¿Cuánto tiempo piensas hacerle sufrir? Yo diría que al menos un día por cada mes. Y tal vez una semana más por su última trasgresión…

      –Kass, no voy a hacerlo sufrir, sudar o salivar. Le he dicho que no.

      Kassandra sacudió la cabeza.

      –Es comprensible, pero no es la reacción adecuada.

      –¿Cómo que no?

      –Ya sé que nunca has querido casarte después del fiasco con Steve, por mucho que tu familia insistiera. Creo que ellos han contribuido a tu eterna independencia con esa larga lista de aburridos pretendientes. Pero tienes casi treinta años y no te estás reservando para ningún hombre porque quien te gusta es Aristedes Sarantos… tanto que has tenido un hijo con él, por el amor de Dios. Y como te ha ofrecido matrimonio, ¿qué mejor pretendiente que él?

      –O el peor –dijo Selene–. Ese hombre es enemigo de mi familia. Mi enemigo.

      –Eso es en los negocios.

      –Y personalmente no le importo nada –insistió ella–. Ni Alex tampoco. No sé por qué dice querer casarse conmigo, pero no tiene nada que ver con el afecto o con el amor. Una de las objeciones de mi padre hacia él era cómo trataba a su familia. Tiene seis hermanos a los que paga en lugar de dar afecto. Su hermano menor murió en un accidente y él no se quedó para consolar a su familia ni una sola noche.

      –Pero tal vez contigo sería diferente –objetó Kassandra.

      –No, mejor que Alex no conozca a su padre que tener un padre que no lo quiera.

      –No sabía que fuese tan malo. Pero, oye, también debe de tener cosas buenas.

      –¿Por ejemplo?

      –Un hombre que ha levantado un imperio por sí solo, desde abajo, sin estudios superiores, que empezó