Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


Скачать книгу

así es. Pero, evidentemente, crees que debes sacrificar el placer a cambio de tu carrera y tu familia. Por eso has llegado tan lejos siendo tan joven, eres como yo.

      Ella lo miró entonces y el antagonismo que vio en sus ojos lo sorprendió. Y, sin embargo, lo enloquecía con el deseo de domarlo.

      –Yo no soy como tú –le espetó, su voz era tan dura como su mirada–. Y no me gusta que me digan lo que quiero o lo que necesito.

      Selene quería pelea, estaba claro. Y a él no le importaba. Estaba dispuesto a cualquier cosa para volver a tenerla entre sus brazos.

      –Me deseas –le dijo, tomándola por la cintura–. Y, si quieres pruebas, te las daré.

      Aris apartó de un manotazo todo lo que había sobre el escritorio y ella lo miró, alarmada y consternada… y excitada a la vez.

      –Son las cosas de mi padre, idiota…

      Él la empujó contra el escritorio hasta que estuvo tumbada de espaldas sobre él y, sin decir nada, empezó a desabrochar los botones de su chaqueta.

      –No se ha roto nada y volveré a colocarlo todo en su sitio… después. Ahora, en cuanto a esa prueba…

      Los ojos de Selene eran como océanos tormentosos mientras deslizaba una mano por sus muslos.

      –¿Qué haces?

      –Dime que no te gusta esto –murmuró Aristedes, sujetando su pelo y despertando un gemido de esos labios rojos como pétalos de rosa–. Y esto… –dijo luego, inclinando la cabeza para hundir la cara entre sus pechos, inhalando el aroma que había estado persiguiéndolo durante dieciocho meses.

      Cuando Selene abrió los labios para respirar, él invadió su boca, devorando sus gemidos de placer.

      –Y esto… –Aristedes empujó sus caderas hacia ella–. Dime que no es esto lo que veías cuando cerrabas los ojos, despierta o dormida.

      Selene lo miró con fiero desafío y algo que le pareció ¿decepción?

      –Tengo un apetito sexual normal y tú eres la fantasía de cualquier mujer. Demasiado obvio como para necesitar pruebas.

      –Soy tu fantasía, pero tú no vas por ahí satisfaciendo tu apetito sexual con cualquiera. Seguro que a otro hombre le habrías sacado los ojos.

      Selene intentó colocarse la ropa con manos temblorosas.

      –Yo estaba pensando en la catástrofe legal que sería dejarnos llevar por la tentación.

      –La única tentación a la que tú te has resistido es la de arrancarme la ropa y clavar las uñas en mi espalda mientras me suplicas que te haga mía.

      –Tal vez –concedió ella–. Y tal vez si me hubieras hecho esa proposición aquel fin de semana habría dicho que sí. Pero ahora es demasiado tarde, hay otra persona en mi vida.

      Aristedes se quedó inmóvil mientras ella bajaba del escritorio para dirigirse a la puerta, vibrando como un edificio después de un terremoto.

      Pero, cuando puso la mano en el picaporte, le ordenó:

      –Rompe con él.

      Selene lo miró, incrédula.

      –¿Perdona?

      –Si aún me devuelves los besos, si deseas devorarme como yo a ti, es absurdo que sigas con él. Terminarás haciéndole daño.

      –Crees que lo controlas todo, ¿verdad?

      –No, pero por fin me he dado cuenta de lo que hay entre nosotros. Si puedes decirme que estar conmigo no fue el placer más intenso de tu vida, que otra persona puede darte lo que yo te doy… estarás mintiendo. Un deseo como este, una compatibilidad como esta ocurre una vez en la vida… si tienes suerte. Y nosotros la tuvimos ese fin de semana.

      Ella negó con la cabeza, volviéndose para abrir la puerta.

      –Di que sí, como hiciste ese fin de semana –insistió Aristedes, llegando a su lado en dos zancadas para tomarla del brazo–. Rompe con ese otro hombre. Yo esperaré.

      Pero esa vez, ella se apartó como si su roce la quemara.

      –No. Y es una respuesta final. Tuvimos nuestra aventura y no hay ninguna razón para resucitarla –Selene abrió la puerta y lo miró por encima del hombro–. Ya conoces el camino, Sarantos. Puedes salir solo.

      Aristedes salió de la casa, pero no antes de reunir toda la información que necesitaba para empezar su campaña.

      No iba a aceptar una negativa y tampoco esperaría a que Selene recuperase el sentido común. No estaba comprometida o él lo sabría, de modo que su plan era muy sencillo: averiguaría quién era el otro hombre y rompería la relación.

      Había descubierto que ya no vivía en la mansión familiar, de modo que esperaría en el coche hasta que saliera de la fiesta.

      Quince minutos después, la seguía hasta un exclusivo club de campo cercano a la mansión Louvardis. Selene se detuvo frente a una mujer que tenía un niño en brazos y se inclinó para besarlo antes de alejarse.

      Aristedes fue tras ella, temiendo perderse el encuentro con el hombre al que ya consideraba su rival, y pasó al lado de la mujer, mirando distraídamente al bebé que tenía en brazos.

      Pero algo que no podría definir hizo que lo mirase por segunda vez. Y por tercera vez. Y entonces el mundo se puso patas arriba.

      El niño.

      Ese niño.

      Ese niño era hijo suyo.

      ARIS estaba convencido. El robusto cuerpecillo del niño, los rizos de color caoba que adornaban su cabecita, las cejas y el frunce de los labios que le daba una expresión decidida… era la misma expresión que había visto en una foto que casi tenía cuarenta años.

      Pero hubo algo más, esa punzada en el corazón.

      Era imposible, incomprensible. Pero también era irrefutable, la única certeza de su vida.

      Aquel era su hijo.

      Entonces el niño se fijó en él. Lo miró con unos ojos grises llenos de curiosidad, unos ojos como misiles que se clavaron en su corazón.

      Antes de que pudiese reaccionar, el niño le regaló una sonrisa y Aris tuvo que hacer un esfuerzo para llenar sus pulmones de aire. Atónito, observó cómo ese paquete de pura energía alargaba los bracitos en su dirección, moviéndose y protestando hasta que su niñera tuvo que dejarlo en el suelo.

      Y se quedó donde estaba, por primera vez en muchos años incapaz de reaccionar, de pensar, esperando que otro ser decidiera su destino.

      Aristedes vio, incapaz de hacer nada, cómo el niño intentaba agarrarse a sus piernas.

      Y sintió… sintió…

      No había palabras para definir lo que sentía.

      –Alex, ven aquí, cariño.

      La voz femenina era desconocida. De pelo y ojos oscuros, entrada en años, pero elegantemente vestida y peinada, la mujer no estaba mirándolo a él, sino al niño.

      –Lo siento mucho, señor –se disculpó–. Voy a buscar algo para limpiarlo.

      Aris la miraba sin verla mientras corría hacia una mesa y volvía poco después con un paño. Luego se inclinó para tomar en brazos al niño, que seguía mordisqueando la pernera de su pantalón, a pesar de las ruidosas protestas del crío.

      –Lo siento mucho… espero que se quite la mancha. Pero no se preocupe, la señorita Louvardis le compensará por los daños.

      Aris miró el paño y luego a la mujer, perplejo. Evidentemente, trabajaba para Selene. Debía de ser la niñera.

      Del