Javier García Campayo

Vacuidad y no-dualidad


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hemos hecho en la tabla anterior, y separar lo que es el hecho desnudo de lo que es la interpretación. Toma nota de ambas. Observa la interpretación: ¿Piensas que esa forma de ver esa situación concreta ha tenido algún impacto en tu vida posterior? Si la interpretación hubiese sido otra o, simplemente, si no hubiese existido una interpretación concreta, ¿tu vida habría sido diferente?

      El yo es el nombre y la memoria. El trastorno de evitación experiencial

      En el budismo se dice que el nombre y la memoria son la gasolina que hace arder y mantiene la hoguera del yo. Vamos a analizar el papel de la memoria, al que va ligado el trastorno de evitación experiencial y, posteriormente, analizaremos el impacto del nombre.

      Vamos con la memoria. Puedes ver que, en cada una de tus acciones, la memoria biográfica está interviniendo y modulando, alterando la experiencia que tienes en ese momento. Imagina que has tenido tres relaciones afectivas anteriores que, por lo que sea, no han resultado satisfactorias. Y empiezas a salir con otra pareja. ¿Crees que puedes verla como si fuese la primera vez que sales con ella? Lo que va a ocurrir es que durante, por lo menos, las primeras semanas de relación (sino es durante todo el tiempo de emparejamiento), tu mente va a recordarte las situaciones negativas que te ocurrieron con las otras parejas y las interpretaciones que hiciste sobre eso que ocurrió. Como sufriste mucho, la mente te va decir cuáles fueron los posibles errores y qué situaciones debes evitar. Esto es lo que se llama en la terapia de aceptación y compromiso (ACT en inglés) el «trastorno de evitación experiencial» (TEE). Se considera que es la causa de la mayor parte de nuestro sufrimiento. Cuando hemos tenido alguna experiencia negativas (y son miles las que tenemos en la vida), es tal el miedo a volver a sufrir, que la mente hace lo que sea para no sufrir. Lo que suele hacer, de forma inconsciente, es evitar cualquier situación en la que pueda repetirse lo que ocurrió. El problema es que la forma que tiene la mente de intentar evitar nuevo sufrimiento es evitando la experiencia, lo cual suele producir aún más sufrimiento. Pongamos un ejemplo: como hemos comentado anteriormente, he tenido tres relaciones afectivas en las que las cosas no salieron bien. Una forma habitual que tiene la mente de evitar el sufrimiento, TEE, es, simplemente, no volver a tener ninguna nueva pareja. Otra forma es que, si salgo con otra persona, ante la mínima sospecha de que la relación puede tener problemas, yo rompo la pareja, para evitar que me dejen y no sufrir. Se puede comprobar que, en ambas ocasiones, el perjuicio que producen mis conductas para evitar sufrir (problemas de pareja) seguramente me va a producir más sufrimiento (me voy a quedar solo el resto de mi vida). La práctica de mindfulness resuelve este problema, porque, al disminuir el diálogo interno, no se manifiesta ese pasado biográfico sobre el presente, y puedo mantener más fácilmente la «mente de principiante»

      El nombre sería otro de los aspectos que mantiene el yo biográfico. Desde el nacimiento, se nos asigna un nombre con el que nos identificamos. Todo gira en torno a él. En cuanto lo nombran, nuestra atención se dispara, como también nuestra sensación del yo.

      Práctica: la mente de principiante y el efecto de la memoria

      Adopta la postura de meditación. Trae cualquier comida delante de ti: una fruta, una verdura, carne o pescado. Antes de llevártelo a la boca, ya tienes la idea de si te gusta o no, cómo sabe o no, etcétera. Pruébalo como si fuese la primera vez (esta práctica es la base de la «uva pasa» que se practica en el protocolo MBSR).

      Ahora cierra los ojos e imagina que vas a hacer alguna actividad: un deporte, una afición. De nuevo, comprueba todas las ideas preconcebidas que tienes sobre esa experiencia. Es imposible experimentarla con mente de principiante.

      Piensa ahora en una persona que te caiga bien o mal, que no te sea indiferente. Observa que tu relación con ella está muy mediatizada por la imagen que ya tienes. Será difícil cambiarla en uno u otro sentido. De nuevo es imposible desarrollar esa mente de principiante.

      Conecta las tres situaciones, Observa que la impresión previa se mantiene por el diálogo interno. Si no hubiese diálogo interno, sería como si fuese la primera vez que pruebas esa comida, realizas esa actividad o hablas con esa persona. Este es el fundamento de una práctica que veremos posteriormente: «En lo visto solo lo visto. En lo oído solo lo oído».

      Las etiquetas desarrolladas a lo largo de nuestra vida

      El «yo biográfico» es el personaje que hemos ido desarrollando a lo largo de nuestra vida para adaptarnos al mundo. De hecho, en algunas tradiciones contemplativas, para referirse al yo se le describe como «el personaje». Está compuesto por una serie de etiquetas y de pensamientos sobre nosotros mismos que hemos ido desarrollando a lo largo de nuestra vida y que constituyen nuestra visión de nosotros mismos.

      Vamos a intentar conocerlo un poco mejor a través de estas etiquetas. Se calcula que hay unas 50 que son las más importantes y con las que más nos identificamos. Las principales están relacionadas con tres factores:

       Físicos: son nuestras características corporales, muchas de ellas no pueden cambiarse o es difícil. Las más obvias son: el sexo, la edad o nuestro grupo étnico. También incluirían todos los aspectos corporales que podamos imaginar: belleza física (atractivo o no, como una apreciación global), talla (alta o baja) y peso (gordo/delgado), calvo o no (en varones), así como cualquier rasgo o déficit evidente. El tamaño de los órganos sexuales, el color de los ojos y el cabello, la forma de la cara o de cualquier parte de nuestro cuerpo pueden constituir una etiqueta terrible. En la adolescencia, esta insatisfacción con nuestro cuerpo es especialmente evidente. Podemos ver que, por un lado, está el dato objetivo (altura 155 centímetros y peso 100 kilogramos) y, por otro lado, está la etiqueta que algunas personas pondrían ante esos datos como «bajo» y «gordo». Pero, con esas mismas características, uno podría no haberse autocreado una etiqueta concreta.

       Sociales: una de las etiquetas más relevantes en nuestra sociedad es la profesión, porque suele ir asociada a otras evaluaciones sobre el nivel cultural y económico. La gente se presenta así: «Me llamo Juan García y soy abogado». Otras etiquetas muy importantes son las creencias políticas o religiosas o el sentimiento de nacionalidad. También pueden ser relevantes otras etiquetas, como las deportivas (pertenencia a un equipo deportivo u otro, la práctica de deporte en general o un deporte específico); las de hábitos de salud (vegetariano o no, fumador o no, meditador o no).

       Psicológicos: finalmente, otras etiquetas destacadas son las relacionadas con los valores, con lo que es importante en la vida (p. ej., sinceridad, honradez, fidelidad) o rasgos de personalidad (tímido o no, extrovertido o no, confiado o no).

      Conocer nuestras principales etiquetas, y hasta qué punto estamos apegados a ellas, es un tema importante en nuestro crecimiento personal y en nuestra meditación, porque nos permite saber sobre qué debemos trabajar.

      Práctica: identificando las etiquetas del yo

      Adopta la postura de meditación. Analiza las etiquetas con las que te identificas. Puedes empezar con las físicas: aspectos de tu cuerpo que te gustan o no te gustan, de los que presumes o intentas ocultar o cambiar. Puedes pasar luego a las etiquetas sociales: la profesión es clave, pero también tus creencias políticas, religiosas, nacionalidad. La adolescencia es una buena referencia para identificar etiquetas porque es un periodo de la vida en que intentamos estructurar nuestra identidad, y muchas de las etiquetas surgen entonces (aunque luego las hayamos cambiado). Termina con las etiquetas psicológicas: forma de ser, personalidad, valores. Intenta identificar cuáles son «nucleares» (sentirías que si las pierdes o cambias, dejas de ser tú mismo) y cuáles son más accesorias (podrías modificarlas).

      La distorsión fundamental: las etiquetas del yo biográfico

      Hemos visto que el diálogo interno evalúa el mundo de continuo, por lo que, lógicamente, también etiqueta y juzga a las personas. Pero ¿cuál es el punto de referencia, el patrón para juzgar a las demás personas y decidir qué está bien y qué está mal? Es lo que llamamos nuestro yo biográfico, el personaje que hemos desarrollado a lo largo