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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 1998 Anne Weale
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Tiempo para el amor, n.º 1081 - septiembre 2020
Título original: Sleepless Nights
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-686-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
SI CONOCES a un tipo realmente atractivo por ahí y él trata de ligar contigo, no retrocedas.
Naomi siguió hablándole a Sarah en los mismos términos.
–La vida no es como ir a comprarse un vestido. Tú tienes ahora esta fantástica oportunidad para escapar de la jaula. Hazlo lo mejor que puedas. Por aquí no hay muchos hombres por los que morirse… más bien, no hay ninguno. En Nepal hay más… O, por lo menos los había el año en que yo estuve allí. A los hombres de verdad les gustan los sitios incómodos, los mares, las selvas y las montañas. ¿Cuándo has visto a alguno que merezca la pena en un centro comercial? Nunca… o casi. Son como las demás especies raras. Si te quieres acercar a ellos, tienes que ir a sus hábitats… Y no es ahí donde nosotras dos nos pasamos la vida, eso es seguro.
Cuarenta y ocho horas más tarde, mientras el avión sobrevolaba montañas y desiertos por la noche, Sarah no dejaba de pensar en lo que le había dicho Naomi acerca de que la mayor parte de la gente se pasa la vida enjaulada por causas y circunstancias más allá de su control. A veces sus condiciones eran miserables y eran muy infelices. Otras veces las jaulas eran cómodas e, incluso, lujosas, pero seguían siendo jaulas y no llenaban sus necesidades reales.
Las jaulas de Naomi y Sarah estaban más o menos en medio. Sus vidas no eran como les hubiera gustado que fueran. Eran incapaces de cambiarlas, así que las disfrutaban lo mejor que podían. Hasta que, de repente e inesperadamente, la puerta de la jaula de Sarah se había abierto.
Y allí estaba ella, volando libre en un entorno desconocido que se haría más exótico según fuera progresando la aventura.
Durante dos semanas sería libre, libre de responsabilidades y para ser ella misma, fuera cual fuese.
La mujer del asiento de al lado estaba dormida. Por lo que había hablado con ella sabía que era una azafata fuera de servicio para la que andar de un lado a otro por el mundo era su rutina habitual.
Sin embargo, ella estaba demasiado excitada para cerrar los ojos ni siquiera por un momento. Se pasó la noche hasta el amanecer leyendo una guía. Poco después del desayuno, aterrizaron en Doha, un lugar del que no había oído hablar hasta muy recientemente.
La azafata que estaba sentada a su lado, que trabajaba para unas líneas aéreas árabes y vivía en Doha, estaba esperando con ansia llegar a su casa y relajarse con un buen baño caliente. A Sarah le quedaban otras cinco horas de vuelo antes de llegar a su destino. Mientras tanto, pasaría el siguiente cuarto de hora en la sala de espera del aeropuerto.
Se despidió de la tripulación y salió al brillante sol de la mañana en el Oriente Medio.
El día anterior, en Gran Bretaña, hacía frío y llovía, un adelanto del invierno que se aproximaba. Allí, en Quatar, un estado rico por el petróleo en el Golfo Pérsico e, incluso a esa hora temprana, hacía tanto calor como en medio de una ola de calor veraniega en Europa.
Sólo llevaba como equipaje una pequeña mochila. Una vez la hubo pasado por los rayos X, se la colgó del hombro y fue a buscar el tocador de señoras para refrescarse un poco.
La imagen que vio en el espejo era sorprendentemente diferente de la que estaba acostumbrada. Naomi prácticamente la había obligado a cambiarse el color del cabello además de forma de vestir y, todavía no se había acostumbrado a su nueva imagen. Ni a la sensación de las botas de montaña.
Se las había estado poniendo durante todo el mes anterior, pero todavía le parecían pesadas y rígidas. ¿Y qué podría tener un aspecto más incongruente que unas botas de montaña bajo el borde del volante de una falda estampada de flores?
Naomi le había asegurado que, a donde iba ella, ésa era la forma normal de vestir. Nadie se sorprendería.
Las faldas inarrugables y fácilmente lavables habían sustituido las espesas de tweed preferidas por las intrépidas damas viajeras victorianas de hacía un siglo.
Por arriba llevaba una camisa de manga larga de algodón. Bajo ella, llevaba una camiseta de Naomi con un