Jesse Ball

Cómo provocar un incendio y por qué


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      JARDÍNJARDÍNMURO X

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      JARDÍNJARDÍNMURO X

      GARAJEGARAJENADA X

      GARAJEGARAJENADA X

      GARAJEGARAJENADA X

      GARAJEGARAJENADA X

      GARAJEGARAJENADA X

      X es el límite del mapa. Si una hace un mapa para otra persona, es importante indicar dónde termina. Lo leí en un libro de cartografía. Cartografía significa hacer mapas, ¿no? Antes era difícil y casi todos los mapas estaban mal hechos, pero ahora es fácil, según dicen.

      Pero volvamos al jardín de mi tía. Digamos que hay de dos clases: jardines franceses y jardines ingleses. Quizás también haya chinos y japoneses, pero esos más que nada tienen piedras y musgo, así que no cuentan en este caso. Estoy hablando de jardines con plantas, ¿no? Entonces: un jardín francés, a mi entender, es un jardín bien cuidado. Mi tía, por ejemplo, lo recorre lentamente y de tanto en tanto se agacha para arrancar alguna maleza o plantar alguna cosa en otro lugar. Eso es un jardín francés. Un jardín inglés es un jardín que solía ser francés pero en el que ya nadie se ocupa de nada. Parece descuidado. Las plantas no crecen en hileras prolijas. Eso me han dicho. El jardín de mi tía va de un extremo al otro. A veces es más francés; otras, más inglés. Una vez le pregunté sobre este tema a un estudiante de intercambio francés y me dijo que los jardines ingleses no son jardines de verdad. Claro que él también decía que todos los ciudadanos de Francia lucharon en la Resistencia. En mi opinión: es probable que una cantidad vergonzosa de franceses haya estado a favor de Vichy, y no me refiero a los que murieron linchados. Así es la historia siempre. Una hace ciertas cosas y más adelante, cuando la gente se entera de lo que hiciste, es mal visto. La única excepción es si tienes la oportunidad de defenderte, pero eso casi nunca ocurre. La historia solo es gente portándose mal.

      En el diagrama puede apreciarse que la casa es bastante grande. Eso quizás les haga suponer que a mi tía le va muy bien o algo por el estilo. Cuando me traen en auto y se estacionan frente a esta casa, que es enorme, la gente piensa: sí, se viste como una mendiga, pero debe tener mucho dinero. Supongo que no está mal que lo piensen. Mi tía y yo vivimos detrás de la casa y detrás del jardín. El garaje está amueblado y allí vivimos nosotras, como si fuese una casita. Para mi tía debe haber sido un incordio hospedarme cuando la internaron a mi mamá. Yo duermo en la única cama que hay y mi tía duerme en un camastro o bien en un sillón grande que tenemos en un rincón. Suele quedarse dormida leyendo allí, así que debe gustarle.

      Por supuesto que al principio le dije que ni lo soñara, que no pensaba quedarme yo con la única cama, pero como la mayor parte de las veces ella se duerme en el sillón y en la cama no hay nadie, entonces la uso.

      Una vez me desperté en medio de la noche porque había luna llena (mucha luz) y me pasé como dos horas pensando en que mi tía se iba a morir y en que era probable que ocurriera en cualquier momento. Por otra parte, sé que las mujeres de la familia son longevas y todo eso. Mi tía podría vivir hasta los noventa y dos años en la más absoluta miseria. Es lo más probable.

      Pienso que ser vieja no sería tan terrible, pero hay toda clase de cosas que les gustan a los viejos, cosas que les gustan mucho, que a mí no me gustan nada. Será entonces que la vejez no es para mí, al menos no por ahora. Odio pensar en eso. Envejecer es así: crees que te estás saliendo con la tuya y crees que te estás saliendo con la tuya y crees que te estás saliendo con la tuya y de repente eres vieja y resulta que al final no te saliste con la tuya. O sí te saliste con la tuya, como mi tía, pero las consecuencias son profundamente irónicas.

      Una vez vi un documental sobre las pirámides, y en el documental decían que los CP (constructores de las pirámides) eran extraterrestres, básicamente unas cigarras (pero bípedas) cuyo ciclo dura diez mil años en vez de diez o quince, y que un buen día se van a despertar y, según la opinión del narrador del documental, van a enojarse mucho. Pero a mí me parece que ya deben estar acostumbrados a que se arruine todo mientras ellos duermen. Yo no pienso que se vayan a enojar. Tampoco es que le crea una palabra al documental. La mayoría de los documentales son peores que la ficción.

      6

      El día siguiente fue un desastre. La verdad es que ni siquiera tengo ganas de escribirlo, pero un trato es un trato, y ya que me metí en esto será mejor no omitir nada.

      No bien llegué a la escuela esa mañana me sacaron de la

      clase y me mandaron al despacho de la psicóloga. Lo que es peor, el profesor (que es un bruto, digo, no hacía falta que lo anunciara delante de todos) dijo con una voz de barítono odiosa y melodramática: señorita Stanton, la doctora Kapleau desea verla durante la primera hora. Y todos saben qué significa.

      Así que tuve que reunirme con esta tal Kapleau, que me hizo preguntas sobre mi mamá y mi papá, y sobre los lápices, etcétera. Y luego, al terminar la entrevista, me preguntó si las clases me parecían bien o si no sería preferible que estuviera en un curso inferior, lo cual fue insultante. Le dije que hasta un delfín se graduaría con honores en esa cloaca, y ella sonrió con amabilidad y me dijo que volviera al aula.

      Fue entonces cuando la cosa se puso peor, porque, de allí en más, todos quisieron saber por qué me había citado la psicóloga, y tuve que decirles que era porque tengo un trastorno que se llama cataplexia y que, si me río, me quedo dormida. Y que por eso nunca me río. Como es cierto que nunca me río, algunos me creyeron, excepto un chico, Stephan, que es inteligente. Dijo discretamente que lo que había dicho le parecía interesante, y también que la cataplexia es una enfermedad rara, muy rara. Por suerte, nadie le hace caso.

      El primer día el asunto del lápiz no había llamado demasiado la atención, lo cual fue bueno, pero después de la entrevista con la psicóloga la gente empezó a comentarlo. No me molestó que en el almuerzo nadie se acercara a mi mesa. Me da igual no tener con quien hablar. Pero que la gente que está delante y detrás en una fila se aparte un poco más de lo normal no es agradable. Los voy a apuñalar de verdad si siguen actuando así, pensé en decirles, pero obviamente no habría sido el mejor de los comentarios.

      Las cosas repuntaron entre la quinta hora y la sexta cuando escuché al pasar una conversación entre dos chicos. Ellos no me veían, y el más bajo con cara de tonto le decía al más alto que ya estaba todo arreglado y que la Sociedad del Fuego se reuniría esa tarde en el lugar de siempre. Trataban de sonar bien enigmáticos.

      Apuesto a que no saben de qué hablo. Se preguntarán qué es la Sociedad del Fuego y por qué tanto entusiasmo. Pues bien, tengo un amigo (es cierto) que me contó algo que a su vez le contaron a él, y lo que me contó es esto:

      En este preciso instante se están creando sociedades por todo el país. Se hacen llamar Sociedades del Fuego, y son sociedades para personas que quieren provocar incendios, personas que están hartas de la riqueza y de la propiedad y que quieren prender fuego todo.

      Mi amigo me dijo que tienes que incendiar algo solo para que te dejen entrar, y cuando me lo dijo pensé: es lo más fascinante que escuché en mucho tiempo. En mi opinión, si no te gusta el fuego, no estás vivo.

      7

      Pero en la última hora, la de ciencias sociales, sucedió algo horrible. Estábamos haciendo un simulacro de juicio. Yo era el supuesto testigo de un asesinato y estaba declarando en el banquillo. Una de las supuestas abogadas, una chica llamada Lisette, me hacía preguntas. Pero tuvo la mezquina ocurrencia, apenas ingeniosa, de hacerme preguntas sobre mi identidad real. Al principio las intercaló sutilmente con las demás preguntas. Me costó entender adónde quería llegar.

       Así que es nueva en la escuela. ¿Conocía al acusado antes de su llegada a este lugar? ¿En qué circunstancias?

      Algunos se rieron por lo bajo. Respondí que no iba a la escuela y que hacía años que no estudiaba: se suponía