Jesse Ball

Cómo provocar un incendio y por qué


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unos nueve o diez autos. No la reconoce, pero hay algo que sí ve: milagrosamente, la petaca de whisky que ella estaba tomando resultó ilesa, sujeta como la tenía a la cintura de la falda. Él se arrodilla para quitarle el whisky y lo invade una fabulosa sensación de bienestar.

      ¡Mentira! Así no son las predicciones.

      Las predicciones son más bien así:

      Mañana iré al Hogar a visitar a mi mamá. Me pondré un impermeable y tomaré el autobús de la línea 12 que irá derecho por la avenida Ranstall hasta Bergen, donde haré el trasbordo a la línea 8. Durante el trayecto en autobús leeré una antología de cuentos sobre insectos. Uno de ellos es «La metamorfosis», así que, como pueden ver, el libro es más entretenido de lo que parece ya que los editores se permitieron un enfoque amplio. Mientras esté leyendo el libro, un ejemplar de la editorial Ace que según dice costaba 45 centavos en alguna época, alguien querrá hablar conmigo. Yo refunfuñaré y señalaré que estoy leyendo un libro. Cuando llegue a Stillwell me bajaré del autobús. No se bajará nadie más, porque para entonces no quedará ningún otro pasajero. Caminaré unos ochocientos metros hasta la entrada, y una distancia similar desde allí hasta el edificio principal. En el edificio principal me darán un pase para visitas y me acompañarán hasta la habitación de mi mamá. No estará en su habitación. Entonces me acompañarán hasta el estanque. Ella estará sentada en una mecedora junto al estanque. Tendrá puesta una bata de hospital y el pelo atado en una cola de caballo (mamá nunca se ataba el pelo así). Me acercaré y le hablaré. Una vez más será incapaz de reconocerme. Me sentaré con ella un rato hasta que se haga evidente que aquello no le hace bien a nadie. Entonces regresaré y devolveré el pase. Caminaré de regreso a la entrada. Caminaré hasta la parada del autobús. Tomaré el autobús de la línea 8. Viajaré en la línea 8 y pasaré por Ranstall, por Wickham y por Arbor hasta Twelfth. Allí me bajaré. Entraré en la pista de bowling, Four Quarter Lanes, y me sentaré en la barra y mi amiga Helen me servirá un trago. Es mi niñera de la infancia. Tiene cuarenta y cinco años y está escribiendo un libro sobre autohipnosis. Siempre voy a verla después de visitar a mi mamá.

      LO QUE SUCEDIÓ

      Me desperté tarde y cuando llegué a la escuela para la tercera hora no tenía ninguna excusa, así que me sancionaron. En realidad, para ser totalmente franca, me pusieron la sanción por preguntarle al profesor Beekman por qué le molestaba tanto mi demora. Dijo que era mi deber estar en la escuela. Yo dije: pero por qué le molesta a usted que yo no esté en la escuela. Él dijo que porque tengo que educarme. Yo le dije que todo era una farsa. ¿A él le parecía que la población de Estados Unidos tenía una buena educación? ¿Era ese su argumento? ¿Que estaba contribuyendo a educar al pueblo de una democracia, y que quería que yo estuviera presente desde el principio de la primera hora para que dentro de unos años pudiera votar como corresponde mientras a él lo paseaban en silla de ruedas por todo el geriátrico? En ese momento me puso la sanción y me obligó a sentarme.

      El episodio hizo que Stephan tuviera ganas de pasarme una nota, supongo, porque fue lo que ocurrió. La nota decía: cuál democracia, jaja. La chica que me dio el papel, Stephanie (sí, Stephanie me pasó una nota de Stephan; ¿qué decir?, la gente debería dejar de ponerles nombres de mierda a sus hijos, no es asunto mío), como decía, Stephanie trató de leer la nota, pero la letra era muy apretada y no pudo.

      El asunto –y por qué todo esto se conecta con la predicción (I)– es que debía quedarme en la escuela después de hora a cumplir con la sanción, que comenzaría precisamente a las tres. La pregunta era: ¿me quedaría? No estaba segura de qué pasaría si no me quedaba. Quizás me pondrían otra sanción. En ese caso, quedarme o no quedarme sería solo una forma de programar cuándo cumplir con la sanción. Lo más probable sería que me pusieran dos. Dos sanciones por cada sanción no cumplida. Apuesto a que es así.

      Al final no me quedé. A las tres en punto tomé el autobús, el de la línea 12, y después el de la línea 8. Llevaba puesto mi impermeable; siempre me lo pongo cuando voy a visitar a mi mamá, porque una vez vi una película sueca, Sven, el canalla, sobre un viejo que se interna en un asilo mental, o lo internan, y la persona que lo va a visitar (su hermano) tiene puesto un impermeable. Entonces el tipo (el hermano de Sven, que es muy bueno, al parecer todos se quieren mucho en Suecia) le da el impermeable a Sven, y Sven sale del asilo con el impermeable puesto y su hermano se queda en el asilo, y una vez que Sven se escapa el hermano anuncia que él no es Sven y tienen que dejarlo ir. En la película se la pasan cantando, pero no es un musical. A Sven le gusta cantar unas cancioncitas de mierda cada vez que hace alguna cosa inteligente.

      Entonces se me ocurrió: quizás me pongo el impermeable, quizás voy al Hogar, quizás mi mamá me reconoce, y puedo darle el impermeable, y ella se puede escapar, ir a alguna parte. Ni siquiera necesito verla. Simplemente no me gusta la idea de que se la pase sentada junto al estanque.

      Así que leí mi libro sobre insectos, y esta vez se trató de un cuento sobre un científico que modifica su ADN para que le crezca un ojo de mosca gigante en la frente. Como no puede dormir porque el ojo no se cierra nunca, termina enloqueciendo. Un cuento muy malo, en mi opinión. Caminé hasta el edificio y me dio el pase una chica que parecía de mi edad. La habitación de mi mamá no era la que me esperaba. La habían trasladado, pero ella no estaba allí.

      Fuimos al estanque y allí estaba, con el pelo atado. El enfermero que me acompañó, un chico más bien delgado y musculoso de veintitantos, me preguntó por el libro así que se lo regalé. De vez en cuando me gusta hacer ese tipo de cosas.

      Me senté con mi mamá y ella balbuceó un poco. Pensé en lo fácil que sería creer que su balbuceo tiene algún sentido, pero en realidad es como las hojas de los árboles o la grava o las capas de piel. Quiero decir: no tiene sentido, tampoco carece de sentido. Las cosas no guardan una relación directa con nuestra vida, por mucho que lo queramos.

      El enfermero volvió con un puré de manzana. Creo que su idea era que yo se lo diera a mamá. Fue un lindo gesto, y probablemente sea lo máximo que pueda hacer desde su lugar de enfermero, regalar un puré de manzana, pero no quise saber nada. Se dio cuenta y no me lo ofreció. Quién sabe, tal vez simplemente quería comérselo y olvidó que yo estaba en el estanque. Mi mamá no iba a delatarlo. De eso no hay dudas. Puede ocurrir prácticamente cualquier cosa delante de sus narices sin que ella se entere.

      Así que volví caminando a la entrada y fui en el autobús hasta el otro autobús hasta la pista de bowling. Estaba equivocada, por cierto, cuando dije que alguien iba a hablarme. Nadie me habló en el trayecto de ida ni nadie me habló en el trayecto de vuelta. En 4QL Helen me sirvió un Manhattan y me emborraché al instante. Me desplomé cómodamente sobre el respaldo curvo de una silla de plástico y durante casi dos horas me quedé mirando a los jugadores de bowling hasta que Helen terminó su turno y me llevó a mi casa.

      PREDICCIÓN

      Mientras estaba borracha en la pista de bowling hice una predicción. No fue una gran predicción. Fue esto: cuando llegara a casa, mi tía me diría que la habían llamado de la escuela porque no me quedé a cumplir con la sanción y yo le contaría que había ido al Hogar y entonces ella se daría cuenta de que estaba borracha y le agradecería a Helen por haberme llevado. Lo que ella no haría es: gritarme por no cumplir con la sanción, gritarme por estar borracha, gritarle a Helen por servirme alcohol.

      Mi tía tiene algunas reglas en la casa. Son bastante parecidas a las reglas que tenía mi papá cuando vivíamos todos juntos. La primera regla es: No hagas cosas de las que no te sientas orgullosa. No las hagas y punto. Si a causa de esto te metes en problemas, todos juntos los afrontaremos en grupo. Pero no hay motivo para hacer cosas que no te enorgullezcan. Bien, esa es la regla número uno. La regla número dos es: No creas en estupideces y no actúes como un robot. Es mucho mejor meterse en problemas que ser un robot, porque los efectos de ser un robot son difíciles de revertir.

      Estas reglas no se enuncian nunca, no hay un reglamento impreso. Sencillamente, así son las cosas. Mientras las respete, mi tía me apoyará, no tengo dudas. Ella no se siente defraudada. Estoy segura de que piensa que voy por buen camino. Yo también lo pienso, pero