Jesse Ball

Cómo provocar un incendio y por qué


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una vez adentro, hay un sendero que desemboca en la calle interna. Mientras se está en la calle interna hay que vigilar que no aparezca el guardia, pero como el guardia da vueltas en una camioneta con luces, siempre hay tiempo para esconderse entre los arbustos. Finalmente se llega a una especie de bosque, que hay que cruzar. No existe un sendero propiamente dicho. Por algún motivo ahí no crecen plantas y se puede caminar por cualquier parte. Así se llega a la isla. Si se toma el camino equivocado, hay una zona pantanosa que te arruina las zapatillas.

      Para llegar a la isla es posible treparse a una rama de unos seis metros de largo suspendida poco más de un metro por encima del agua. La otra punta de la rama se hunde en el agua, pero hay piedras por las que saltar. Suena difícil, pero es bastante fácil, especialmente si se tiene cierta agilidad. La verdad es que la isla no se parece casi en nada a Alcatraz, aunque hace más o menos una década que los chicos la llaman así.

      Desde la orilla vi que había algunas personas del otro lado. Caminé por la rama, salté a las piedras, salté a la otra orilla. Ya estaba. Un chico se me acercó: era Stephan. Tenía puesta una camisa térmica de franela y no lo reconocí. Me estaba esperando, seguramente.

      Estamos por allá.

      Señaló una zona apartada hacia la derecha. Cuando llegué, vi varios grupos de chicos sentados sobre unas piedras. Subimos hasta la parte más alta de la colina, donde había un árbol muy grande junto a una casilla destartalada con una inscripción en la pared. En aquel momento no alcanzaba a verla, pero ya lo sabía de antes. La inscripción (no sé si seguirá allí) decía: Joan monta cabras.

      Junto al árbol y la casilla, en la oscuridad, había unas cuantas personas, alrededor de diez. Stephan me presentó, pero lo que hizo en realidad fue lo que uno hace cuando ni siquiera conoce a las personas en cuestión: básicamente, cuando uno mismo necesita que lo presenten pero no hay nadie que lo haga, entonces lo que hace es presentar a otro. Una estrategia de mierda.

       Ella es Lucia.

      Uno de ellos me preguntó en tono sarcástico si me gustaba el fuego. Aunque sabía que era una cursilería, tenía en la mano el Zippo de mi papá y en un solo movimiento lo abrí y lo encendí. Lo hice muy rápido, la verdad. Fue casi prestidigitación.

      Algunos chicos aplaudieron. Uno dijo: así se hace. Te va a ir bien. Otro le preguntó a Stephan si yo era su novia y los dos dijimos que no.

      Uno de los chicos quiso ver el Zippo, y se lo di. Lo manipuló torpemente unos segundos y me lo devolvió.

      Me senté bajo el árbol y Stephan se sentó conmigo. Las luces del camino que serpenteaba por todo el complejo desfilaban entre los árboles dibujando un trazado sinuoso. A lo lejos había más luces: la ciudad, la autopista, más luces y más.

      Aquella grotesca islita en la que nos encontrábamos era una agradable mota de oscuridad. Se oía el agua.

      No podía distinguir muy bien a los demás, estaba bastante oscuro, pero en su mayoría parecían ser chicos más grandes, tal vez de quinto año. Uno de los tipos que estaban sentados al otro lado de Stephan le preguntó cuándo pensaba cumplir con la admisión. ¿Admisión? Deduje que se refería al incendio que tenía que provocar para que lo aceptaran formalmente como miembro. Stephan no respondió. Me pregunté cuántos miembros habría.

      Del otro lado de la isla se filtraron ruidos entre los árboles. Hubo gritos: acababa de llegar otro grupo. Alguien hizo explotar unos petardos, o quizás fuese un arma, no lo sé.

      El mismo tipo volvió a hablarle a Stephan. Me incliné para escuchar. Le dijo: tienes un mes para provocar un incendio. Si no, estás afuera.

      Vio que lo estaba observando. Lo mismo corre para ti.

      Lo miré a los ojos y asentí como si no fuera gran cosa.

      Le dijo a Stephan que se moviera para poder sentarse al lado mío, y Stephan lo hizo.

      PREDICCIÓN

      Ese lunes me crucé con Stephan en la puerta de la escuela. Estaba solo, pateando una piedra contra la pared. El suelo en aquel sitio era seco y liso y no crecía nada. La piedra iba y venía entre la pared y su pie. Era hipnótico de ver. Le pregunté si las reuniones se hacían siempre en el mismo lugar.

      Me dijo que nunca había estado en Alcatraz. Había ido a otras dos reuniones, en la casa de un tipo. Los miembros de verdad tienen reuniones con los candidatos y además tienen sus propias reuniones. Le pregunté cómo se había enterado de la existencia de la sociedad. Me dijo que a través de su hermano, que estaba en el ejército en otro país.

      Dijo: fui a la casa de Stuart Rebos hace casi un mes. Había dos chicos más. Hablamos sobre provocar incendios. Ninguno de ellos había provocado todavía un incendio grande. Entonces llegó Jan, el chico que conociste. Nos enseñó algunas técnicas y nos dio un panfleto que le habían dado a él.

      Le pregunté cuántos años tenía Jan. Dijo que le parecía que unos veinticuatro. Que estaba seguro de que había ido a la universidad. Stephan dijo que Jan y su hermano solían ser amigos, pero que habían perdido casi todo contacto.

      Aquel día tuve libre la primera hora y la usé para escribir en mi libro de predicciones.

      Jan tratará de acostarse conmigo si me quedo a solas con él. No te quedes a solas con él.

      También escribí:

      Stephan no es tan inteligente como yo pensaba,

      pero eso no es una predicción.

      LA ADQUISICIÓN DE COSAS

      Acerca de adquirir cosas. Si una intenta adquirir cosas, pero no tiene ya muchísimas cosas, puede verse en problemas. Porque es posible que tenga que dar algunas de las cosas que tiene para conseguir el dinero que le permita adquirir parte de algo nuevo, pero cuando se le acaban las cosas que ya tiene para dar a cambio del dinero que le permita terminar de adquirir la cosa nueva, entonces se queda sin dinero para terminar de adquirir esa cosa, la nueva, y luego viene alguien y se lleva la cosa nueva, y por algún motivo una se queda sin nada, aunque al comienzo sí tenía algunas cosas (aunque fueran cosas de mierda, eran suyas).

      Tal vez tenga más sentido si doy un ejemplo. Mi tía se compró un auto, pero solo tiene dinero para la comida (un conocido suyo nos deja vivir en este garaje, así que no paga alquiler). Realmente no tiene dinero para pagar el auto. Creo que lo compró para poder llevarme a lugares y cosas así. Recuerdo que dijo algo por el estilo. Quizás pensó que, como es vieja, no podíamos movernos juntas sin un auto. La cuestión es que tuvo que vender sus joyas de cuando estuvo casada hace como cien años (él se murió cuando ella tenía apenas diecinueve, un año después de la boda). Tuvo que vender su clarinete y su piano. No era un buen piano, tan solo un pequeño vertical desafinado, pero solía tocarlo todo el tiempo.

      Después de que vendió todas esas cosas, no le quedó nada más para vender. Se salteó algunas cuotas y durante un tiempo las reclamaron por teléfono. Todo eso nos conduce al sábado por la mañana.

      Cuando nos despertamos nos encontramos con dos tipos grandotes afuera. Abrieron el auto a la fuerza y se lo llevaron. Yo les grité un montón de cosas y traté de llamar a la policía, pero mi tía dijo que era inútil. Los hombres del embargo y la policía tienen un convenio. Por otra parte uno de mis libros preferidos estaba en el asiento trasero del auto, y eso lo robaron. Quizás tenían derecho a llevarse el auto, no lo sé. Pero el libro, Un bárbaro en el jardín, de Zbigniew Herbert, ese libro era mío, y es imposible que ellos estuvieran preparados para apreciarlo. Probablemente haya que leer quinientos libros antes de poder leer ese.

      Mi tía dijo que ahora yo tenía algo bueno para esperar del futuro. ¿Qué era? Me dijo que cuando vaya a las librerías de segunda mano terminaré por encontrarlo, y será una especie de reencuentro. Mientras tanto, hay libros de sobra para leer.

      Ni siquiera se quejó del auto. Ni una sola vez. Yo tenía la esperanza de que les disparara. En eso pensaba cuando vi lo enormes que eran los tipos. Sé que tiene una pistola. Es por