Ramón Bueno Tizón

Breviario de pequeñas traiciones


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Valeria se detiene sin saber qué hacer, hacia dónde ir. Dani te lo había contado con lujo de detalles, pero una cosa es escuchar y otra muy distinta verlo con tus propios ojos.

      –Sube –dice el señor alto de frente amplia–. Dani está en su cuarto. Es la primera puerta de la mano izquierda.

      –¿Dani? –Valeria se detiene al final de la escalera.

      –Entra nomás, no te quedes ahí parada.

      Dafne da unos pasos hacia el interior, ingresa completamente. Reconoces la típica habitación del Heraldo o del Serenzza: la cama matrimonial que lo domina todo, los espejos, las lámparas en las mesas de noche. El televisor de la pared está encendido en el canal de los toros. Claro que sí, los toros. ¿Qué diablos haces aquí, muchacha? Por el amor de Dios, da media vuelta y lárgate. Ten un poco de sangre en la cara. Dafne huele el olor a cigarro. Regrésate, Valeria. Estás a tiempo, vete. No puedes hacerle esto a Dani. Pobre Dani. No puedes hacerle esto a Diego. Dafne vuelve a ver la pantalla del televisor, vuelve a ver los toros.

      –¿Te gusta?

      Tendido cuatro. Barrera y contrabarrera. Valeria mira por primera vez el albero de la plaza de Acho, un ruedo perfecto de arena clara con dos círculos concéntricos, pintados con tiza blanca rabiosa. Una tarde espléndida, qué tal solazo. Felizmente estás en los tendidos de sombra y no al frente, en sol, donde debe haber pura gente naca, gente nada que ver. Falta muy poco para las tres y media de la tarde. La plaza se va poblando cada vez más. Predominan las camisas o blusas blancas, los sombreros jipijapa, los habanos. Hay un grupo de tíos a tu derecha. Toman vino en bota y cantan a voz en cuello Que viva España. Valeria se ríe, canta con ellos. Estás contenta, pero Dani parece que no. Ella ya ha venido antes, dice que le aburren los toros y por eso te pidió que la acompañaras. Sin levantar la vista, Dani alisa una y otra vez las puntas del mantón de Manila que ha extendido sobre la barrera junto con Valeria apenas llegaron. Vas a decirle algo pero sientes unos golpecitos en tu hombro izquierdo.

      –Me dijeron que eras muy bonita y no mintieron.

      El hombre cierra la puerta, se planta en medio de la habitación. Sobre la pequeña mesa que está al lado de la cama, Dafne ve una botella de whisky, un vaso con hielo y aceitunas rellenas. Ha empezado temprano, el tío. También es temprano para que te vayas, Valeria. No la cagues, llama a Noemí. Piensa en Dani, piensa en Diego. Dafne sigue mirando a su alrededor. Una cajetilla de Marlboro Lights. Un cenicero con un par de colillas. ¿También habrá cocaína? ¿Jalará este tío? ¿Y viagra? Imagínate un infarto ahorita, qué haces. Cómo verle la cara a Dani después. Pobre Dani. Vete, por favor. Vete.

      –¿Quieres tomar algo?

      –Agua mineral sin gas –dice Dafne–. Sin hielo.

      El hombre llama a la recepción por teléfono mientras Dafne se queda de pie. ¿Se llamaba en verdad Jorge? Nunca fuiste buena con los nombres. No es como las caras, los nombres siempre se te escapan. Más aún si han pasado tantos años. Vete, Valeria. Vete. Dafne juega con su cadenita al cuello, de donde cuelga un corazoncito. El tal Jorge debe andar por los sesenta y largos, late sixties, como dirían los gringos, muy bien podría ser tu padre, Valeria. Aunque eso hace tiempo dejó de ser un problema para ti. Dafne sonríe ligeramente. Jorge, o como se llame este buen señor, lleva una camisa celeste de tela tramada y un pantalón de vestir que debe ser parte de un traje. No ves la corbata ni el saco. Estarán en el perchero dentro del clóset o tal vez en el carro. ¿Un Mercedes? ¿Un Audi? Tenían un Volvo hace tiempo, era antiguo. Dafne le mira los zapatos. Para tasar a un hombre, mírale los zapatos. Son amplios. Brillan. Te gustan.

      –Siéntate, siéntate.

      Valeria se sienta en un puf rosado, que bota un poco de aire al sentir su peso. El cuarto de Dani está repleto de muñecas Barbie de diferentes modelos y Cabbage Patch Kids originales, con certificados de nacimiento y todo. Ni hablar de los repollitos nacionales que alguna vez tuviste, Valeria. Pero hay más, mucho más. Valeria cuenta los muñequitos Potato Heads alineados en las repisas de una estantería, cubierta con calcomanías de Strawberry Shortcake y Hello Kitty. Hay un ejército de caballitos My Little Pony, todos encima de la mesa de noche. Esto se lo deben traer de Miami, piensas. Daniela está echada sobre su cama, junto a un osito de peluche. Pasa distraídamente las hojas de su Trapper Keeper mientras come unos caramelitos Tic Tac naranja. La cajita tintinea cada vez que se la lleva a la boca y tú te preguntas si estarás bien vestida para ir a Acho, con tu jean nevado que compraste con tu mamá esta mañana en el mercado de Lince y tus zapatillas Vans negras que al fin te regalaron la Navidad pasada. Valeria sigue sentada, la espalda derechita. Como si te hubieras tragado el palo del jaboncillo, muchacha. Dani cierra su Trapper Keeper.

      –¿No te pones cómoda?

      Eso significa que te desnudes, mujer. Jorge sonríe, Dafne también. No te ha reconocido o lo disimula muy bien. Le dices que traigan el agua primero, que por ahora puedes aceptarle un cigarrito. Es increíble que hasta ahora no te hayas ido, Valeria. Jorge camina hacia la mesa, coge la cajetilla de Marlboro Lights y saca un cigarrillo totalmente blanco. Dafne lo coloca entre sus labios y aguarda el fuego. El dedo anular de Jorge luce un anillo matrimonial sólido, grande. Sigue siendo un tío regio, un abuelo bien plantado. Mucho dinero y pocos vicios. Salvo las mujeres, claro. Toda la vida. Pobre la mamá de Dani, lo que ha tenido que soportar. Pobre Dani, lo que le pasó. Ni se te ocurra mencionarla. Jorge enciende el cigarrillo con un Zippo plateado. Dafne da una calada y sopla el humo. ¿Te vas a quedar, muchacha? ¿Y Diego, Valeria?

      –Volvió a Buenos Aires. Regresa en tres meses.

      El departamento de Noemí. Todo rojo, puro humo. Valeria y Noemí fuman un skunk de primera calidad, mientras hacen tiempo para ir a Barranco. Tienes que estar ahí antes de las diez, pero si llegas tarde no pasa nada. Noemí enciende el equipo de música y coloca el disco pirata de James, que compraron juntas por la tarde en Polvos Rosados. You’re as tight as a hunter’s trap, hidden well, what are you concealing… Valeria cierra los ojos, le da otra pitada al huiro. No hay nada como un huirito y buena música para que dejes de pensar que el amor de lejos es un amor de pendejos. Poker face, carved in stone, amongst friends but all alone, why do you hide

      –Tres meses es mucho tiempo. ¿Puedo ir contigo?

      Valeria se acurruca junto a Diego, los dos desnudos sobre la inmensa cama king size, completamente destendida. Hotel Los Delfines, San Isidro. Muy cerca del Golf. Estás con tu Diego querido, cosita. El famoso Diego Silvestrini. Típico argentino, según Noemí. El hombre perfecto, según tú. Lo abrazas fuerte, cosita. Lo besas, lo mimas. Ya te jodiste en serio, porque te has enamorado hasta los tuétanos. Lost in your eyes, mismo Debbie Gibson. Templadísima. Y porque sabes muy bien que Sagitario es compatible con Acuario, te lo dijo una bruja. Diego Silvestrini sonríe, cierra los ojos, se hace el dormido. Valeria se incorpora sobre sus brazos, se despeja el cabello que cae sobre su frente. Quieres que te haga el amor de nuevo, mujer. Salvajemente, sí: toda la noche sin parar. Pero primero quieres que te responda. Valeria comienza a sacudir a Diego Silvestrini. Quieres que te lleve con él a Buenos Aires. Lo dejas todo por Diego, la chamba en el colegio, las noches de Barranco. ¿Cómo es posible que te hayas flechado así? Si apenas lo conoces, si no sabes muy bien qué es lo que hace, ¿verdad?

      –¿A qué te dedicas? Aparte de buscar mujeres bonitas, claro.

      Dafne ahora ríe, Jorge también. ¿Cómo puedes ser tan descarada? ¿Cómo no sales corriendo de aquí? Así no eras antes, Valeria. Así eres ahora, Dafne. Jorge dice que es abogado, que es dueño de un estudio. Entonces lo recuerdas, sí. Eran abogados, claro. Dafne vuelve a llevarse el cigarrillo a los labios. Es curioso cómo los hombres se abren así ante una desconocida cuando se trata de alardear. Sobre todo si es cierto. Aunque tú no eres una desconocida, pero eso ahora no importa. ¿Seguro que no importa? Los ojos del tal Jorge son claros, como los de Dani. Dani también es abogada. El Estudio Lenz, por supuesto. Jorge Lenz. Tampoco había mentido con su nombre. Todo encaja, muchacha. Jorge Lenz levanta su vaso de whisky, se acerca lentamente. Abogado, sí. Dafne retrocede unos pasos, vuelve a reír. Abogado, mira tú.

      –Entonces serás mi abogado –dice Dafne.

      –Cuando