Kate DiCamillo

El verano de Raymie Nightingale


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vez algo pasó —dijo de nuevo la señora Borkowski—. Estaba en un bote en el mar y vi que un bebé era arrebatado de los brazos de su madre. Por un pájaro. Un pájaro marino gigante.

      —¿Es una historia sobre una buena obra? —preguntó Raymie.

      —Fue terrible, la forma en que la madre gritó.

      —Pero la mamá recuperó al bebé, ¿verdad?

      —¿De un pájaro marino gigante? Nunca —dijo la señora Borkowski—. Esos pájaros marinos gigantes se quedan con lo que roban. También roban botones. Y broches para el pelo —la señora Borkowski inclinó la cabeza y abrió los ojos y miró a Raymie. Ella parpadeó. La señora Borkowski tenía unos ojos muy tristes y extremadamente llorosos—. Las alas del pájaro marino eran enormes. Parecía como si pertenecieran a un ángel.

      —¿Entonces el pájaro marino de hecho era un ángel? ¿Estaba haciendo una buena obra al salvar al bebé?

      —Fffffttttt —dijo la señora Borkowski. Agitó la mano al aire—. ¿Quién sabe? Sólo te digo lo que sucedió. Lo que vi. Tómalo como quieras. Ven mañana y córtame las uñas de los pies, y te daré un poco de ese dulce divino, ¿de acuerdo?

      —De acuerdo —dijo Raymie.

      ¿Cortar las uñas de los pies de la señora Borkowski contaba como una buena obra? Probablemente no. La señora Borkowski siempre le daba dulces a Raymie a cambio del corte de uñas, y si alguien te pagaba por hacer algo no podía ser una buena obra.

      La señora Borkowski cerró los ojos. Recostó otra vez la cabeza. Después de un rato comenzó a roncar.

      Raymie se levantó y entró a la casa y fue a la cocina.

      Tomó el teléfono y marcó a la oficina de su papá.

      —Aseguradora Familiar Clarke —dijo la señora Sylvester con su voz de pájaro de caricatura—. ¿Cómo podemos protegerlo?

      Raymie guardó silencio.

      La señora Sylvester aclaró la garganta.

      —Aseguradora Familiar Clarke —dijo de nuevo—. ¿Cómo podemos protegerlo?

      Fue agradable escuchar a la señora Sylvester decir por segunda vez: ¿Cómo podemos protegerlo? De hecho, Raymie pensó que le gustaría escuchar a la señora Sylvester formular la pregunta varios cientos de veces al día. Era una pregunta tan amigable. Era una pregunta que prometía cosas buenas.

      —¿Señora Sylvester? —dijo.

      —Sí, querida —dijo la señora Sylvester.

      Raymie cerró los ojos e imaginó el frasco gigante de caramelos sobre el escritorio de la señora Sylvester. A veces, por la tarde, el sol brillaba directo sobre el frasco y lo iluminaba de forma que parecía una lámpara.

      Raymie se preguntó si eso estaba sucediendo en ese momento.

      Detrás del escritorio de la señora Sylvester estaba la puerta de la oficina del papá de Raymie. La puerta estaría cerrada, y la oficina vacía. Nadie estaría sentado frente al escritorio de su papá porque él se había marchado.

      Raymie trató de evocar su rostro. Intentó imaginarlo sentado en su oficina frente a su escritorio.

      No pudo hacerlo.

      Sintió una oleada de pánico. Apenas habían pasado dos días desde que su papá se había ido, y ella no podía recordar su rostro. ¡Debía traerlo de vuelta!

      Recordó entonces por qué llamaba.

      —Señora Sylvester —dijo—, uno tiene que hacer buenas obras para el concurso.

      —Ay, corazón —dijo la señora Sylvester—, ése no es problema para nada. Sólo camina un par de calles hacia el asilo Valle Dorado y ofrece leer a uno de los residentes. A los mayores les encanta que les lean.

      ¿A los ancianitos les encantaba que les leyeran? Raymie no estaba segura. La vieja señora Borkowski era muy mayor y lo que siempre quería que Raymie hiciera era que le cortara las uñas de los pies.

      —¿Qué tal estuvo tu primera clase de malabarismo de bastón? —preguntó la señora Sylvester.

      —Estuvo interesante —dijo Raymie.

      Una imagen de Louisiana Elefante cayendo de rodillas cruzó la cabeza de Raymie. A esta imagen le siguió una de Beverly Tapinski y su mamá peleándose por el bastón en medio de una nube de polvo de gravilla.

      —¿No es emocionante aprender algo nuevo? —preguntó la señora Sylvester.

      —Sí —dijo Raymie.

      —¿Cómo está tu mamá, corazón? —dijo la señora Sylvester.

      —Está sentada en el sillón en el invernadero. Lo hace muy a menudo. Básicamente eso es lo que hace. En realidad no hace nada más. Sólo se sienta ahí.

      —Bueno —dijo la señora Sylvester. Hubo una larga pausa—. Todo va a estar bien. Ya verás. Todos hacemos lo que podemos.

      —De acuerdo —dijo Raymie.

      Las palabras de Louisiana flotaban en su mente. Estoy demasiado aterrada para continuar.

      Raymie no dijo las palabras en voz alta, pero sintió que la atravesaban. Y la señora Sylvester —amable y con voz de pájaro— debió sentirlas también porque dijo:

      —Sólo selecciona un libro adecuado para compartir, corazón, y luego ve al asilo Valle Dorado. Les alegrará mucho verte ahí. Sólo haz lo que puedas, ¿de acuerdo? Todo estará bien. Todo va a salir bien al final.

      DOCE

      Fue hasta que Raymie colgó el teléfono que se preguntó lo que había querido decir la señora Sylvester con un libro adecuado.

      Entró a la sala y se detuvo sobre la alfombra amarilla y observó el librero. Todos los libros eran color café y se veían serios. Eran los libros de su papá. ¿Y si él volvía a casa y uno de los libros faltaba? Sintió que lo mejor sería no tocarlos.

      Raymie fue a su habitación. En las repisas sobre su cama había conchas marinas y animales de peluche y libros. ¿Mis pequeños inquilinos? No, era muy poco probable. Ningún adulto normal creería en personas pequeñitas que vivían debajo de la duela. ¿El oso Paddington? Ese libro tenía un aire demasiado alegre y tonto para la seriedad de un asilo. ¿La casa del bosque? Alguien muy mayor seguro había pasado toda su vida escuchando ese cuento y no querría escucharlo de nuevo.

      Y entonces Raymie vio Un camino luminoso y brillante: la vida de Florence Nightingale. Era un libro que Edward Option le había dado el último día de clases. El señor Option era el bibliotecario de la escuela. Tenía que agachar la cabeza para entrar y salir de la biblioteca del colegio George Mason Willamette.

      El señor Option se veía demasiado joven e inseguro como para ser un bibliotecario.

      Además, sus corbatas eran demasiado anchas y en todas ellas aparecían imágenes extrañas y solitarias de playas desiertas, bosques encantados o platillos voladores.

      A veces, cuando sostenía un libro, las manos del señor Option temblaban de nerviosismo. O tal vez era de entusiasmo.

      De cualquier forma, el último día de clases, Edward Option le había dicho a Raymie:

      —Eres tan buena lectora, Raymie Clarke, que me pregunto si estarás interesada en ampliar tu horizonte. Aquí tengo un libro que no es de cuentos, quizá te guste.

      —De acuerdo —dijo Raymie, aunque no le interesaba para nada los libros sin cuentos. Le gustaban las historias.

      El señor Option sacó Un camino luminoso y brillante: la vida de Florence Nightingale. En la portada aparecían docenas de soldados recostados boca arriba en lo que parecía un campo de batalla, y una señorita