Varias Autoras

E-Pack Bianca agosto 2020


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tenido un minuto de paz desde que Violet le dio la noticia. Pero no se arrepentía de los pasos que estaba dando, decidido a impedir que la Casa Real se viera envuelta en otro escándalo de consecuencias imprevisibles. Su madre acababa de anunciar que renunciaba al trono y, como aún no se había celebrado la coronación de Remi, la situación podía ser nefasta para su familia.

      En tales circunstancias, no había tenido más remedio que secuestrar a Violet. Quizá fuera demasiado drástico, pero los acontecimientos posteriores a la muerte de su padre lo habían aleccionado contra los peligros de aplazar las decisiones.

      Mientras la miraba, se metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de acariciarle la mejilla y el cabello. Estaba más pálida de lo habitual, y sus sensuales labios tenían una tensión que ya había notado en la boda. Además, su silencio de las horas anteriores no le engañaba. Solo era la calma antes de la tormenta.

      Justo entonces, se dio cuenta de que ni siquiera se había interesado por su salud. ¿Qué tal llevaba el embarazo? ¿Estaba tan pálida por culpa del bebé?

      Fuera como fuera, Violet había sellado su destino al informarle de que estaba embarazada, porque la Casa Real de Montegova no admitía hijos ilegítimos. De hecho, se habían visto obligados a reconocer a Jules cuando las indiscreciones de su padre se hicieron públicas, aunque eran conscientes de que dicho reconocimiento provocaría un caos en palacio. Y Zak no quería que la historia se repitiera.

      Preocupado, se asomó a la ventanilla y apretó los dientes. Tenía que atar todos los cabos y asegurarse de que su plan saliera bien; pero faltaban varias horas para que llegaran a su destino, así que se relajó un poco y coqueteó con la idea de tumbarse junto a Violet.

      Coqueteó con ella y la rechazó.

      A fin de cuentas, no habría estado en esa situación si no se hubiera rendido al deseo. Y no habría pasado dos meses en Australia, lejos de la mujer que ocupaba sus pensamientos, si no hubiera estado decidido a expulsarla de su vida. Pero no había servido de nada. Y para empeorar las cosas, Violet había encontrado una forma definitiva de impedirlo.

      Enfadado, pensó que había caído en su trampa como un idiota.

      Sin embargo, eso no significaba que no pudiera corregir el error. Si efectivamente estaba embarazada de él, reclamaría lo que era suyo. Y debía de estarlo, porque no la creía capaz de engañarlo con el hijo de otro hombre.

      Tras volver junto a la cama, la tapó con un fino edredón, regresó a la carlinga y se sentó a la mesa de reuniones, que estaba al fondo del aparato. Sesenta minutos después, ya había reubicado la dirección central de su fundación, priorizado los asuntos más urgentes y reorganizado su agenda en adelanto de lo que estaba por venir.

      Cuando el avión aterrizó en su aeródromo privado, Zak estaba preparado y armado con toda la munición que pudiera necesitar. Pero el primer paso era reclamar a su hijo y el segundo, asegurarse de ser mejor padre que el suyo, de no destruir su vida con mentiras y traiciones.

      Decidido, regresó al lugar donde estaba Violet, con intención de despertarla.

      Había llegado la hora de la verdad.

      –¿Dónde estamos? –preguntó Violet, parpadeando por el cegador sol que entraba por las ventanillas.

      Violet no esperaba dormir tanto, pero la tensión de su enfrentamiento con Zak y los sucesos posteriores habían podido con ella. Y al comprender que estaba atrapada, decidió sumirse en el silencio para contrarrestar su nerviosismo.

      Luego, cuando Zak le ofreció tumbarse en el dormitorio del avión, estuvo a punto de salir corriendo y cerrar la puerta por dentro. No tenía intención de quedarse dormida. Solo quería descansar un rato. Pero se había dormido de todas formas, y había sido el sueño más reparador desde que descubrió que estaba embarazada.

      –Estamos en el Caribe –respondió él, devorándola con los ojos–. En mi isla privada.

      Violet no se llevó ninguna sorpresa. Conociéndolo, era evidente que no la habría llevado a una ciudad grande, donde podía gritar y llamar la atención de algún vecino.

      –Me has secuestrado –le acusó, esperando que lo negara.

      Él se limitó a encogerse de hombros.

      –Bueno, no entremos en definiciones todavía.

      –No, claro que no –ironizó ella–. Un príncipe tiene que proteger su imagen.

      Zak entrecerró los ojos y cambió de conversación.

      –Tienes mejor aspecto –dijo.

      –¿Tanto como para someterme al interrogatorio que habías previsto?

      Los sensuales labios de Zak se curvaron hacia arriba.

      –No tiene por qué ser un interrogatorio.

      –¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías tú a lo de llevarme a miles de kilómetros de distancia para hablar conmigo? ¿No se te ocurrió la posibilidad de preguntarme si me parecía bien? ¿Es que mis deseos te parecen irrelevantes?

      Zak se puso muy serio.

      –Ya te he dicho que intento proteger a mi familia. Mi hermano se acaba de casar, y mi madre dejará el trono dentro de unas semanas. ¿Olvidas acaso que hay gente que se aprovecharía de otro escándalo en la Casa Real?

      A ella se le encogió el corazón, recordando la reunión con el ministro de Defensa.

      –¿Serían capaces de utilizar un bebé como excusa? –se interesó.

      –No lo sé, pero no me puedo a arriesgar a lo que hagan –contestó él–. Te quedarás aquí hasta que arreglemos las cosas.

      Violet comprendió que Zak no aceptaría un «no» por respuesta, pero tuvo la sensación de que no le estaba diciendo toda la verdad y, como no podía quedarse eternamente en el avión, apartó el edredón para levantarse de la cama.

      Por supuesto, Zak intentó ayudarla, y ella rechazó su ayuda porque no soportaba la idea de sentir su contacto. Pero no vio ni sus zapatos ni su bolso y, antes de que pudiera interesarse por ellos, él la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho, haciéndola consciente de la perfección de su cuerpo.

      –Suéltame. Soy perfectamente capaz de caminar.

      –No lo dudo, pero tus cosas están en el coche, empezando por tus zapatos. Y como no querrás quemarte los pies con el asfalto de la pista, tendré que llevarte yo.

      Violet no tuvo ocasión de protestar, porque la alzó en vilo y la llevó hacia la escalerilla.

      Si no hubiera sido absurdamente infantil, habría cerrado los ojos y habría fingido que Zak no existía.

      Pero existía.

      De hecho, era la presencia más sólida que había en su vida. Y, por si eso fuera poco, no podía negar que estaba encantada de que la llevara en brazos.

      Decidida a anular el efecto que Zak tenía en ella, se dedicó a admirar los alrededores, que resultaron ser de una belleza abrumadora: altas palmeras hasta donde alcanzaba la vista y bosques tropicales a los dos lados de la pista de aterrizaje. Al parecer, no estaban en una de esas típicas islas caribeñas que se podían recorrer en un par de horas, sino en un lugar mucho más grande.

      Violet tuvo ocasión de comprobarlo cuando se subieron a una brillante furgoneta y se pusieron en marcha, con él al volante y ella, a su lado. Al cabo de unos minutos, seguían lejos de su destino y, como Zak se mantenía en silencio, sacó un libro del bolso y fingió leer.

      Sin embargo, cambió de actitud al darse cuenta de que uno de los dos vehículos que los seguían estaba lleno de maletas, lo cual avivó su sospecha de que Zak pretendía quedarse una buena temporada.

      –¿Cuánto tiempo va a durar esta farsa? –se interesó.

      Él le lanzó una mirada rápida.

      –¿Farsa?

      Ella