Varias Autoras

E-Pack Bianca agosto 2020


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vestido de color amarillo, se sentó frente al tocador y se cepilló el cabello, sumida en un mar de preocupaciones.

      Zak no le había vuelto a pedir que se casara con él, pero Violet no se lo podía quitar de la cabeza. ¿Tan terrible sería? Era un príncipe, un hombre rico, con muchos millones a su disposición. Y compartían muchas cosas, empezando por el hecho de que estaba tan interesado como ella en la conservación de los espacios naturales.

      ¿Podían fundar una familia sin más base que sus intereses comunes y una relación sexual asombrosamente buena? ¿O se estaba engañando a sí misma?

      ¿Y qué pasaría con su madre?

      Margot había estado extrañamente silenciosa durante los últimos días. Por algún motivo, había desaparecido de la prensa del corazón; algo desconcertante, teniendo en cuenta que vivía para y por las páginas de sociedad.

      Al pensarlo, Violet se estremeció y dejó el cepillo a un lado. No sabía lo que su madre estaba tramando, pero tendría que enfrentarse a ella en algún momento. Tendría que decirle que se había quedado embarazada y, por supuesto, también tendría que informarle de su decisión de casarse o de seguir soltera.

      Insegura, se levantó, salió de la habitación y se dirigió al comedor, preguntándose si estaba dispuesta a vivir con Zak, verlo todos los días y acostarse con él todas las noches. ¿Sería capaz de aceptar un matrimonio sin amor, y albergando la sospecha de que solo se lo había ofrecido porque necesitaba un heredero?

      Violet no tuvo que darle demasiadas vueltas. Sí, por supuesto que sería capaz. Entre otras cosas, porque eso no implicaba que no pudieran enamorarse después.

      –¿Te vas a quedar todo el día en el umbral, cara?

      Violet se sobresaltó al oír la voz de Zak. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba parada en el umbral del comedor.

      –¿Te pasa algo? –insistió él, frunciendo el ceño.

      Ella suspiró, se acercó a la mesa y se sentó a su lado.

      –Tenemos que hablar, Zak.

      –¿En serio? –replicó, arqueando una ceja.

      Violet se mordió el labio inferior, abrumada por la enormidad del paso que estaba a punto de dar.

      –Sí, en serio.

      –Oh, vamos… Geraldine ha preparado todas las cosas que te gustan –dijo él, señalando la comida–. Sería una pena que no lo disfrutaras.

      Violet se sirvió un té y bebió un poco, consciente de que Zak solo pretendía evitar una conversación que, en principio, podía resultar problemática. Pero ya había tomado su decisión, y tuvo que hacer un esfuerzo para no decir directamente que estaba dispuesta a casarse con él.

      –Ya han pasado los siete días que me ofreciste, Zak.

      –Técnicamente, no. Terminarán esta tarde.

      –Aun así, quiero que sepas que…

      Justo entonces, se oyó la voz del mayordomo.

      –¿Alteza?

      –¿Sí? –preguntó Zak, entrecerrando los ojos.

      –Siento interrumpirlo, pero su hermano está al teléfono.

      –En ese caso, tendré que hablar con él –dijo, levantándose–. Discúlpame un momento, Violet.

      –Pero…

      –No puedo hacerle esperar –la interrumpió–. Es el rey.

      Él se marchó, y Violet desayunó casi por obligación, asustada ante la posibilidad de que Zak ya no quisiera casarse con ella.

      Aún estaba en el comedor cuando el cielo se cubrió de nubes tan negras como sus pensamientos. Al cabo de unos instantes, empezó a llover; y Violet, que seguía aterrorizada por la injustificada sospecha de que el príncipe hubiera cambiado de opinión, subió a su suite y encendió el ordenador portátil para ver el correo.

      Su madre no le había enviado ningún mensaje, pero su jefe de Gran Bretaña había escrito para preguntarle cuándo pensaba volver.

      La necesidad de informar a Zak de su decisión se volvió más perentoria y la impulsó a salir de la habitación y entrar en sus dominios por la biblioteca, como tenía por costumbre. Zak estaba en el despacho contiguo, hablando por teléfono y, como había puesto el manos libres, Violet pudo oír a su interlocutor. Pero la voz que oyó no era la de su hermano, sino la de una persona que reconoció al instante: Margot.

      –Te doy mi palabra, Zak –dijo la madre de Violet en ese momento–. Seré discreta durante la entrevista, y puedes estar seguro de que no diré ni una palabra más sin consultarlo antes.

      –¿Y el acuerdo de confidencialidad?

      Violet estuvo a punto de soltar un gemido.

      –Mi abogado lo miró ayer, y le pareció bien. Pero no era necesario. Has sido muy generoso conmigo, pagando mis deudas y ofreciéndome una casa en Montegova para que pueda estar allí cuando nazca mi nieto. De hecho, me debería ofender que te hayas empeñado en que firme ese acuerdo –dijo, restándole importancia.

      –Compréndelo. Tengo que asegurarme de que no haya ningún resquicio legal que ponga en peligro mis intereses.

      –Por supuesto –replicó Margot–. Y no te preocupes. No te decepcionaré.

      Zak cortó la comunicación, y Violet salió corriendo de la biblioteca, aprovechando que las gruesas alfombras de la sala amortiguaban el sonido de sus pasos.

      Al llegar a la cocina, se encontró con Geraldine, quien se preocupó al instante.

      –¿Se encuentra bien, señorita?

      –Me temo que no. La tormenta me debe de haber afectado –mintió.

      –Bueno, no se preocupe por eso. Las tormentas de la isla suelen ser breves.

      Violet asintió, distraída.

      –Me voy a tumbar un rato. ¿Podría encargarse de que nadie me moleste, por favor? Incluido Zak.

      El ama de llaves frunció el ceño, pero asintió.

      –Por supuesto, señorita.

      Violet se dirigió a las escaleras, haciendo esfuerzos por contener las lágrimas. Y lo consiguió hasta que llegó a su dormitorio, donde rompió a llorar.

      ¿Cómo era posible que hubiera sido tan estúpida? Mientras ella se hacía ilusiones sobre su relación, él había estado maniobrando a sus espaldas y se había ganado el apoyo de Margot con las dos cosas que más le gustaban: el dinero y el protagonismo social.

      Había entregado su corazón a Zak Montegova.

      Y Zak se lo había partido.

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