ni la guitarra ni la mochila de Lucas. Regresé corriendo a la casa grande y toqué a la puerta. Salió la misma señora que nos había recibido la noche anterior. Le pregunté por mi amigo, el del pelo rubio, el que estaba conmigo anoche, el que se fue a dormir a la casa del cuidador, si lo había visto, dónde estaba. La señora me miró con incomprensión y detuvo su mirada en mi párpado que tiritaba.
—Su amigo ya se fue —me dijo.
—¿Qué? ¿A qué hora?
—Hace un rato nomás, media hora o menos. Pensé que te habría avisado…
—Qué extraño, andábamos viajando juntos hacia el parque nacional… ¿no le dijo nada?¿No dejó algún recado?
—No —me dijo la señora—. Me pareció extraño, ni siquiera pasó por acá a dar las gracias, mal que mal yo le presté alojamiento… Pero bueno, así son los jóvenes de hoy. Lo que sí me pareció un poco extraño fue que lo vi desde acá mientras preparaba el desayuno y me di cuenta de inmediato que el que caminaba con él no podías ser tú. Harto raro el compañero de viaje. Era un viejo que cojeaba y que llevaba un perro negro a su lado.
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