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Cuentos sin fronteras


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      Kenny había visto ese lugar cuando lo mostraron en la tele. Abrió su mochila y sacó la zapatilla roja con blanco. Se acercó al hombre de la boletería que estornudaba sin parar y la movió para que escuchara que adentro había monedas.

      —De entrées –dijo manipulando el cierre de la alcancía.

      —Dos entradas –tradujo la Trini al hombre que los miraba a punto de otro estornudo.

      —Pasen, pasen —los apuró recibiendo las monedas sin contarlas y con el pañuelo frente a la cara.

      Entraron corriendo. Y corriendo buscaron hasta encontrar ese carrusel que él había visto en la tele. Tuvieron que esperar que se juntara más gente para subir.

      Lo que ellos no sabían en ese momento, es que la señora del kiosco, después de desatar el alto de revistas, se quedó pensando y fue al colegio de la esquina a decir que una niñita castaña con flequillo y moño acompañada de un niñito moreno de piernas largas, pelo corto y rizado se habían ido al parque de diversiones en bus. Tampoco ellos podían imaginar que del colegio llamaron a los papás. Y muchísimo menos podían suponer que los papás entraron al parque a la carrera justo cuando el hombre del carrusel hacía pasar a los que esperaban.

      Kenny agarró el volante con manos firmes.

      La Trini se sentó a su lado bien derecha.

      El avión se movió, comenzó a girar lento, lento, fue tomando impulso, se lanzó redondo,

      redondo y amplio. El suelo quedó abajo, más abajo, muy abajo y él por segunda vez en su vida sintió el estómago saltar. El avión del carrusel daba vueltas y vueltas para subir al cielo, se balanceaba para acomodarse en el aire. Él maniobraba el volante para un lado, para el otro, muy serio, igual como lo hará en su avión grande y plateado el día que vaya a buscar a los primos, tíos y abuela por encima de los montes.

      La Trini gritaba feliz con el sol brillando como una flor amarilla en el moño. Y a él no le importó haber sacado de la zapatilla las monedas que juntaba para tener su avión grande. Además, les sirvió para ensayar, porque ella había aceptado ir a Haití de copiloto.

      Era su secreto, su sekrè.

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