Mónica Cavallé

La sabiduría recobrada


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no es filosofía esencial. Aquí se aplica la expresión evangélica: «por sus frutos los conoceréis».9

      Como ejemplifica con agudeza Epicteto, si queremos ver los progresos de un gimnasta, no le preguntamos por sus pesas sino por el estado de sus músculos. Del mismo modo, si queremos saber si alguien es un verdadero filósofo, no nos vale que nos muestre lo que ha aprendido, su arsenal de erudición, su “tener” o “haber” intelectual, sino lo que ha visto por sí mismo y lo que irradia su propio ser:

      «“¡Tú, ven aquí! ¡Muéstrame tus progresos!” Como si habláramos de un atleta y al decirle: “¡Muéstrame tus hombros!,” me contestara: “¡Mira mis pesas!”. ¡Allá os las compongáis las piedras y tú! Yo quiero ver los resultados de las pesas. “¡Coge el tratado sobre el impulso y mira cómo me lo he leído!” ¡Esclavo! No busco eso, sino cuáles son tus impulsos y tus repulsiones, tus deseos y tus rechazos, cómo te aplicas a los asuntos y cómo te los propones y cómo te preparas, si de acuerdo o en desacuerdo con la naturaleza. Y si es de acuerdo con la naturaleza, muéstramelo y te diré que progresas; pero si es en desacuerdo, vete y no te limites a explicar los libros: escribe tú otros similares».

      EPICTETO10

      Lo que solemos denominar “filosofía” en nuestra cultura se ha apartado tanto de aquel saber transformador y liberador, máximamente útil, que originariamente llevó ese nombre que, de cara a apuntar a este último, quizá convenga –como señalamos en la introducción– acudir a nuevas expresiones. Una de estas bien puede ser la de “sabiduría,” pues todo el mundo asocia este término tanto al conocimiento profundo de la realidad como a la evolución hacia una vida más auténtica. En lo que entendemos de modo habitual por “sabiduría” estas dos dimensiones se encuentran íntimamente unidas.

      La disociación entre filosofía y transformación ha llegado a ser tan aguda en nuestra cultura, que en lo que entendemos en general por filosofía poco queda de sabiduría, de filosofía esencial. La crisis actual de la filosofía está causada en gran medida por la pérdida de su virtualidad transformadora; porque ha pretendido seguir teniendo validez como camino hacia la verdad tras desligarse de lo que constituye su sello de autenticidad y la raíz de su utilidad superior: su capacidad para posibilitar nuestro crecimiento esencial y nuestra liberación interior.

      «Lo honesto [lo íntegro o veraz] es útil, y no hay nada útil que no sea honesto […] Mas lo que propia y verdaderamente se llama honesto se encuentra solamente en los sabios.»

      CICERÓN11

      2. La filosofía como terapia

      «La filosofía no promete al hombre conseguirle algo de lo exterior;

      si no, estaría aceptando algo extraño a su propia materia. Al igual

      que la materia del arquitecto es la madera y la del escultor el

      bronce, así la propia vida de cada uno es la materia del arte de la vida.»

      EPICTETO1

      La filosofía se concibió a sí misma originariamente –señalábamos en la introducción–, no como un mero saber abstracto y especulativo en torno a la realidad, sino, ante todo, como un saber terapéutico. La filosofía era terapia en la misma medida en que en ella eran indisociables el conocimiento y la transformación propia.

      Explicaremos con más detenimiento qué entendemos en este contexto por conocimiento y por transformación. Antes introduciremos y dilucidaremos otras dos nociones: explicación y descripción.2

      Denominaremos explicación al intento de responder, de forma argumentada o razonada, a la pregunta “¿por qué?,” siempre que esta pregunta se oriente hacia los últimos “porqués,” los que tienen cierta radicalidad. También al intento de responder a la pregunta “¿qué es (esto)?,” siempre que esta pregunta no se contente con respuestas funcionales, descriptivas, etcétera, sino que busque acceder al conocimiento de la naturaleza intrínseca de algo.

      En otras palabras, la explicación pretende dar respuesta a las preguntas últimas, las concernientes al sentido de la existencia. Nos desenvolvemos en el dominio de la explicación cuando planteamos o intentamos responder preguntas del tipo: ¿Por qué hay seres y no más bien nada? ¿Por qué vivimos? ¿Por qué morimos? ¿Cuál es el sentido del sufrimiento? ¿Es esta existencia una historia absurda contada por un idiota, o hay algún orden implícito en todo acontecer? ¿Cuál es la naturaleza intrínseca de lo que existe? ¿Qué significa que todo es? ¿Qué significa “ser”? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es conocer?…

      Podemos adivinar que la explicación tiene una íntima relación con la filosofía. La búsqueda de explicaciones es connatural al ser humano, y la filosofía es la actividad que, sustentada en dicho impulso, busca acceder a un saber profundo y último acerca de la realidad.

      «… la filosofía es una ciencia de los fundamentos. Donde las otras ciencias se paran, donde ellas no preguntan y dan mil cosas por supuestas, allí empieza a preguntar el filósofo. Las ciencias conocen; él pregunta qué es conocer. Los otros sientan leyes; él se pregunta qué es la ley. El hombre ordinario habla de sentido y finalidad. El filósofo estudia qué hay que entender por sentido y finalidad.»

      J.M. BOCHEŃSKI3

      Ahora bien, como veremos, mientras que la filosofía especulativa se contenta con buscar y ofrecer explicaciones, la filosofía esencial intenta ser mucho más que una actividad meramente explicativa.

      De cara a comprender la naturaleza de lo que hemos denominado explicación, la distinguiremos de lo que denominaremos descripción.

      Lo propio de la descripción es traducir a un lenguaje técnico específico la estructura de un determinado objeto o proceso. Si la explicación es específicamente filosófica, la descripción es la actividad característica de lo que ordinariamente denominamos ciencias. Todas las ciencias empíricas son descriptivas.

      La ciencia física, por ejemplo, describe el funcionamiento de los procesos energético-materiales del mundo físico; para ello, traduce la estructura de dichos procesos a un determinado lenguaje: un cierto lenguaje matemático. La ciencia médica, a su vez, describe el funcionamiento de los procesos orgánicos y bioquímicos traduciendo la estructura de dichos procesos a una jerga técnica específica.

      Es importante advertir que la descripción científica está siempre condicionada. En primer lugar, cada ciencia está condicionada por su modo específico de aproximación a la realidad, por su particular perspectiva. Siguiendo con los ejemplos anteriores, la ciencia física solo tiene en cuenta aquellas dimensiones de la realidad susceptibles de ser medidas y cuantificadas con sus instrumentos; solo considera los aspectos del mundo físico que pueden ser sometidos a cierto tipo de medición. La medicina hace otro tanto. Allí donde el enamorado percibe una elocuente sonrisa que conmueve todo su ser, la perspectiva médica, y, más concretamente, la anatómica, nos hablaría de una contracción de los músculos maxilofaciales. Pretender que esta segunda perspectiva es más objetiva que la primera es una falacia, pues ello supondría absolutizar un modo de aproximación parcial a la realidad que solo alumbra una dimensión igualmente parcial de la misma y, en este caso –sobre todo desde la perspectiva del enamorado–, no particularmente significativa.

      En segundo lugar, cada ciencia está condicionada por los instrumentos de observación de los que se disponga en cada caso. La medicina del mundo antiguo, por ejemplo, no disponía del sofisticado instrumental de observación