Richard Bastien

El crepúsculo del materialismo


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(en inglés, brights) para distinguirse de los creyentes que, a su parecer, no son más que obscurantistas[6].

      Este complejo de superioridad es frecuente en los ateos. En una entrevista publicada por el semanario Le Point en diciembre de 2016, el filósofo francés Jean Soler respondía como sigue a la pregunta «¿Piensa usted que los ateos sean personas más inteligentes que los creyentes?»:

      Lo que es preciso comprender es que la pretendida incompatibilidad entre ciencia y religión no tiene nada que ver con la ciencia propiamente dicha, y que se trata en realidad de un colosal camelo, de un proyecto ideológico que trata de negar la existencia de Dios y neutralizar la influencia moral y cultural del cristianismo. Tal toma de conciencia es tanto más necesaria porque las mentalidades están hoy cada vez más influenciadas por las ciencias naturales. Esta influencia es en sí algo muy deseable, pues el espíritu científico puede ayudarnos a pensar correctamente, a distinguir entre lo que está controlado por la experiencia y lo que no lo está. En todo caso, comporta también un riesgo de talla: el de dar libre curso a la ideología cientista según la cual la sola y única vía de acceso a la verdad es el método científico. «Fuera de la ciencia, no hay conocimiento verdadero», afirma el cientifismo, que es, no un pensamiento científico, sino un imperialismo de la ciencia y, por decirlo todo, una gigantesca impostura intelectual. Al hacer desaparecer la distinción entre una auténtica actividad científica y las pretensiones de ideología cientista, se acaba por perder de vista la inteligibilidad de la fe cristiana.

      Este libro tiene un doble objeto: de una parte, explicar cómo se ha llegado a pretender que ciencia y fe cristiana son incompatibles; de otra parte, mostrar cómo el cristianismo, lejos de haber perjudicado el desarrollo del pensamiento científico, lo ha sostenido y alentado.

      Se trata pues de poner en claro que el viejo contencioso entre ciencia y religión no se apoya de ningún modo sobre consideraciones de orden científico o teológico, sino más bien sobre una oposición de naturaleza esencialmente filosófica entre una concepción del mundo y del hombre de inspiración naturalista, materialista, atea e irracional, de una parte; y de otra parte, una concepción del mundo y del hombre fundada en la filosofía griega y medieval, a la vez teísta y racional. Algunos pensadores laicistas («secularistas», según la terminología angloamericana) o ateos reconocen que es así como hay que interpretar el litigio en cuestión. Lo atestiguan las palabras siguientes del biólogo americano Richard Lewontin:

      El temor del que habla Davies no es algo propio suyo. Según el filósofo americano Thomas Nagel, «el temor a la religión» pesa bastante sobre el pensamiento de sus colegas laicistas, hasta el punto de que ha tenido «consecuencias importantes y a menudo perniciosas sobre la vida intelectual moderna»:

      Resulta de todo eso que el ateísmo es en algunos intelectuales lo que piensan que la religión es para los creyentes: un opio. Dicho de otro modo, al describir la religión como un opio, los ateos no hacen sino proyectar sobre los creyentes su propia fantasía.

      Pero no solo son las afirmaciones de algunos científicos y filósofos lo que nos autoriza a poner en cuestión el viejo cliché de la incompatibilidad entre ciencia y religión. También están los datos históricos. ¿Cómo ignorar, por ejemplo, que muchos hombres de ciencia célebres, entre los que figuran los que se consideran padres fundadores de disciplinas científicas, creían en Dios y no tenían ningún escrúpulo en confesar su fe? Y aquí van algunos ejemplos:

      — Nicolás Copérnico (1473-1543), padre de la cosmología heliocéntrica;

      — Francis Bacon (1561-1626), científico y teórico del método experimental;

      — Galileo (1564-1642), matemático, físico y astrónomo;

      — Johannes Kepler (1571-1630), padre de la astronomía física;

      — William Harvey (1578-1657), padre de la medicina moderna;

      — Robert Boyle (1627-1691), célebre físico y químico;

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