censos de población incluían a las mujeres: “Si no contamos, ¿por qué nos cuentan?”
Marie, con el seudónimo de Pauline Orell, escribe para el periódico feminista de Auclert sobre el derecho de las mujeres a formarse y la necesidad de que se abran los espacios a las mujeres artistas. La Citoyenne, núm. 4, domingo 6 de marzo de 1881:
No sorprenderé a nadie diciendo que las mujeres son excluidas de la Escuela de Bellas Artes, como lo son casi de todos lados... Así, ustedes que se proclaman tan alto más fuertes, más inteligentes, más dotados que nosotras, acaparan para ustedes solos una de las más bellas escuelas del mundo en la que se les prodigan todos los alientos... En cuanto a las mujeres a las que ustedes llaman frágiles, débiles, limitadas y de las que un gran número está privada –por la palabra conveniencias– aún de la banal libertad de ir y venir, ustedes no les conceden ni aliento, ni protección, sino al contrario... Nos preguntan con una ironía indulgente cuántas grandes artistas mujeres han existido, ¡Eh! Señores, han existido y es sorprendente vistas las dificultades a las que se enfrentan.
Marie nació en 1858 en Gavrontsy, cerca de Poltova, en lo que ahora es Ucrania y era, en el siglo xix, parte del Imperio ruso. Bashkirtseff por el padre, Babanín por la madre. Cuando se separó de su esposo, Marie Babanín regresó a vivir a la casa de sus padres con Marie y Paul. Los Babanín salieron de Rusia –en verdadera caravana– rumbo a varias ciudades de Europa antes de instalarse en una villa en Niza, en la famosa Promenade des Anglais, frente al mar. Marie emprende su diario. Los síntomas de su enfermedad comienzan a manifestarse a los 16 años: dolores, migraña, tos, una sordera que vivió como uno de los más crueles golpes de su vida. Un atardecer en Niza salió de su casa –con su prima Dina que temía lo peor y corrió detrás de ella– cargando el péndulo del comedor para arrojarlo al mar, sin más explicaciones que su desasosiego. Su continuo desasosiego. Los péndulos marcan el tiempo. Marie vivió como si no tuviera tiempo, aun antes de saber que esa amenaza fantasma se convertiría –tan pronto– en una realidad. Sus ansias de “gloria” y los planes para alcanzarla toman muchísimas páginas de su diario.
Quiere ser cantante, tiene una bella voz de mezzosoprano. A los 17 años pierde la voz. A los 19 años, por insistencia de Marie, la familia se muda a París. Decide dedicarse a la pintura y a la escultura. El padre, que en algún momento regresa a vivir –muy brevemente– con su familia, decreta: “no es conveniente ensuciarse los dedos”. Más claro: es un desfiguro y una ignominia ser noble y ejercer un oficio, sobre todo en el caso de una mujer. Marie soñaba con la Escuela de Bellas Artes, pero el ingreso a esos talleres le fue permitido a las mujeres hasta 1898. Casi dos décadas antes Marie escribe: “Desde allí se veía la Escuela de Bellas Artes. Es para gritar. ¿Por qué no puedo estudiar allí?” Se inscribe en la Academia Julian, abierta a la formación de mujeres, aunque en talleres separados de los de los hombres. Las reglas de la creación eran definidas por el sexo. Como escribe la historiadora feminista Michelle Perrot en Mi historia de las mujeres: “En el Salón de París (Le Salon), los jurados, masculinos en su totalidad, esperaban que las mujeres se ajustaran a los cánones de la feminidad, en primer lugar para los temas: naturalezas muertas, retratos, escenas de interior y sobre todo arreglos florales. Ni desnudos ni pintura histórica. El desnudo, ese absoluto tabú, fue conquistado por las mujeres en el siglo xx”.
En 1880, Marie es seleccionada para participar en el célebre Salón de Pintura y de Escultura de París, la exposición anual de los pintores “oficiales”, controlado por la Academia de Bellas Artes. Con el seudónimo de Marie Constantin Russ presentó “Muchacha leyendo La cuestión del divorcio”, obra de Alejandro Dumas (hijo). Su modelo fue su prima Dina Babanín. El cuadro, desaparecido durante décadas, fue subastado en 2012 por Sotheby’s. Ahora es propiedad de la fundación rusa Renacimiento de la Memoria de Marie Bashkirtseff, que reune material, obra y objetos personales para crear su museo en Poltova.
Marie visita los baños termales. Al año siguiente la escultora Hélène Bertaux funda la Unión de Mujeres Pintoras y Escultoras y comienza desde ese espacio un cuestionamiento de las oportunidades para las mujeres en el arte. Ese año Marie expone en el Salon “El taller de mujeres de la Academia Julian”.
Marie padece crisis frecuentes de desesperación y de furia. Viaja. Vive fascinada por Italia. Por la música. Por la pintura de Velázquez que descubre en su viaje a España. Es una admiradora de la obra de su amigo Jules Bastien-Lepage. Su sordera la humilla, sus tratamientos la agotan. Tose y su pañuelo blanco recoge gotas de sangre. Está convencida de ser merecedora de un trato de excepción que no siempre se le concede. Se sumerge en la angustia. Sus rebeldías contra los límites conmueven y, por momentos, fatigan, dada su repetición. Espera la llegada de un amor tumultuoso, o muy conveniente, pero se sabe enferma. Un amor o un acuerdo conyugal que no se interponga en los tiempos de su pintura. Aunque, confiesa, no es lo suficientemente rica como para encontrar un marido que la deje en paz. Es desgarradora y dan ganas de abrazarla.
Pensar que sólo vivimos una vez, ¡y que la vida es tan corta! Cuando lo pienso mis sentidos me abandonan y mi alma se convierte en una plegaria a la desesperación. ¡No vivimos sino una vez! Y yo estoy perdiendo esta preciosa vida, escondida en la oscuridad. Sin ver a nadie. ¡Vivimos sólo una vez! Y mi vida está siendo arruinada. ¡Vivimos sólo una vez! Y yo estoy hecha para desperdiciar mi tiempo miserablemente, y los días están pasando, pasando para nunca regresar, llevándose una parte de mi vida con ellos, cuando pasan.
Marie se la juega en el Todo o Nada. Menciona en su diario al neurólogo Jean-Martin Charcot, especialista en “enfermedades nerviosas”, célebre por sus estudios de la histeria en el hospital de la Salpêtrière, maestro de Freud. Charcot, en principio, visita la casa de los Babanín para atender al abuelo que sufrió una trombosis. También se ocupa de Marie, le sugiere viajar a Italia. Si la tuberculosis es el gran mal del siglo xix sin diferencia de sexos, la histeria es el gran mal femenino. Me imagino la fascinación de Charcot ante la personalidad de Marie. “Nerviosa” y poitrinaire. No puedo afirmar que la haya tratado por su “mal de nervios”, pero me parece difícil que ante una personalidad semejante, se abstuviera. Los síntomas de la histeria son los de un cuerpo femenino –amordazado, encorsetado– que se rebela, como bien analiza Emilce Dio Bleichmar en El feminismo espontáneo de la histeria. Marie era, sin duda, una tremenda hystérique. Tengo un gran respeto por esa palabra, más allá de sus acepciones misóginas o vulgares. La histérica es una bebedora de absolutos. Por eso, cuando el “mal” viene acompañado por la sensibilidad y el talento, resulta tan fascinante.
¿Cuáles son las posibilidades de la revuelta, cuando el exterior te acota? Sus profesores, sorprendidos por la calidad de los primeros bocetos de Marie, dirán que ella no tenía “ni la mano, ni la manera, ni las disposiciones de una mujer.” Marie presenta el proyecto de un desnudo femenino: una mujer montando a un esqueleto. Quizás ella, la artista, cabalgando su muerte. Rodolphe Julian, el director de la academia, lo desautoriza. Aquello podría provocar aullidos en el público; por el tema, por el desnudo y por ser obra de una mujer. Sin embargo, su Estudio de figura masculina muestra a un flautista, casi desnudo. “Lejos del deseo de ser hombre, estoy muy contenta de ser lo que soy. A mi manera de entender una mujer puede ser tan útil a su país y a la humanidad como un hombre, si sólo hubiera (no la hay) una diferencia en la educación. No puedo vivir ignorada y perdida en la multitud; tengo que distinguirme.”
Marie mantuvo una relación muy estrecha con dos de sus institutrices: Catherine Collignon, muerta de tuberculosis, y Rosalie, su amiga hasta el final de su vida. Vive con una gran tristeza la pérdida de su abuelo Babanín, quien ocupó desde su infancia el lugar del padre, dada la ausencia y la permanente distracción de Konstantin. Viaja por Rusia y España, regresa muy enferma. En un testimonio publicado por el Círculo de Amigos de Marie Bashkirtseff (Francia), una compañera de la Academia Julian, la señora Dzykonska, narra:
Habiendo emigrado al nuevo taller Julian en la calle Vivienne, perdí de vista a Marie Bashkirtseff durante algún tiempo, y cuando regresé en 1881 al Pasaje de Panoramas, ya no estaba. Me dijeron que viajaba por España. Un día el señor Julian entró al taller con el rostro desolado: “Señoras, la señorita Bashkirtseff se muere”. Me quedé y miramos algunos bosquejos. Entre ellos, estaba el de un condenado a muerte, en su celda, ocho días antes de su ejecución.